El retroceso conservador del matrimonio igualitario
Pareciera que el peor error es no haberse constituido como motor de cambio, sino haberse transformado en un grupo de personas que quería ser incluido en algo que en el pasado los excluyó, sin así tomar conciencia de que el camino hacia este objetivo final fue mucho más transformador que la meta.
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
Si bien creo en los derechos de las minorías sexuales, y he seguido y apoyado por años sus batallas en contra de todo un oficialismo mental conservador y homofóbico, admito que la idea del matrimonio igualitario me parece cada día más un retroceso en la tarea de consolidar los avances culturales y sociales que han llevado a cabo los movimientos por la diversidad sexual. Sobre todo cuando la imagen resulta algo curiosa si es que pensamos que quienes fueron excluidos por un relato excluyente y perversamente jerárquico de lo que es la familia, hoy quieren formar parte de este. O ser aceptados por quienes los despreciaron.
Es como querer unirse a lo que en el pasado los persiguió, a lo que no los consideró personas, para así sentarse a su lado y hacerles ver que sí lo son, como si los ojos observadores de quienes transmiten el discurso conservador siguieran siendo una manera de legitimarse como hombres y mujeres que quieren formar una vida juntos con personas de su mismo sexo. Y como si la única manera de seguir adelante con la emancipación fuera paradójicamente encerrarse en la heteronormada institucionalidad nacional.
Es cierto, es un gran avance que Estado reconozca a las parejas sin distinción alguna, pero no resulta tan claro por qué se quiere hacer bajo una lógica que por años ha caricaturizado las relaciones entre dos seres humanos por medio de esa institución llamada matrimonio. Es más, parecía más revolucionaria y dignificante el Acuerdo de Unión Civil por el hecho de que rompía con ciertas estructuras y concepciones acerca de cómo debían ser reguladas estas relaciones, lo que incluso muchos heterosexuales vimos como un gran progreso.
¿Por qué no aprovechar las posibilidades comunicacionales que hoy tienen ciertos movimientos para así realizar cambios de paradigmas reales? ¿No es acaso la continuación de cierta idea de cómo deben relacionarse los sujetos el querer profundizar el principal símbolo de esa sociedad que tanto limitó la vidas de quienes no se adecuaban a esta? Pareciera que sí. Pareciera que el peor error es no haberse constituido como motor de cambio, sino haberse transformado en un grupo de personas que quería ser incluido en algo que en el pasado los excluyó, sin así tomar conciencia de que el camino hacia este objetivo final fue mucho más transformador que la meta.
Con esto no quiero decir que la comunidad gay no tenga derecho a casarse. Al contrario, es sumamente relevante que, de acuerdo a las leyes vigentes, tengan los mismos beneficios de todo ciudadano. Mi observación tiene que ver más bien con la tradición de aquella institución, como también con la oportunidad perdida por parte de quienes lideran movimientos de tanta importancia social y cultural, para poder consolidar otras formas de unión tanto hetero como homosexuales que rompan con los fantasmas y el pasado, en vez de perpetuarlos como las restricciones moralistas del presente.