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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Genocidas de Punta Peuco: ¿aplicar la justicia o la venganza estéril?

"Ese régimen democrático del que se rieron, y al que pisotearon sin pudor alguno, es incluso capaz de considerarlos personas a ellos, a los que atentaron en contra del poder soberano y lo exterminaron para así convertir a Chile en su gran juerga nocturna".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

Todo se confundió. De pronto, y por medio de un aluvión de sensaciones y reacciones, el debate sobre cómo debe funcionar la justicia, en una democracia basada en el estado de derecho, se convirtió en la expectativa frente al “acto del perdón” de torturadores y asesinos, comandado por sacerdotes que trabajaron en la resistencia a la dictadura, en los oscuros años ochenta. Muchos esperaban que el perdón fuera sincero y de corazón, mientras otros, de antemano, acusaron que esta ceremonia no era más que un intento por aminorar las penas de los genocidas.

Si es que nos detenemos a mirar de manera más reposada estas reacciones, tal vez podríamos notar que hay muchos aspectos de la discusión que se pueden ver con más claridad. Sobre todo si es que los analizamos desde la perspectiva del ciudadano democrático y no, como suele suceder, desde el acalorado y estéril griterío.

Por un lado, es claro-sobre todo si uno lee historia-que quienes pidieron perdón no lo hicieron motivados por una sinceridad conmovedora, sino por la ilusión de que la justicia se “apiade” de ellos y reduzca sus penas. Lo que sucede porque, desde la perspectiva de los tipos que están en Punta Peuco, los brutales actos en contra del llamado “enemigo” fueron acciones patrióticas y no lo que realmente resultaron ser, es decir: la aniquilación del otro, del que pensaba distinto, del que se atrevió a querer acelerar y cambiar la historia.

Esta afirmación, por otro lado, no sería lo suficientemente determinante para evitar que la justicia ejerza su función democráticamente, exigiendo reparación, e impidiendo cualquier atisbo de venganza. Es decir, si es que creemos realmente en la democracia y en el fortalecimiento de sus instituciones, lo más evidente sería dejar que estas actúen bajo la idea republicana de que el Estado no puede funcionar de la misma manera que lo hizo cuando la tiranía estaba al mando.

Para ser más claro: no importaría si es que estos personajes piden o no perdón en una capilla, o en el lugar que quieran, si es que el aparato estatal es lo suficientemente certero para que estos veteranos de una guerra que ellos mismos se inventaron en su cabeza– y que usan como escudo emocional para borrar de sus mentes las atrocidades cometidas por sus manos-cumplan sus condenas de acuerdo a la ley y al llamado “debido proceso”.

Porque, más allá de la torpeza de convertir en un tema religioso algo que debe solucionarse en el campo de la justicia, pareciera que la mejor lección para quienes fueron los carceleros de este país, y se jactaron de ello por varios años, sería enrostrarles que “ese régimen democrático del que se rieron, y al que pisotearon sin pudor alguno, es incluso capaz de considerarlos personas a ellos, a los que atentaron en contra del poder soberano y lo exterminaron para así convertir a Chile en su gran juerga nocturna”

Resulta importante no olvidar que la democracia es el mejor antídoto civilizatorio ante la brutalidad del autoritarismo. Como también ante la mediocridad de quienes usan el poder de manera inescrupulosa.

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