La DC, los tres caminos y el bien mayor de Chile
"Hoy el desafío es mayor: ser un partido de vanguardia, nacional y popular como se definió desde sus orígenes, comprendiendo las condiciones de la nueva realidad que incluye las actuales reglas del juego del sistema político".
Ramón Mallea es Vicepresidente nacional DC
En las últimas semanas se han ido develando los caminos que la Democracia Cristiana podría tomar ante el proceso presidencial que se vive en el país, generando gran expectación y debate. Y ello, por cierto, podría cambiar la historia del partido anclado en las últimas dos décadas en la centroizquierda.
Para entender la profundidad de los efectos de dichas posiciones es necesario tener algunos puntos claros sobre la realidad de la falange, más allá de la caricatura y los reduccionismos.
Es innegable, desde la perspectiva ideológica, que la Democracia Cristiana chilena se constituye hoy como heredera de una tradición democrática, pluralista, pluriclasista e integradora, que se arraiga en las diversas expresiones de la sociedad y en ello se encuentra su riqueza. Sus principios están amparados en una visión centrada en la justicia, en los derechos humanos y en las libertades, siendo las reactualizadas tesis del humanismo cristiano, del personalismo y del comunitarismo su horizonte doctrinario. Eso, por tanto, supera aquella visión imperante desde mediados del siglo pasado que la enfrentaba al comunismo y al liberalismo como una fuerza de centro; y, ahora —ya agotada esa pugna— la hace protagonista de los debates de una ciudadanía globalizada y más consciente de los derechos humanos de última generación y de las precariedades que sigue sustentando el modelo de mercado que nos rige, pese a las obvias falencias en su corrección.
Seguidamente, respecto a su itinerario ante las próximas elecciones, la Junta Nacional de marzo definió proclamar a Carolina Goic como candidata Presidencial, aspirando además a tener dos listas parlamentarias; y reafirmando para ello —en palabras de la misma candidata— que ‘el domicilio del PDC se encuentra en la centroizquierda’. Esta sola declaración le valió ser reconocida y apoyada transversalmente por todo el partido, porque en ella se distingue un liderazgo nuevo, refrescante y sólido para continuar realizando las grandes transformaciones que el país requiere.
Mas, el escenario se ha vuelto complejo para la candidatura presidencial democratacristiana —dentro o fuera del pacto de la Nueva Mayoría— en tanto se polarizan posiciones y emergen antiguos discursos que buscan cierto purismo ideológico o una derechización del partido. En ese contexto se identifican 3 caminos que definirían no solo la suerte de la presidenciable, sino la de la DC como la conocemos hasta ahora.
En efecto, la vía más ampliamente apoyada por las bases es la primaria legal: la competencia donde todos los postulantes de la coalición participan, asegura tener un candidato único de la centro-izquierda, un acuerdo parlamentario y, eventualmente, un acuerdo de gobernabilidad que permita construir una coalición de gobierno y un programa.
También, se propone la variante de que haya una primera vuelta con más de un candidato, con acuerdo parlamentario y/o programático. Esta es la idea de una parte de la DC, lo que es rechazado por los demás partidos de la NM.
Y una tercera vía: la primera vuelta con competencia total, lista propia de la DC y la concreción de la tesis del camino propio.
Paralelo a estas alternativas que se divulgan en la prensa, se encuentra el fondo de la discusión: ¿qué es lo importante? Para una parte de la DC, que no comulga con el camino propio, lo más trascendental es el bien superior de Chile, y eso implica poner al partido a disposición de la lucha contra la desigualdad y los abusos, el fortalecimiento de la democracia, el desarrollo con equidad y a escala humana.
En este sentido, las motivaciones para definir el mecanismo no solo atañen a los aspectos formales de una elección, sino al futuro de los más vulnerables. De manera tal, que no pueden ser las cuentas entre dirigentes o la negociación por un cupo más o menos las que definan qué alternativa elegir, sino ponerse de acuerdo sobre qué temas son las prioridades para Chile. Asimismo, no significa la mera opción entre si se debe emprender un camino hacia el desierto o si se debe quedar dentro de la NM por un acuerdo conveniente. No es eso lo que está en juego. Sí es determinante, para erradicar el predominio de la realpolitik, ponerse de acuerdo con las fuerzas políticas democráticas y progresistas para continuar con las grandes transformaciones y no frenarlas, traicionando el programa y la confianza del electorado.
Tampoco en la junta de este sábado se puede seguir actuando motivado por la idea de que el partido se consolida como el eterno articulador de los acuerdos, o un partido bisagra entre la derecha y la izquierda. Hoy el desafío es mayor: ser un partido de vanguardia, nacional y popular como se definió desde sus orígenes, comprendiendo las condiciones de la nueva realidad que incluye las actuales reglas del juego del sistema político.
No es la confrontación, la descalificación, ni la imposición de tesis y visiones. Sí es el diálogo fraterno, la unidad en la diversidad y la búsqueda de los objetivos comunes sobre lo se quiere y busca para el futuro, en base a los principios, las ideas y los valores comunes del PDC.
En suma, frente al proceso que se avecina, el desafío de la Democracia Cristiana debe estar lejos de enfrascarse en la discusión obsoleta y pragmática sobre una identidad definida como la lucha por la hegemonía y articulación del poder, sino que debe enfocarse en poner de relieve los desafíos del país y ordenar los esfuerzos que permitan ser verdaderamente un instrumento que sirva para canalizarlos. Es la oportunidad, tal como defendía con fortaleza Radomiro Tomic —no en un mero afán retórico— ser “la espada y escudo de los más desposeídos” y consolidar la “Unidad política y social”, evitando la fragmentación que tantos traumas y desastres han provocado a Chile, no solo en la dictadura, sino en la lógica del retroceso conservador y mercantilista que aspira a desarrollar un eventual gobierno derechista, que solo se puede concretar en base a la división de la centroizquierda.