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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Cheyre, el resultado del ego de Lagos

"Antes de mantener prudencia ante la figura del ex Comandante en Jefe, el laguismo lo engrandeció y negó desde un principio las posibles participaciones suyas en actos cometidos durante la tiranía encabezada por uno de sus antecesores".

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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

Durante el gobierno de Ricardo Lagos, Juan Emilio Cheyre, ex mandamás de los militares, fue considerado héroe por algunos y un traidor por otros. Mientras el mundo concertacionista lo aplaudía y lo felicitaba por haber dicho el discurso del “nunca más”, en donde hacía un reconocimiento de parte del Ejército de lo sucedido en dictadura, por otro lado la derecha lo tildó de parlanchín, un general que quería brillar con colores propios y que no representaba a la institución que ellos adoraban, es decir, a esa que estaba rebalsada de pinochetismo.

Pero también había otros que no eran precisamente de la derecha y a quienes les parecía algo sospechosa la figura de Cheyre. Esto porque habían antecedentes de su pasado que pasaban de voz en voz, pero que el republicanismo muchas veces obtuso de Lagos prefirió obviar. Total el militar había desplegado toda esa simbología patria que tanto le gustaba al ex presidente y que muchas veces, sin él darse cuenta, nublaba lo real y lo concreto que estaba sucediendo en el país.

Es por eso que antes de mantener prudencia ante la figura del ex Comandante en Jefe, el laguismo lo engrandeció y negó desde un principio las posibles participaciones suyas en actos cometidos durante la tiranía encabezada por uno de sus antecesores. Esto porque ya había reconocido lo que se había hecho, e incluso había mostrado cara de tristeza frente a la brutalidad de sus amigotes y compañeros de armas.

Era mejor dejarlo así, no seguir escudriñando en lo que había pasado. Ya había costado muchos años rearmar la Democracia para detenerse en buscar responsabilidades. Por lo tanto lo mejor era tratar de lograr un acuerdo entre la ciudadanía y los militares por medio de quien hacía parecer las brutalidades como lejanas y distantes, aunque fueran lo suficientemente cercanas para él como para sentir cargo de conciencia.

Era cosa de sacar cálculos y de investigar bien los hechos y la edad que tenía el hombre. Es cierto que era difícil encontrar alguien que no fuera un amante del dictador entre las filas de las Fuerzas Armadas, pero fácil sí era llevar con más cuidado procesos de blanqueamiento si aún no se tenía certeza de que quien lo encabezaba no tenía las manos manchadas.

Pero eso a Ricardo Lagos le interesaba bastante poco ya que, como amante de la historia, prefería ser protagonista de un momento crucial en los textos del futuro. Revisar datos e informaciones eran cosas para funcionarillos, no para un estadista. Y menos para uno que quería contarnos  que la transición se terminaba con él y con sus  actos republicanos que, a fin de cuentas, solamente lograron perpetuar el Chile que decía combatir.

Y es que si bien el ego es muchas veces importante para la autoestima y la concreción de ciertos propósitos, también muchas otras nubla la razón. Y el ego de Ricardo Lagos nubló la razón democrática al poner a un cómplice de la atrocidad en un puesto de tanta relevancia histórica, sobre todo en momentos en que se requerían más acciones  y menos  simbolismos estériles.

Juan Emilio Cheyre hoy es la evidencia misma de la ceguera de quienes creyeron que una vez conseguida la democracia el trabajo estaba hecho. Pero sobre todo es la gran demostración de que por más que uno  instale bellas palabras y gestos en el inconsciente colectivo de la ciudadanía, lo cierto es que si no se logran avances reales y consistentes, estos gestos y palabras solamente quedarán en eso, y cuando sea muy tarde nos daremos cuenta de que no debimos prestarles tanta atención.

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