La violencia hacia nuestros niños y niñas empieza en la sala cuna
Se necesitan educadoras y educadores que amen su profesión, que sean dedicadas y se entreguen por completo para facilitar el aprendizaje significativo de los niños y niñas, dándoles las herramientas que todos los párvulos necesitan, ya que todos aprenden en tiempos diferentes y son todos únicos y especiales.
Carolina Hernández Nordenflycht es Educadora de párvulos del IP Los Leones y estudiante del Diplomado de Liderazgo y Derechos Estudiantiles de Unesco y Educación 2020.
Soy una estudiante en práctica de educación de párvulos en mi último año de carrera. Cuando comencé mi práctica, en agosto de este año, me di cuenta de que llegaban niños llorando, lo que me pareció muy extraño, porque el proceso de adaptación son las primeras semanas de marzo. Al preguntarle a educadora el porqué del llanto de los párvulos, ella me contestó que era porque son “unos cabros mañosos” y tenían sueño. No era así, ellos tienen miedo de la educadora.
Los niños y niñas no participaban en actividades, no intentaban dar una respuesta, ni pensar en hablar delante de sus compañeros, no ocurría. Y si sucedía y se equivocaban, venía de parte de la educadora ese refuerzo negativo que todos los niños no desean escuchar. “Buuu, qué tonto”, “¿Para qué habla si no sabe cuál es la respuesta correcta?”, “Mejor cállate”.
Impresionante que una educadora de párvulos que estudió cuatro años pueda comportarse de esa manera. Y eso no es nada, para “enseñar” que no se debe pinchar con lápices a los compañeros porque es peligroso, le puede salir sangre y le va a doler, la educadora tomó un lápiz de palo y le pinchó el dedo a un niño, diciéndole “¿te gusta que te pinchen con el lápiz? Para que te des cuenta que eso no se hace, porque duele”.
El niño lloró desconsoladamente.
Todos los días los niños y niñas van al desayuno y les dan una taza con leche y un pancito. La educadora llevó en su bolsillo una bolsa, y al que se levanta de su silla, o no se tomaba la leche o simplemente porque el niño no era de su agrado, los castigó con su pan: los guardó en la bolsa y de regreso en la sala, comenzó con la rutina: sacó la bolsa y se comió el pan que le quitó a los pequeños.
Considero que ser educadora de párvulos es un trabajo tan importante como ser un doctor en una operación, como un operador de motoniveladora realizando caminos en las cuestas. Un error en nuestra labor puede arruinarle la vida a mucha gente.
Hay un niño que lo medican y cuando despierta con mal humor se demuestra en la sala de clases con golpes a los compañeros o lanzando materiales. La educadora de párvulos le dice: “Oye, ¿te tomaste las pastillas hoy día?”. La que necesita medicamentos es ella, la educadora, para rehabilitarse del maltrato que realiza a diario a los niños y niñas del nivel.
Creo que en este país (y en todo el mundo) se necesitan educadores, profesionales de la educación, que sean capaces de empatizar, de amar, de ser ejemplos, guías, andamiaje para las vidas de cada niño y niña. Este es un colegio que está situado en un sector con familias vulnerables y nosotras no sabemos la realidad que se vive a diario en sus casas. Se necesitan educadoras y educadores que amen su profesión, que sean dedicadas y se entreguen por completo para facilitar el aprendizaje significativo de los niños y niñas, dándoles las herramientas que todos los párvulos necesitan, ya que todos aprenden en tiempos diferentes y son todos únicos y especiales.
Lo más triste de todo es saber que en muchos colegios, jardines infantiles y salas cunas suceden estas situaciones. No creo que integrando a las educadoras de párvulos en la reforma educacional o subiendo los sueldos o entregando más bonos o abriendo más salas cunas y jardines infantiles el maltrato se termine. Es necesario que las autoridades del país puedan reportar un problema más profundo de violencia social que se refleja en el actuar de esta educadora.
Había pensado en escribir sobre el recibimiento que las educadoras de párvulos les brindan a las estudiantes en práctica, que también es espantoso, pero considero que una mala palabra, un empujón, la poca empatía y todas esas faltas de respeto hacia quienes somos practicantes, yo, como adulta, lo puedo superar, ¿pero un niño?