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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Acoso y abuso sexual en organizaciones políticas: Sobre la necesidad de avanzar hacia una orgánica feminista

"Desde el Movimiento Autonomista creemos que es urgente que las organizaciones tomen medidas para frenar la reproducción del patriarcado y el autoritarismo como mínimo necesario para ir construyendo una nueva forma de hacer política".

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Andrea Salazar y Javiera Cabello es Frente Feminista del Movimiento Autonomista.

Durante los últimos meses, el Frente Amplio ha iniciado un proceso de confluencia inédito para la larga y gris transición entre organizaciones sociales y políticas, chilenos y chilenas que nunca habían participado, viejos jóvenes que dejaron sus espacios de militancia y hoy vuelven a creer, niñas y niños, nuestros pueblos hermanos, con el gran objetivo de construir una salida al modelo neoliberal. En esta confluencia, sin embargo, nos golpeamos una y otra vez contra un muro que visibiliza, de golpe, lo que las feministas venimos diciendo desde hace décadas; la política en nuestro país es patriarcal; viene definida desde cánones masculinos, y ni las organizaciones políticas tradicionales ni aquellas forjadas al calor de las luchas sociales de la transición están exentas de ese diagnóstico. Una expresión palpable de ello son los recurrentes casos de acoso, abuso sexual y encubrimiento cometidos dentro de organizaciones, y el cómo se enfrenta dicha problemática dice mucho del estado actual de avance de esta discusión.

Si bien las ideas de emancipación y abolición de la explotación humana han inspirado el imaginario libertario feminista desde sus comienzos, la relación entre las izquierdas y los feminismos ha sido en muchos contextos compleja y contradictoria, llegando a ser descrita como un matrimonio poco feliz. En este, las luchas de las mujeres y la diversidad sexual, entre otras, han sido postergadas e incluso evaluadas como divisorias de los intereses de la clase trabajadora, una clase trabajadora por lo demás caricaturizada; necesariamente fabril, asalariada y masculina, misma caricatura que hoy dificulta, para muchas/os, una comprensión de la idea de pueblo en esos términos. Si asumimos, no obstante, que la lucha de clases no ha cesado, sino que se expresa hoy en formas antes ignoradas, el compromiso por hacerlas visibles y parte de la acción política es ineludible, y así lo han expresado muchas organizaciones que hoy se declaran, entre otras cosas, feministas. ¿Es esta declaración suficiente?

Lamentablemente, el machismo en nuestras sociedades tiene una fuerza que supera ampliamente ese primer paso. Se trata de un esfuerzo que recién comienza y que para muchos no es tan fácil de sostener y comprender. Históricamente y hasta nuestros días, la falta de voluntad y herramientas en la izquierda para cuestionar el orden patriarcal, que considera a todo sujeto no-masculino como uno de segunda clase, ha tenido dos expresiones. Por una parte, la sostenida creencia, explícita o implícita, en supuestas diferencias naturales entre hombres y mujeres, que les otorga roles diferenciados suponiéndolos complementarios e insistiendo en la subordinación de las mujeres como sujeto. Por otra parte, una peligrosa naturalización de las situaciones de violencia, abuso o acoso dentro de nuestros movimientos, las que son interpretadas como privadas o fuera de lo político, resultando así concebible una izquierda en la que las mismas son tolerables. Esto ha traído como consecuencia una profunda desconfianza hacia la izquierda por parte de los movimientos feministas, reacción plenamente justificada si se piensa que, en el trasfondo de la misma, persiste una actitud ciega a los desequilibrios de poder que nos atraviesan. De ahí por ejemplo las discusiones sobre las que teorizara Julieta Kirkwood en los últimos años de dictadura, en que feministas dentro y fuera de los partidos de izquierda se preguntaban sobre el sentido y la utilidad de esta alianza. De ahí también, entonces, que las feministas que hemos decidido llevar a cabo nuestras discusiones y prácticas también dentro de los partidos nos enfrentemos, constantemente, con la tozudez de nuestros compañeros y compañeras para quienes el feminismo es aún secundario. Pero no sólo eso; esta ceguera ha sido un elemento central en las dificultades para articular y convocar a las distintas fuerzas sociales que no se identifican con la caricatura antes expuesta, pero viven sin duda las contradicciones del capitalismo y el neoliberalismo hoy, y las viven, muy probablemente y por lo bajo, por partida doble: como clase, como raza, como pueblo originario y como diversidad sexual.

Ese, y no otro, es el pueblo que hoy somos, cuyo avance buscamos, y cuyos intereses, que son también los nuestros, debemos saber describir e interpretar. No habrá transformaciones radicales si continuamos hablándole a un sujeto político masculino y heterosexual; superar la división entre hombres y mujeres y las diversidad sexuales, y la subordinación de estos últimos es imprescindible, no sólo como horizonte a futuro ni como código de conducta (ambos necesarios), sino como parte de nuestra táctica política hoy. La existencia de un código y una ética militante acorde con esa claridad es entonces ineludible. Si asumimos la imposibilidad de crecer y avanzar como fuerza transformadora sin las mujeres y sin el feminismo, asumimos también y con urgencia la necesidad de hacer de nuestros espacios de militancia un espacio democrático, seguro, respetuoso, y políticamente decidido a promover la participación de todas y todos en cada espacio de decisión. Ello demanda de nosotres cuestionar la forma en que nos relacionamos tanto dentro como fuera de nuestra militancia, pues entendemos que la división entre lo público y lo privado no es tal, y que las relaciones personales son también políticas: estamos constituidos como sociedad en un entramado de relaciones cruzadas por el patriarcado capitalista, y como fuerzas de transformación, pero sobre todo como individuos insertos en esta sociedad, hemos heredado también prácticas machistas que es imperativo erradicar.

Desde el Movimiento Autonomista creemos que es urgente que las organizaciones tomen medidas para frenar la reproducción del patriarcado y el autoritarismo como mínimo necesario para ir construyendo una nueva forma de hacer política. Estamos convencidas de que la labor de ir desentrañando las formas en que nos relacionamos y vivimos son también parte de un deber militante que cuestiona lo que se nos ha enseñado como natural. Por estas razones, además de ir debatiendo colectivamente sobre cómo enfrentar esta problemática, fue sancionado por nuestra organización la necesidad de un protocolo que hoy esta siendo discutido y pronto a aprobarse en nuestra militancia, con la firme convicción de que las formas en que vivimos nuestras vidas pueden y deben también ser transformadas. Buscamos primero prevenir las conductas patriarcales y, en última instancia, sancionar a quienes las cometan con el fin de no permitir que nuestra organización siga reproduciéndolas. Instamos a todas las organizaciones políticas y sociales a ser parte del mismo camino para que no sólo nos declaremos feministas sino que efectivamente construyamos una orgánica y una práctica política feminista y radicalmente transformadora.

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