Los que no protestan
No importan los niños, los ancianos, los enfermos, porque ellos no protestan, no alegan, no votan, no participan, no tienen voz en los medios de comunicación, ni dinero para influir en estos.
Gonzalo Larenas es L&C Consultores, Licenciado en Letras y Literatura, Gestor Cultural, Magíster en Educación y Profesor de la UNAB.
La brutalidad nos está ganando porque tiene como nuevos aliados al individualismo, la desidia y la indolencia. No importa nada ni nadie, sin dios ni ley, acá cada uno se salva solo, cada uno mata su toro, cada uno es de forma individual.
Entonces aparecen algunos grupos, molestos por lo anterior, que se mueven y disparan gritos al aire, desesperados por los atropellos a sus derechos o simplemente al desarrollo normal y digno de sus vidas. Son grupos que con justa razón salen a protestar, porque nadie les da una respuesta ni menos una solución. Claro, que sin importar nada más que sus reclamos y sus dolencias, pasando por encima de otros que no tienen nada que ver en sus conflictos, el famoso ciudadano de a pie, ese que se apura para no llegar tarde a su trabajo, y que de repente se ve entrampado en una batalla campal entre los que protestan y los que, para resguardar el orden, desordenan.
Este personaje afectado al ver esta situación, se enoja y comienza a aumentar su odio contra los que alegan, aunque ese alegato sea justo, porque pasó también por arriba de sus derechos como ciudadano, partiendo por el de transitar libremente por su ciudad, para llegar a trabajar y así pagar sus acrecentadas deudas, los costos de la enfermedad de un hijo o simplemente para sobrevivir a duras penas el fin de mes, volviéndose violento, discriminador y xenófobo, culpando de su estrés al que se interponga en su camino, sin importar si son pobres, inmigrantes, estudiantes, policías o mujeres, da lo mismo, porque su camino también está siendo violentado, porque su trabajo es duro y la paga es poca.
Muchas veces este ciudadano de a pie es además ignorante, no porque quiso, ni porque lo eligió, sino porque no tuvo tiempo ni oportunidad para estudiar, ya que vive presionado por sus fantasmas y sus jefes, quienes viven estresados porque debe lidiar con leyes mediocres, que una y otra vez restringen su rango de acción en vez de fomentarlo, y entonces terminan culpando a sus trabajadores por la falta de productividad y a las obsoletas instituciones, que con los brazos cruzados miran desesperados, porque no pueden hacer nada más con tan pocos recursos, incentivando las malas prácticas, la corrupción y el abuso.
Para algunos, esos recursos que faltan son los que se han robado, para otros estos recursos debiesen salir del estado como sea, el que se ve privado por razones de economía internacional, malas decisiones, elecciones, conflictos externos o internos, que para ellos son culpa de los que en primera instancia salen a protestar, y entonces se desligan culpando a las autoridades en el poder de turno, las que finalmente trabajan para unos pocos, porque son esos pocos los que votan o los que pagan las campañas.
Como condimento a todo lo anterior, queremos que las cosas se solucionen desde la comodidad de la casa, obvio, porque estamos cansados y llevamos más de 12 horas en promedio, sin volver a ella, y cuando lo hacemos nos llenan de miedo y violencia en los noticieros, para descansar después de ver un programa absurdo en la tv.
Una cadena de culpas que no tiene solución en esta madeja eterna y que me recuerda las comedias de Benny Hill, donde todos terminaban persiguiéndose y dándose golpes, en una fila de humor absurdo, que hoy podría reflejar muy bien no solo a nuestro continente, sino al actual pueblo inglés, con su polémica votación por el Brexit en la UE.
Alejados de toda esta locura, están los que no protestan, porque no pueden, los que no alegan ni odian porque les duele; los enfermos, los viejos, los niños, los olvidados. Si hasta las mascotas tienen hoy más preocupación que los que no protestan, los callados.
Nos llenamos de animalistas, y está bien, pero hoy necesitamos a los humanistas, ¿serán esos los que se preocupen por el hombre o por la mujer? Por los que se quedan atrás o los que se quedan abajo, los que no se sienten y sufren a diario en hospitales, esperando varios días para que los atiendan, tirados en algún rincón, indignos, tratando de no molestar, porque son tratados como despojos de una sociedad tecnológica, moderna, abierta al mundo y cerrada al ser, olvidando la comunicación.
Los números son crueles, sabemos que todos tenemos problemas, pero como lamentablemente no existe empatía, creemos que nuestros problemas son los únicos, y si no son los únicos, creemos que nuestros problemas son los más importantes, porque acá la prioridad ante la adversidad la imponen los más fuertes… Y volvemos a la ley de la selva.
No importan los niños, los ancianos, los enfermos, porque ellos no protestan, no alegan, no votan, no participan, no tienen voz en los medios de comunicación, ni dinero para influir en estos.
Nos estamos volviendo locos, y a pesar de ser una expresión cliché, esconde una fuerte verdad. Basta con ver la cantidad de medicamentos ligados a trastornos mentales que hoy se consumen para verificar esa frase. Estamos actuando de forma déspota contra nuestros enemigos imaginarios, porque si lo vemos de afuera, se ven los golpes al aire, golpes contra un enemigo que no existe, pero que preferimos inventar para culpar a alguien de nuestros problemas e inseguridades.
Estamos abriendo las puertas y dándole la bienvenida al fanatismo bruto, al extremismo sin razón, porque nos tiene maravillados que podamos odiar a destajo y así liberemos al país o al mundo de estas visiones terroríficas. Entonces caerán otra vez los de siempre, los inocentes.
Cansa tanta locura y ojalá un día cercano reflexionemos y nos demos cuenta que estamos formando futuras explosiones sociales violentas. Que entendamos que nos estamos haciendo daño, que abramos los ojos y nos reconozcamos antes de mantener esta atrocidad.
Mientras tanto me refugiaré con los olvidados, con los que no protestan, con ellos me siento un poco más humano, y quizás los defienda y por ellos saque la voz un par de veces. Espero que lo logre sin convertirme en otro egoísta más, en este maligno juego de imposición de ideas, y logremos volver a discutir y debatir para ser una mejor sociedad para todos.