Pobreza y salud: un problema pendiente
Por último, hay que tener precaución con las políticas públicas populistas que frenan el crecimiento. Como país debemos retomar el rumbo de la generación de empleos, crecimiento económico y desarrollo social; ya que no sólo es necesario para un mayor bienestar material de las personas, sino que también para mejorar las condiciones de salud.
El debate sobre la pobreza y su relación con la salud viene desde muy antiguo. En principio, altas tasas de mortalidad y de morbilidad se registran principalmente en las zonas más pobres de los países y la población que tiene una mejor situación de salud suele, a su vez, tener una mejor situación socioeconómica.
Podría decir que existe una cierta bidireccionalidad, pudiendo presentarse como un circulo virtuoso o vicioso según las decisiones políticas de cada país. Aquellos países que se han dedicado a disminuir la pobreza, generar empleos, incentivar el emprendimiento y otros aspectos que permiten un mayor desarrollo económico, gozan de mejor salud.
El pasado 31 de enero la reconocida revista médica The Lancet publicó el estudio “Socioeconomic status and the 25 × 25 risk factors as determinants of premature mortality: a multicohort study and meta-analysis of 1.7 million men and women” que asegura que la pobreza perjudica seriamente la salud, incluso más que la obesidad, el sedentarismo, la hipertensión o el alcoholismo.
El meta-análisis incluyó a más de 1.7 millones de personas y buscaba analizar cómo influye el nivel socioeconómico en la salud y la mortalidad en comparación con otros factores más convencionales, como el tabaquismo, la hipertensión o la obesidad, entre otros.
El resultado, en términos generales, no es nada nuevo, ya que tal como se ha demostrado en otros estudios previos la pobreza afecta la salud de forma tan importante como el sedentarismo, el alcohol, el tabaco, la diabetes, la obesidad y la hipertensión. Lo nuevo del reciente estudio es que muestra que la pobreza tiene la capacidad de acortar la vida aún más que algunos de los otros factores. El bajo nivel socioeconómico reduce la esperanza de vida en más de 2 años en adultos entre 40 y 85 años; la hipertensión en 1,6 años; el alcoholismo en medio año; la obesidad la acorta 0,7 años; la diabetes la reduce en 3,9 años; el sedentarismo 2,4 años; y el peor, reduciendo la media de vida 4,8 años, el tabaquismo.
Lo anterior nos debe llevar a profundas reflexiones sobre lo que Chile está haciendo como país en materia económica. Hemos visto como en el gobierno actual de Michelle Bachelet ha aumentado el desempleo, disminuido la inversión, cerrado miles de empresas y frenado la economía. Según el documento Panorama Social de América Latina 2014 de la CEPAL en Chile tenemos niveles bajos de pobreza e indigencia, sin embargo aún queda mucho por avanzar. Poner en peligro los bolsillos de miles de personas con tal de cumplir con un programa político que sabemos ha sido fundamentado en la sobreideologización es absolutamente irresponsable. Más aún cuando sabemos los daños que provoca en la salud de las personas. Ya no sólo se está dejando sin empleos, sin posibilidad de emprender o de innovar, sino que también perjudicando la salud.
Por último, hay que tener precaución con las políticas públicas populistas que frenan el crecimiento. Como país debemos retomar el rumbo de la generación de empleos, crecimiento económico y desarrollo social; ya que no sólo es necesario para un mayor bienestar material de las personas, sino que también para mejorar las condiciones de salud. El presidente que asuma en 2018 tendrá que deshacer varias de las reformas realizadas en el actual gobierno y dar un nuevo impulso a la economía del país, sólo así tendrá un verdadero efecto la labor de miles de profesionales del área de la salud.