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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Las mentiras del viejo Piñera

Sebastián Piñera es y será el gran especulador de la política chilena. El cierre del Penal Cordillera, durante su gobierno, no fue un acto de compromiso con los Derechos Humanos y las víctimas de la DINA, sino una especulación. Una manera de quedar bien él por sobre su sector.

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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

El viejo Piñera da entrevistas en El Mercurio hablando sobre cómo “enmendar el rumbo”, y sobre lo atroz que le parece el supuesto descalabro económico e ideológico de este gobierno. Para hacerlo se viste con ropas de estadista. Se saca fotos poniendo sus manos en el escritorio de su oficina en Apoquindo en el intento de demostrar su poder de decisión.

Algunas veces trata de parecerse a Ricardo Lagos, su posible contendor, pero no le resulta. Le sale muy forzado y sus errores lingüísticos delatan lo poco que ha leído, pero lo mucho que ha especulado.

Porque Sebastián Piñera fue joven, o mejor dicho, fue el joven Piñera. Ese que no quería ser estadista, que le importaba bastante poco el futuro de Chile, ya que lo que más le interesaba era adquirir poder por todos los caminos posibles, y no le importaba mucho cómo se conseguía este. Es por eso que en los años en que Chile vivía en dictadura, muy poco luchó por recuperar la democracia. Si bien votó por el NO, el joven Piñera veía en los vacíos legales dictatoriales una oportunidad para seguir logrando sus negocios.

Bien sabía que las guerras y los regímenes autoritarios son los mejores lugares para hacerse rico, sobre todo si sabes acomodarte en el lugar indicado.

El viejo Piñera eso no lo dice. Al contrario, se dice opositor de todo gobierno autoritario y amante de la libertad. Y todo un defensor del estado de derecho. Lo que resulta bastante extraño si es que recordamos que de joven hizo de la ausencia de este casi un modo de negocio, ya que las ambigüedades regulatorias en la economía, que se ocultaban tras la privación de libertad milica, eran un buen contexto para agarrar lo que se pudiera.

Pero como Chile no tiene buena memoria, el viejo Piñera prefiere obviar esas acciones de su pasado y vestirse con ropas que le quedan grandes. Sin ir más lejos en estos días está con la mirada atenta hacia La Moneda para poder ocuparla nuevamente. Tiene ganas locas de competir como siempre lo ha hecho, salvo que en esta ocasión- al igual que en 2009- será de manera legal, no como lo hizo cuando joven, en donde la seriedad de los leguleyos era solamente una traba para seguir negociando.

Hoy, el Piñera con canas intenta contarnos una historia distinta. Quiere decirnos que él representa la estabilidad, las cosas bien hechas y la seriedad. Pero sobre todo el mejoramiento económico y la desideologización de una administración al momento de gobernar. Es decir: trata de aparecer ante nosotros como lo que no es. Como lo que nunca ha sido, cosa que comprobamos con su historia y relatos como el de Carlos Tromben, en su libro “Crónica secreta de la economía chilena”.

Sebastián Piñera es y será el gran especulador de la política chilena. El cierre del Penal Cordillera, durante su gobierno, no fue un acto de compromiso con los Derechos Humanos y las víctimas de la DINA, sino una especulación. Una manera de quedar bien él por sobre su sector. El problema es que no se dice. O mejor dicho: la ciudadanía lo sabe y lo dice, pero los que tienen que reconocerlo se quedan callados y se paran a su lado para ver si reciben una tajada. Ese es el problema.

Por lo tanto, mientras las imágenes de los diarios pretenden contar historias inexistentes, muy pocos verán al joven Piñera asomándose en las fotos en las que aparece el viejo. Sin embargo, es cosa de escucharlo sólo un rato y veremos cómo aparece.

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