La pataleta de Lucy Avilés
"Quienes gozan de poder económico y usan su posición para que les agradezcan todo, no saben muy bien en qué consiste lo que está debajo de ellos".
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
La semana pasada se conoció un texto en el que, en su Facebook, Lucy Avilés, la millonaria que trajo el Supertanker, se quejaba de la manera en que había sido tratada en las redes sociales y en los principales medios del país. Se sentía herida por lo que, según ella, habían inventado sobre su persona y hasta atribuyó estos ataques a su condición de mujer, dejando en claro que sus ansias de donar este aparato enorme tenían que ver más con una reafirmación de sí misma, ante sus propios ojos, que un real interés por lo que sucedía en el sur de Chile.
El problema es que en una sociedad democrática todo acto debe ser puesto en tela de juicio, sobre todo si es que quienes los llevan a cabo son personas que andan en busca del aplauso fácil y el eterno agradecimiento de un pueblo que debe quedarse mudo ante ellos por el sólo hecho de que desembolsaron dinero. Lo que pareciera que no entiende ni Avilés ni menos Leonardo Farkas, quien, en defensa de sus donaciones filantrópicas, insultó a quienes habían osado en criticar a la mujer que gestionó el avión gigante.
Es mucha la gente no lo comprende, por lo que es necesario repetirlo una y otra vez: es peligroso tener millonarios lanzando billetes por sobre el Estado y toda institucionalidad, porque sienten cierta superioridad e incluso se creen los llamados a resolver problemas públicos con su dinero privado, lo que en muchas ocasiones, como sucede hoy en día, los hace tomar una posición de poder en la que pretenden acallar cualquier pregunta o comentario que no sea un cerrado aplauso a sus aportes.
Quienes gozan de poder económico y usan su posición para que les agradezcan todo, no saben muy bien en qué consiste lo que está debajo de ellos. Al contrario, creen que todo eso importa bastante poco si es que pueden acudir en la ayuda de los desposeídos que los hacen sentir mejores personas cuando, con los ojos llenos de lágrimas, les agradecen su intervención en la contingencia. Porque están seguros de que su validación moral ante la sociedad consiste en pasar por sobre toda legislación o regulación con las montañas de dinero que para ellos son como sus capas de superhéroes.
Por esto es que Lucy Avilés pataleó en su Facebook exigiendo respeto por su condición social más que por el hecho de ser mujer. Se refugió tras demandas feministas para realmente defender la necesidad que su ego le demanda de ayudar a gente que, según cree, debe quedarse expectante ante sus arranques de bondad y simplemente asentir con la cabeza sin siquiera esbozar un pequeño gesto de cuestionamiento hacia lo que hace o deja de hacer.
¿Debemos quedarnos callados ante lo que esta gente hace pasando por encima de todo decoro y prudencia? Claramente no. Las críticas a Lucy Avilés son aquellas cosas que enriquecen a una sociedad que tiene la obligación de no dejar pasar todo tan fácilmente, más aún si es que quiere ser realmente democrática. Porque, convengamos, no hay nada más antidemocrático que el excesivo individualismo de millonarios que, con tal de ganarse una especie de cielo terrenal, se tapan los oídos y, al igual que Lucy, prefieren regodearse en la autocomplacencia antes que respetar a un país, sus tiempos y sus instituciones.