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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Francisca Linconao y el costo de no ser empleado del poder

Esta Machi no fue la ejecutora de una máquina de destrucción del otro, validada por el consenso de una elite silenciosa y agresiva. Tampoco formó parte de un aparato represivo que limpió y les desinfectó los pasillos ciudadanos a los que querían hacer de Chile un país menos colectivista. Ella es mapuche, lo que resulta más violento para quienes piden con las lágrimas en los ojos que los torturadores de Punta Peuco sean tratados con dignidad.

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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

Sería un buen ejercicio buscar editoriales de diarios de El Mercurio o La Tercera pidiendo misericordia por la Machi Francisca Linconao, quien lleva ya un par de semanas en huelga de hambre en protesta por su encarcelamiento, sin ser condenada, en el marco del caso Luchsinger-Mackay. Otro buen ejercicio, sería preguntarle a quienes decían que la justicia no se trata de venganza, tan sólo hace unos días atrás, qué es lo que piensan de lo que está viviendo esta mujer a la que algunos medios no la toman en cuenta.

Yo hice lo primero y no encontré nada. Sólo vi evasivas, formas poco elegantes de no querer contestar un tema que no está en el centro del debate público por una sola razón: Linconao no trabajó para el poder, ni menos colaboró a edificar el sistema en el que nos encontramos. Al contrario, es parte del problema en un país que lleva en sus entrañas una lucha de clase, que no quiere ser reconocida, entre los desclasados y los que asumen con fuerza su conciencia cultural.

Esta Machi no fue la ejecutora de una máquina de destrucción del otro, validada por el consenso de una elite silenciosa y agresiva. Tampoco formó parte de un aparato represivo que limpió y les desinfectó los pasillos ciudadanos a los que querían hacer de Chile un país menos colectivista. Ella es mapuche, lo que resulta más violento para quienes piden con las lágrimas en los ojos que los torturadores de Punta Peuco sean tratados con dignidad. Demostrándose así que la justicia y los tratos a los presos no son un tema de verdadera preocupación de ciertos sectores que manosean, sobre todo en este último tiempo, el concepto del estado de derecho, sino que es más bien otra manera de sacar réditos políticos.

Es que en Chile los temas judiciales, y las formas en que estos son tratados, no parten desde una concepción real de lo que es la justicia y sus efectos. Al contrario, tiene que ver con cómo me sirve y de qué manera puedo disfrazar mis intereses de preocupación por el otro. Si es que fuera de otra manera, tal vez podríamos tener un consenso real con respecto a cómo deben funcionar las instituciones, y no seríamos espectadores de rasgaduras de vestiduras solamente cuando quienes están encarcelados han servido a establecer violentamente una manera de concebir el país.

Por ello, ¿es curioso que, tomando en cuenta las situaciones carcelarias en Chile, solamente con el caso de Punta Peuco los medios hayan puesto el foco en las penas y el debido proceso? No, no lo es para nada. Es sólo cómo funcionan ciertas lógicas, por medio de las que podemos entender que el poder es el que muchas veces modela nuestras actitudes y las discusiones que tenemos en casa.

Con esto no quiero caer en el error de victimizar un caso por sobre el otro. Sería más fácil, en un momento en que las víctimas repletan los titulares y las noticias, pero también sería un flaco favor a la misma Machi y a su conciencia cultural y política. Lo que quiero, en cambio, es constatar que seguimos comenzando discusiones y poniendo el ojo donde algunos, quienes ganaron la batalla, quieren que esté situado. Ya que nos preocupamos de los encarcelados, y los motivos por los que llegaron ahí, solamente cuando el objeto de la discordia son los que ejercieron la brutalidad desde arriba, y fueron complacientes empleados del exterminio. No antes, porque parece mal visto hacerlo. O está bien visto en las redes sociales, pero pésimamente en aquellos diarios que lee esa élite que no quiere mirar al sur de Chile, porque es un baño de realidad que le sienta mal a la hora de tomar el desayuno.

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