Guillier y Nueva Mayoría no tienen pertenencia
"No se trata de un mal candidato, sino de un candidato a destiempo. El expresidente del Colegio de Periodistas tiene la virtud de ser una persona honesta; sin embargo, ese rasgo tan esperable de un político, hoy lo complica en demasía".
Patricio Araya es Periodista y Licenciado en Comunicación Social (Usach).
¿Es posible tener sentido de pertenencia en corral ajeno? ¿Puede el allegado sentirse dueño de casa por una sola declaración de buena crianza de los que lo acogen? ¿Habrá espacio para la confianza mutua? “Siéntete como en tu casa”, es la oferta espontánea. Difícil, pero no imposible. En ese proceso, el tiempo es clave. Si lo que sobrara fuera tiempo, no habría problema alguno para desarrollar un plan que incluya tres etapas copulativas: adaptación, reconocimiento y empoderamiento que le permitan al recién llegado comportarse como uno más de la casa, y que a su vez, los del clan validen su capacidad para representarlos. Pero, el tiempo es lo que escasea.
El senador Alejandro Guillier es poseedor de un capital político mal mirado desde la actual orgánica partidaria: su independencia. Ser independiente en Chile es como ser abstemio: admirable, pero desabrido; poco creíble. Nadie dice que el abstemio no pueda venir a la fiesta, pero el resto de los comensales de seguro lo verá con cierta desconfianza y acabará aislándolo. Lo propio sucede con la condición de independiente, la que se paga muy cara en estos tiempos; el costo ulterior es terminar como pollo en corral ajeno. Todo ello, desde una perspectiva militante. El poder político tiene dueño y domicilio conocidos.
En el entendido que hasta hoy Alejandro Guillier no ha alcanzado la fase del empoderamiento pleno dentro de la Nueva Mayoría –no obstante haber sido proclamado candidato presidencial por cada uno de los partidos miembros, excepto la DC–, desde la vereda del actor ajeno a la membresía, cabría preguntarse si la mera inscripción de su candidatura en el Servel alcanzará para desarticular su propósito de mantenerse como independiente, toda vez que él continúa aclarando que sí lo hará, y si ella dotará de autoridad absoluta a los partidos sobre su candidato.
Pese a su cercanía con el Partido Radical, a Guillier no le interesa ser militante, él valora su libertad de conciencia; por su parte, a la NM le sonroja tener que alinearse detrás un independiente, a quien ve como “castigo” a su incapacidad para generar nuevos liderazgos –a excepción del PDC. Es decir, existe una evidente falta de sentido de pertenencia recíproca. El asunto es que ambos van arriba del mismo tren. Tal vez a Guillier, mucho más allá de la incomodidad que le produce una militancia con fórceps –a la que se rehúsa en todo minuto–, lo que sí le provoca un tremendo ruido (comunicacional) es tener que explicarle mañana a los adherentes a su candidatura independiente, que no podrá cumplirles tal promesa, y que, urgido por las circunstancias temporales de la política, no solo tendrá que hacer oídos sordos a las críticas que le lloverán por semejante incumplimiento, también tendrá que sublimarse al bloque que lo ungió. (Esto no va a funcionar).
No se trata de un mal candidato, sino de un candidato a destiempo. El expresidente del Colegio de Periodistas tiene la virtud de ser una persona honesta; sin embargo, ese rasgo tan esperable de un político, hoy lo complica en demasía. Chile aún no es Finlandia. En cuatro años la Nueva Mayoría no fue capaz de generar una carta propia, y ahora, apremiada por la contienda presidencial de noviembre, está intentando poner en la papeleta el nombre de una persona a la que no siente como suya, ni segura para revalidar el poder; mientras que el delfín tampoco se siente tan legitimado como para retener el gobierno, entre otros factores, por la falta de pertenencia mutua. “Soy independiente. Eso lo tienen que asumir. Si no, busquen un militante”, ha dicho en tono desafiante. Hay en esas palabras, más que una bravata, un hastío.
Habrá que ver si Guillier estaría dispuesto a hipotecar desde La Moneda la credibilidad que ganó durante años como lector de noticias y que lo llevó al Senado, y si los partidos admiten que para esta pasada se requiere, más que un rostro nuevo y diáfano que pueda suplir sus carencias y egoísmos, un vástago de una historia que data de 1990, plagada de aciertos y errores, que sea capaz de una vez por todas de enfrentar el desarrollo sustentable y terminar con la desigualdad socioeconómica.