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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

La soledad y el fracaso de Marco Enríquez

El marido de Karen no tiene ese poder. No tiene ni siquiera un sector fuerte detrás porque, en medio de su obsesión por llegar a La Moneda, se olvidó de que las ideas necesitan tener sustento electoral más allá de un bonito discurso. Prefirió seguir adelante sin tomar precauciones ni menos concretar alianzas estratégicas. No creía en la estrategia, sólo creía en lo que decía y la manera en la que lo decía, mirándose al espejo mientras su imagen no lo dejaba ver lo que venía atrás.

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

La formalización de Marco Enriquez- Ominami ha llenado planas en medios interesados en la caída de su figura. Muchos opinólogos y parlamentarios relacionados al mundo del progresismo comentan con una sonrisa socarrona que este es el fin de su carrera. Y lo mejor es que lo hacen argumentando que las razones por las que está enfrentando a la justicia son la demostración de que la pureza en la política no existe, y que la falta de esta siempre abunda en quienes apuntan con el dedo a todo quien está alrededor.

Puede ser cierto. Es real que Marco en muchas oportunidades abusó del lenguaje y disparó a diestra y siniestra, de manera irresponsable y algunas veces casi antojadiza, como si la política no fuera un ejercicio en donde mientras más atacas más fuerte recibes.
Creyó que su juventud de entonces lo iba a blindar en los años de adultez en los que las canas tomarían por asalto su cabello y su manera de enfrentar elecciones. Pero sobre todo no dimensionó lo importante que son las complicidades en los mundos políticos.

Tal vez hoy Enríquez le tome el peso a lo que desechó en el pasado. A lo mejor hoy se esté agarrando la cabeza a dos manos mientras se lamenta por no haber escuchado, no haber cedido y menos haber pensado estrategias políticas que fueran más allá de su imagen presidencial. Quizá la soledad en la que se encuentra, frente a las cámaras de televisión que lo interrogan por haber hecho lo que todos hacían, hoy lo persuadan para extender lazos, crear confianzas y hasta mirar hacia la centroizquierda con menos crítica y con más intenciones de escuchar y ser escuchado. Pero lo cierto es que ya es tarde para pensar en ello.

Por estos días Marco es más útil fuera de la carrera presidencial, ya que es claro y nítido que los que alguna vez quisieron que se sentara con ellos, ahora simplemente lo quieren lejos. Es como una plaga, algo demasiado pestilente para una clase política que trata de no ser lo que es, y que con mucha urgencia trata “motivar” a la ciudadanía en una democracia conformada por votantes que parecen más bien consumidores a la espera de un buen producto que poder comprar.

ME-O está solo porque decidió desde un comienzo que era el mejor camino. El problema es que ahora se da cuenta de que los proyectos deben ser colectivos no sólo para crear programas electorales, sino también para enfrentar la guerra política con un cierto blindaje. Porque no hay que ser demasiado astuto para preguntarse con algo de suspicacia la razón por la que Sebastián Piñera no está en la misma condición que el ex diputado. Y tampoco no hay que ser muy lúcido para encontrar la respuesta en la red de protección que ha formado el ex mandatario en torno a su figura y la red de poder que lo escuda tanto política como mediáticamente.

El marido de Karen no tiene ese poder. No tiene ni siquiera un sector fuerte detrás porque, en medio de su obsesión por llegar a La Moneda, se olvidó de que las ideas necesitan tener sustento electoral más allá de un bonito discurso. Prefirió seguir adelante sin tomar precauciones ni menos concretar alianzas estratégicas. No creía en la estrategia, sólo creía en lo que decía y la manera en la que lo decía, mirándose al espejo mientras su imagen no lo dejaba ver lo que venía atrás. Por lo mismo hoy está fracasado aunque no lo admita. Aunque crea que sus defensas valen la pena en medio del incendio que no previó por escucharse únicamente a él.

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