Post-verdad, dialéctica y conspiración: la trilogía de la desconfianza
"La post-verdad nutre la ciber-dialéctica categorial, y la creencia en la conspiración permanente. Además, con un vehículo de apoyo brutal como la Internet, que permite fácilmente exponer una conceptualización de la realidad entre lucha de opuestos".
Ernesto Evans es El Dínamo.
El concepto de post-verdad fue la palabra estrella del 2016 según el diccionario de Oxford, que la define como historias o noticias donde los “hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que la apelación a la emoción y a la creencia personal”. Son historias o noticias no necesariamente ajustadas a los hechos, o definitivamente falsas, que el público quiere creer (o cree) son veraces, o sencillamente no es importante para la gente que sean ciertas.
El filósofo británico A.C. Crayling sitúa este término en el posmodernismo y el relativismo: “Todo es relativo, se inventan historias todo el tiempo, donde ya no existe la verdad”. La post-verdad también está vinculada a las tecnologías de la información y comunicaciones, a los millones y millones de seres humanos que, diariamente, acceden a las más variadas fuentes de información vía internet. Para la periodista Katharine Viner (The Guardian), muchas historias que se difunden como verdaderas son falsas, pero lo peor es que el público acepta esto. Llega a preguntarse si la verdad importa, advirtiendo que, en la era digital, es más fácil que nunca publicar información falsa, que rápidamente se comparte y se toma como si fuera cierta.
Incluso a comienzos este año, en el encuentro de la Asociación de Radiodifusores de Chile, la Presidenta Bachelet se quejó del exceso de noticias falsas. Para algunos la post-verdad fue clave en la elección de Trump o en el Brexit. Sin embargo, hay otro fenómeno que se suma a lo anterior: la bi-direccionalidad. Antes leíamos el diario y nos quedábamos con su contenido. Hoy podemos fácilmente, – a través de Facebook, Twitter o un Blog – publicar nuestro parecer, dar ideas y opiniones sobre las noticias. Aún más, podemos inventar una historia falsa, o apoyar una, enviarla a la red o darle un “like” que, sumado a otros miles, genera una gran difusión.
Pero ligado a lo anterior están quienes, nutridos de estas historias o noticias, van alimentando en su mente categorías posmodernas para explicar cómo funciona la sociedad, sus actores relevantes (políticos, poderes, empresarios, líderes) y sus dinámicas. Podríamos definirla como una “ciber- dialéctica categorial”, donde la oposición de otrora conceptos como opresores y oprimidos, clase dominante y clase dominada, ha ido mutando: ahora se habla de “duopolio político y empresarial” versus las fuerzas sociales que quieren cambiar el modelo; neoliberales-conservadores versus progresistas y partidarios de la libertad plena en temas valóricos; o lo que antes era el capataz, -el yanacona servil a los intereses patronales-, ahora es un “facho pobre”, quien asalariadamente defiende la sociedad actual, en oposición a quienes tienen conciencia de que el “modelo” es pernicioso y hay que cambiarlo. En fin, hay más, pero lo importante es que son categorías mentales que permiten rápidamente etiquetar una realidad que, en la mayoría de los casos, es mucho más compleja.
La post-verdad nutre la ciber-dialéctica categorial, y la creencia en la conspiración permanente. Además, con un vehículo de apoyo brutal como la Internet, que permite fácilmente exponer una conceptualización de la realidad entre lucha de opuestos. Esto se ve recurrentemente en las redes sociales. Más allá del análisis del contenido que escriben algunos columnistas, las reacciones muchas veces es contra las personas. ¿Por qué? Porque las categorías de algunos lectores están preconcebidas: el columnista X o Y, pertenece a la clase dominantes, es parte de los privilegiados o representa intereses de quienes siempre van a estar confabulando para obtener mayores beneficios. Luego, lo que diga o escriba va a ser parte de ese dominio categorial. Y no es simple troleo, sino la expresión de una lógica de pensamiento, que encasilla la realidad social y sus actores interactuando siempre en veredas opuestas: o estas en una o la otra, porque son irreconocibles.
Estoy convencido que la realidad es más compleja, y las personas creen en cosas que pudieran aparecer contrapuestas, pero no lo son. Conozco a gente que cree en el mercado, pero está a favor del aborto, como otros que se apuntan al progresismo, pero en su vida personal y profesional son liberales y poco creen en el Estado. Hay otros que jamás abortarían, pero comparten la necesidad de actualizar la normativa. Es un llamado a no categorizar fácilmente, sino nos llenaremos de prejuicios.