Triunfo de Chile: alegría por los jugadores y vergüenza por los patriotas
El patriotismo disfrazado de fiesta nacional nubla las miradas. Los insultos entre los países vecinos se hacen más concurrentes y la pelea por saber quién es mejor en un vecindario que debería ser colaborativo en vez de competitivo, resulta sumamente odiosa.
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
Era nuevamente la demostración de la calidad de esta generación que viste la Roja. Se reafirmó que tienen otra manera de pararse en la cancha, que militan conscientemente en lo que son y saben para dónde van, pero sobre todo que entienden cuál es su propósito del futbol: brindar un espectáculo a la altura de las expectativas no sólo de una hinchada, sino de ellos mismos.
De lo que se merecen debido a su trabajo constante que los ha llevado a un éxito que han conseguido solos, aunque los periodistas digan lo contrario.
Esa es la parte bonita de todo esto. Ver las jugadas, las tácticas desarrolladas en el “campo de juego”, llegan a fascinar incluso a personas como yo que no tenemos amor hacia este deporte tan popular. Nos emociona muchas veces ver a personas que representan al sector más maltratado de nuestro país dar la vida por una construcción burguesa como la “patria”.
Nos llama la atención el esfuerzo que ponen en callar las bocas de medios que los caricaturizan, que se ríen de sus cortes de pelos y de su proveniencia de clase, poniendo una cumbia en cada clip en donde aparecen hablando para así completar la caricatura.
Pero también, a quienes no entendemos la emoción futbolera, nos llama profundamente la atención la manera en que los fanáticos se toman las derrotas y las victorias. Cuando pierden, les sacan en cara a los futbolistas todo lo que tengan a mano o venga a su memoria. Los ningunean, los acusan de ser “pecho frío”, que es una manera muy peculiar de aludir a su supuesto poco compromiso con una camiseta y, en estos casos, con una bandera y con su himno patrio.
Si no cantan muy fuerte la canción nacional los miran feo e incluso los tildan de “poco chilenos”, como si eso fuera un defecto. Como si el hecho de no comulgar con relatos nacionalistas te hiciera peor persona.
Esa es la parte horrible. El patriotismo disfrazado de fiesta nacional nubla las miradas. Los insultos entre los países vecinos se hacen más concurrentes y la pelea por saber quién es mejor en un vecindario que debería ser colaborativo en vez de competitivo, resulta sumamente odiosa.
Eso es lo que cansa de esto. A muchos nos agota esa falsa sensación de unidad que despolitiza y que nos hace creer que un partido de 90 minutos es para discutirlo la vida entera. Para así acallar temas importantes y alimentar una televisión que se viste con ropas futboleras para así argumentar su xenofobia y su profundo clasismo, aunque muchos de quienes trabajan en ella vengan de barrios parecidos a los de los jugadores.
Para qué hablar de las redes sociales, ese lugar en donde la caballerosidad de quienes juegan al fútbol es representada por un grupo de tipos que nunca ha visto una cancha ni desde lejos, y que sin embargo se sienten partícipes de un triunfo que no es de ellos. Que no tiene nada que ver con sus historias de vida, pero del que se cuelgan para así mostrarse superiores al otro y encararle su supuesto fracaso.
Sé que habría sido mejor visto que hubiera escrito una linda columna hablando de lo maravilloso que es ser chileno en estos momentos y de lo fantástico para el país que es este triunfo, pero me mentiría a mí y a quienes leen este texto. Estos son los momentos en que menos orgulloso me siento de ser chileno.
Me causa vergüenza propia y ajena el oportunismo con que se disfruta de victorias de jóvenes que no fueron ayudados por nadie. De personas que si no se hubieran dedicado al fútbol, habrían sido víctimas del desprecio de quienes les piden autógrafos y de la persecución de un Estado que decidió, hace pocas semanas, que quienes luzcan sus mismos tatuajes y sus mismos peinados sean sospechosos por el sólo hecho de vestirse así.
Porque, si soy sincero, siento bastante felicidad por quienes corren tras la pelota, pero bastante rabia por quienes usan un bonito hecho deportivo para desplegar su ignorancia y su sometimiento a un relato construido por conveniencia.