Rafael Garay, un vulgar aprendiz
Rafael Garay es el resultado de trabajo cultural que lleva más de cuarenta años en Chile. Es la consecuencia de ese acuerdo tácito en el que se dejó de lado todo tipo de ética o moral para que así fuera reemplazada por las lógicas del mercado, aquel en el que todo es permitido: mentir, fingir, y hasta crear falsos de amistad con tal de satisfacer una extraña concepción del individuo.
Todos los medios están centrados en Rafael Garay y su regreso a Chile. Matinales, noticiarios y portales de diarios nos contaron minuto a minuto lo que hacía o dejaba de hacer el ex rostro de la economía televisiva en su viaje hacia nuestro país desde Rumania. Nada más importaba, ya que el calvo que simuló un cáncer para escapar de quienes hoy lo persiguen pareciera ser el comienzo y el fin de un problema del que él no es más que un producto.
Los panelistas de televisión fruncen el ceño cuando hablan de Garay. Dan señales de que lo que sus acciones, independiente de la sanción penal que pueda recibir, constituyen un grave delito porque traicionó la confianza del televidente, cuando lo concreto es que quienes lo pusieron en las pantallas a dar clases de economía fueron ellos, los que veían en él una oportunidad para hablar de un tema serio sin hacerlo del todo. Porque, convengamos, Rafael se codeaba con caricaturas de economistas como son quienes pertenecen a “Felices y Forrados”.
Pero pareciera que hoy no es bueno acordarse de esto. Al contrario, es más sano política y socialmente centrar todas las responsabilidades sobre su lamentable y caricaturesca imágen. Y no reparar en el hecho de que su figura no era más que la de un aprendiz bastante pinganilla de lo que hacen quienes son los grandes personajes del “modelo”, esos que escriben columnas en El Mercurio dando consejos económicos y políticos sin siquiera sonrojarse.
Garay es un vulgar alumno de aquel sistema al que muchos dan por muerto a menudo cuando, si abrimos un poco los ojos, vemos está más vivo que nunca. Es uno de los que se crió ideológicamente, sin darse cuenta tal vez, al alero de quienes enarbolaron el “sálvese quién pueda” como una doctrina casi religiosa, y por ende dogmática, en la que nada importaba con tal de lograr un objetivo: ganar y ganar sin que nadie se diera por enterado.
Por esto es que situar en los medios a este “economista” como el origen de algo, no es más que otra forma de desviar la atención hacia un hecho concreto y que está a la vista: Rafael Garay es el resultado de trabajo cultural que lleva más de cuarenta años en Chile. Es la consecuencia de ese acuerdo tácito en el que se dejó de lado todo tipo de ética o moral para que así fuera reemplazada por las lógicas del mercado, aquel en el que todo es permitido: mentir, fingir, y hasta crear falsos de amistad con tal de satisfacer una extraña concepción del individuo.
Pero, si es que somos más realistas, la verdad es que en personas de poca importancia, como es el caso de este personaje, está lógica se vuelve casi anecdótica. El real conflicto democrático es cuando quienes piensan de igual forma son candidatos presidenciales y manejan un poder que Garay no tendrá ni siquiera en sus sueños.