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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El valor de la filosofía

La filosofía no puede ser (porque no lo es) algo opcional en la vida del ser humano. No se trata de crear un filósofo en cada ciudadano, sino de formar individuos pensantes capaces de construir ideas y de hacer preguntas que enseñen a vivir mejor la existencia humana.

Por Guillermo Tobar Loyola
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Guillermo Tobar Loyola es Director de Formación General de la Universidad Finis Terrae

Si queremos reflexionar seriamente sobre aquello que nos acontece sin estar seguros del por qué o para qué sucede, hace falta ayudarnos de la Filosofía. Tal vez no de una filosofía demasiado academicista que se aleja de la realidad del individuo común, sino aquella que topamos a diario; en la calle, en la oficina, en el hogar e incluso en la tertulia del fin de semana.

Filósofo es todo aquel ser racional que piensa, se admira de las cosas y que todo lo interroga. De este modo, el filósofo busca comprender el mundo y explicar el sentido de la propia vida, en función de orientarla conforme a unos valores. En este sentido, todo hombre y toda mujer es por naturaleza un filósofo. No significa esto que sin más nos “convertimos” en filósofos de la talla de Sócrates, Kant o Heidegger con solo pensar. No necesariamente, pues ello dependerá el grado de ejercitación o desarrollo de nuestra capacidad especulativa. Al respecto podemos señalar que existen dos tipos de filósofos: los especulativos, investigadores o especialistas, por una parte, y por la otra los que sin necesidad de un conocimiento superior o abstractivo se dedican a la reflexión a partir de la propia experiencia de vida, sobre todo a partir de aquellas vivencias que le son tremendamente inmediatas y familiares en orden a alcanzar la sabiduría de vida.

Familiarizarnos con la filosofía nos posibilita el perfeccionamiento de nuestra capacidad crítica como ciudadanos. La pretensión de lograr una cultura desarrollada para nuestra sociedad, pasa necesariamente por una adecuada reflexión que fomente el pensamiento, la cultura y la democracia. Por ejemplo, si queremos que los jóvenes participen de la vida cívica votando de modo libre y consciente (con pensamiento crítico), es necesario enseñarles a pensar, a desarrollar una capacidad crítica que conduzca de modo lógico a un discernimiento autónomo, base de toda sociedad democrática.

Activar desde la reflexión filosófica el pensamiento crítico en nuestros niños y jóvenes, mejora la calidad de su pensamiento al momento de abordar temas de índole personal o social. La estructura inherente a todo acto de pensar lleva consigo el desarrollo de instrumentos intelectuales que permiten comprender y aquilatar conceptos fundamentales para la existencia y convivencia humana tales como: dignidad, justicia, libertad y paz entre otros. En ese sentido, nada es tan nefasto como crear una sociedad en la que unos piensan por otros. Pues, se supone que estamos lejos de la visión de antaño en la cual el señor feudal permanecía cómodo en su trono gracias a la obediencia ciega (ignorante) del vasallo.

En síntesis, la filosofía no puede ser (porque no lo es) algo opcional en la vida del ser humano. No se trata de crear un filósofo en cada ciudadano, sino de formar individuos pensantes capaces de construir ideas y de hacer preguntas que enseñen a vivir mejor la existencia humana. No por nada Sócrates enseñó a sus discípulos que una vida no reflexionada no merece ser vivida.

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