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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

La verdad de los Sotos

"Que me disculpen los millones de Sotos inocentes por usar esta coincidencia de apellido, pero hoy voy a detenerme en tres de ellos para ilustrar dos trampas brutales".

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Óscar Marcelo Lazo es Neurobiólogo y Doctor en Fisiología. Investigador en el UCL Institute of Neurology. @omlazo

Uno de cada 153 chilenos, aproximadamente, tiene apellido Soto. Esos son varios millones de personas muy diversas. Conozco apenas algunas decenas, pero ya en esa pequeña muestra está representada la enorme variedad humana de la sociedad chilena.

Que me disculpen los millones de Sotos inocentes por usar esta coincidencia de apellido, pero hoy voy a detenerme en tres de ellos para ilustrar dos trampas brutales. Primero, esa en que caemos cuando aceptamos sin crítica alguna lo que otro dice, basados simplemente en su autoridad o en sus referencias, y terminamos creyendo o echando a correr noticias falsas, creencias absurdas y tesis que no cuentan con la menor evidencia. Pero también otra trampa: la desconfianza. Porque está bien examinar críticamente la evidencia, pero sin confianza no se puede vivir. Necesitamos saber que el que tenemos al frente no nos está tratando de engañar.

Entre los Sotos que conozco, lejos el más vapuleado es Javier Soto Chacón, pastor de una iglesia evangélica no reconocida (no está en los registros del Ministerio de Justicia ni es aceptado por la Mesa Ampliada Evangélica) que obtuvo notoriedad pública a propósito de sus vistosas manifestaciones afuera del Congreso Nacional y el Palacio de La Moneda, y su sistemático acoso a políticos y activistas de la diversidad sexual. Aun cuando sus profecías respecto a un castigo divino que caería sobre el país si se aprobaban determinadas leyes resultan exóticas para la mayoría, el hecho de que utilice la autoridad religiosa para propagarlas toca a varias comunidades creyentes, que han debido salir a desmentir o a contener sus ataques. De seguro, sus seguidores son escasos incluso entre los sectores más reaccionarios, no solamente por la violencia de sus actuaciones (a menudo esos sectores celebran acciones mucho más violentas), sino porque la autoridad con la que habla no le es reconocida en forma oficial por nadie. Es un Pastor sin rebaño, sin bastón y sin pradera. Además su relato no es consistente con lo que la mayor parte de la comunidad cristiana cree ni con el talante característico de la fe que dice profesar: el amor a otros como el mayor de los valores humanos.

En resumen, digamos que el Pastor Soto es rechazado porque ostenta una falsa autoridad religiosa y porque su relato es inconsistente con el lenguaje de su religión.

Debe haber otras razones, pero quiero destacar esas dos porque nos permiten comparar al pastor Javier con otro Soto que causa controversia: Ricardo Soto Olhabe, un médico que actúa de panelista de salud en el matinal de Canal 13. El doctor Soto ganó popularidad por una combinación entre seguidores que encontraron en él una cara más cercana de la medicina y detractores indignados porque Soto dijera en pantalla que el cáncer es consecuencia del odio (salvo en los niños, en quienes reflejaría el odio de sus padres), que la carne posee “energías de miedo que alimentan tumores” o que las personas porfiadas serían más propensas a padecer la enfermedad de Parkinson.

Un dato interesante a estas alturas es que Ricardo Soto efectivamente es médico cirujano; y uno formado en la que probablemente sea la mejor escuela de medicina del país, la de la Universidad de Chile. Por supuesto, pese a la peligrosidad de sus afirmaciones, no causa el mismo rechazo que su primo el “pastor”, quizás porque la autoridad de médico desde la que habla (bajo el nombre artístico de Dr. Ricardo Soto y enfundado en delantal blanco) es verdadera y válida. Sin embargo, sus afirmaciones no tienen nada que ver con la medicina, y por eso es resistido en los sectores más sensibilizados con el conocimiento científico. ¿Cómo puede ser que un médico diga en la televisión abierta cosas que contradicen absolutamente toda la evidencia disponible?, ¿desde cuándo un médico puede renunciar a los métodos y criterios de su disciplina para hablar como un chamán o un curandero (no tengo nada contra la epistemología de los chamanes y los curanderos), pero seguir usando la posición de autoridad que el delantal blanco le confiere?

Lo grave de Soto es justamente que el hecho, meramente curricular, de ser médico le permite encontrar mucha menor resistencia al momento de convencer a los televidentes de su relato terapéutico, incluso si sus ideas son absolutamente contrarias al consenso de la comunidad médica. Y lo son: numerosos especialistas, sobre todo expertos en el diagnóstico y tratamiento del cáncer, han salido a refutar las exóticas tesis de Ricardo Soto armados de los mejores trabajos científicos publicados al respecto.

Porque esto no se trata de si Ricardo Soto dice o no la verdad, de si lo hace con buena o de mala fe. Tampoco se trata de si sus terapias funcionan o no funcionan. Se trata de la trampa de usar una voz que goza de legítima autoridad científica para propagar ideas para nada científicas o incluso totalmente contrarias al consenso de la comunidad mundial. Si Soto quiere actuar como médico, lo mínimo exigible sería que sostenga sus inusuales tesis suministrando pruebas o estudios sistemáticos que podamos revisar y dar por válidos, en vez de simplemente decir que la medicina tiene enfoques alternativos. ¿Sabe usted cómo se llama la medicina alternativa que ha logrado validar sus tesis mediante el método científico?: Medicina.

Y si los títulos no bastan para asegurar nuestra confianza ciega, ¿habrá que hacer fe en los papers?, ¿y qué pasará el día en que tampoco se pueda confiar en un científico con un abultado currículum verificable y que publica en algunas de las revistas científicas más prestigiosas del mundo?

El Profesor Claudio Soto Jara estudió su doctorado en la Universidad de Chile y tuvo entrenamiento postdoctoral en la P. Universidad Católica de Chile y en New York University. Trabajó en una compañía farmacéutica en Suiza y luego llegó a dirigir un centro de investigación en Alzheimer vinculado a la Texas University, gracias a sus significativos aportes dilucidando los mecanismos de propagación del daño mediado por la proteína prión. Sus artículos científicos suman más de 100, varios de ellos en algunas de las revistas especializadas más influyentes del mundo, incluyendo Science, varias de los grupos editoriales Nature y Cell Press. Sin embargo, hace ya varios años que el nombre de Claudio Soto produce conversaciones en voz baja y controversias. Porque resulta que a pesar de su gran currículum y de la minuciosa revisión por pares a la que (se supone) es sometida cada publicación científica, varios de los artículos del profesor Soto han sido denunciados por observadores de integridad científica por contener imágenes editadas, combinando muestras diferentes como si fueran la misma, datos manipulados que conducen a conclusiones equívocas o reciclaje de imágenes experimentales usadas en otros artículos suyos, pero rotuladas de manera totalmente diferente. Aunque uno de sus más ruidosos denunciantes, el profesor Paul Brookes de la University of Rochester, tuvo que dar de baja su blog sobre fraudes científicos ante las amenazas recibidas por parte de los abogados de sus denunciados, muchos de los trabajos cuestionados pueden encontrarse fácilmente buscando a los autores en la plataforma PubPeer (https://pubpeer.com/). Con el correr del tiempo, muchos de los trabajos ahí denunciados han sido corregidos por sus autores, atribuyendo las irregularidades a errores y confusiones. Pero la verdad es que si uno mira el tipo de anomalías, es francamente imposible aceptar la tesis del error involuntario.

No se trata aquí del falso pastor, ni del médico hablando fuera de la medicina. Se trata de artículos firmados por un académico prestigioso y publicados en revistas de alto impacto —sobre un tema extraordinariamente candente, además. ¿Será que no podemos creer en nadie?, ¿será que ni las credenciales, ni la solidez de las publicaciones garantizan confianza ciega?, ¿cómo podemos estar seguros de que se nos está diciendo la verdad?, ¿cómo podemos volver confiar?

Quizás el problema de fondo esté en nuestras expectativas acerca de “la verdad”. Para los científicos, no hay tal cosa como una Verdad inamovible y con mayúsculas. Al menos no en la ciencia. Todo lo contrario, lo que más hacemos es dudar, y lo que caracteriza a la verdad científica es que su predicción se cumple bajo determinadas condiciones. Punto.

La ciencia no es otra cosa que un método diseñado para poner a prueba nuestras explicaciones y así poder hacer predicciones más fiables. No se trata de quién lo diga, ni de dónde lo publique, tampoco de la confianza personal que podamos tenerle, sino de hacer predicciones que funcionen y que esas pruebas sean reproducibles por otros.

Tal vez es ahí donde podemos volver a poner nuestras confianzas: no en Soto (el pastor, el doctor o el profesor), sino en el mecanismo que pone a prueba sus predicciones. Y si la predicción se cumple, una y otra vez, con mayor razón habremos de esperar lo mismo en la siguiente. Una confianza lúcida debería ser para nosotros tan inestable como la verdad. Una confianza que dura mientras cumple; una confianza que se educa, se construye en relaciones cotidianas y de largo aliento. Que no cede a la extorsión del prestigio ni la autoridad.

Al fin y al cabo, la verdad de los Sotos es la misma verdad de todo el resto de la humanidad: una hipótesis que hay que verificar.

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