La salida de Javiera Blanco
La salida de Blanco es un paso lógico, racional. Aunque algunos argumentan que un enroque a otra cartera sería la solución óptima, me parece que repetir una estrategia anterior que evidentemente fracasó es una mala idea. Cuando Bachelet movió a Blanco de Trabajo a Justicia le salvó el pellejo. Hacer lo mismo otra vez es un error.
Kenneth Bunker es Académico de la Universidad Central
La Ministra Javiera Blanco está en problemas. El martes enfrentó una interpelación por su responsabilidad en las irregularidades de Gendarmería y su rol en la crisis del Sename. Aunque es posible que la Ministra no sea directamente responsable de lo que se le imputa, tampoco ha hecho lo suficiente como para revertir la opinión de quienes la acusan. En Gendarmería solo ha agravado el conflicto con sus interlocutores, y en el Sename no ha sido capaz de ofrecer una salida coherente y consistente.
Fue una interpelación necesaria. Hubo preguntas y respuestas que urgían. Incluso pareció ser una interpelación más merecida que cualquiera de las cuatro anteriores. Sobre todo porque se trató un tema particularmente delicado; niños fallecidos bajo la custodia del Estado. En un futuro sería útil evaluar el evento en un marco técnico, institucional y multipartidario con óptica de largo plazo. Pero por ahora me parece necesario explorar si la permanencia de Blanco en el gabinete tiene algún efecto sobre el gobierno.
Mi intuición es que sí, la permanencia de Blanco daña al gobierno. Irrelevante de la responsabilidad de la Ministra en lo que se le imputa, la decisión de mantenerla en el gabinete es un problema para la administración de Bachelet. Las últimas semanas han estado notoriamente marcadas por cuestionamientos a la Ministra. Lo anterior le ha impedido al gobierno poner otros temas sobre la mesa y manejar la agenda política del país. Por lo pronto, se ha hablado más sobre Blanco que sobre los niños.
Las encuestas muestran una evidente erosión en la popularidad de la Presidenta y el gabinete. Sólo esta semana la encuesta Cadem mostró a ambos caer a su mínimo histórico. No hay evidencia de causalidad, pero intuyo que existe. Los errores políticos de la Presidenta en las últimas semanas la han perjudicado tanto a ella como a su gabinete. Esta idea se robustece si sumamos a la ecuación el hecho de que la encuesta Adimark ha sido consistente en mostrar a la Ministra Blanco como la menos popular del gabinete.
Varios académicos y expertos de la plaza ya han avanzado esta línea de cuestionamientos. En contraste, pocos han ofrecido contra argumentos de peso. Los que sí lo han hecho se han enfocado más en criticar el sistema que en identificar la responsabilidad política de Bachelet y sus potenciales consecuencias. Pero esta posición es cada vez más minoritaria. Ni los políticos de la propia Nueva Mayoría se suben a esa micro. De hecho, los presidentes de los partidos de la coalición de gobierno incluso se han manifestado a favor de un cambio de gabinete.
La salida de Blanco es un paso lógico, racional. Aunque algunos argumentan que un enroque a otra cartera sería la solución óptima, me parece que repetir una estrategia anterior que evidentemente fracasó es una mala idea. Cuando Bachelet movió a Blanco de Trabajo a Justicia le salvó el pellejo. Hacer lo mismo otra vez es un error. A estas alturas, Blanco debe salir porque daña a la Presidenta y el gabinete. Quizás si Bachelet hubiese actuado antes la Ministra se estaría reivindicando en otra cartera. Pero ya es tarde, la única alternativa es la remoción.
Después de la interpelación el gobierno queda relativamente debilitado. Nunca es positivo ser cuestionado cuando se está en el poder. Pero podría ser peor. Con una acusación constitucional a la vuelta de la esquina, la Presidenta debe actuar. Si alguna vez hubo un gallito, ya se perdió. La pauta está escrita, y dice que Blanco debe salir. Mantenerla solo ahondará los cuestionamientos. Si la Ministra permanece en el gabinete, tanto la Presidenta como los demás ministros serán objetos de críticas continuas—la mayoría de ellas lógicas y racionales.
Este es un momento de quiebre natural. Hay que aprovecharlo para hacer cambios. Bachelet puede usar la excusa del ajuste técnico, para compensar desequilibrios pendientes. O puede argumentar que el cambio de gabinete ocurre para facilitar la decisión de los ministros que tienen ambiciones electorales. Todo esto es entendible. Incluso deseable. La única aprensión es que debió ocurrir antes. Hacerlo después de una interpelación y ad portas de una acusación constitucional solo ilustra lo confundido que están los estrategas de La Moneda.
Amistad no debe ser una determinante a la hora de hacer cambios de gabinete. Bachelet perfectamente puede mantener a Blanco, pero arriesga aumentar el escrúpulo popular. La Presidenta puede mover a la Ministra a otra cartera, pero eso no va solucionar el problema político de fondo. A veces es mejor dejarse llevar que resistir. Particularmente cuando es evidente que hay un conflicto real. Humildad y vínculo con el medio son dos características que hoy día brillan por su ausencia.