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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Guns N’ Roses en Santiago Rock City: La Ciudad Paraíso del Rock.

Si, comenzó a la hora. Si, repitieron canciones (obvio, son sus hits) y agregaron varios temas que nunca antes les escuché tocar en los conciertos a los que asistí. (FOTOS: Sophie Paterson)

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Johanna Watson es Publicista, escritora especializada en rock y sus ramas. Investigadora de la historia de la música chilena.

He ido las cinco veces que la banda ha tocado en Chile, y puedo decir que lo del viernes estuvo, primero, muy diferente a los otros shows y, segundo, que todos, sobre todo Axl Rose ha mejorado muchísimo su nivel vocal tanto como físico. Lo que le permitió correr, cantar, subir escaleras, saltar, gritar, motivar al público, durante nada menos que 3 horas seguidas, con 55 años de edad y mucho rock en el cuerpo. Yo, con 37 años, subo 5 pisos a pata y quedo con el corazón a mil. Claro, porque pucha que le han dado cuerda al sobrepeso de Axl Rose, o a sus posibles cambios en la voz, comparando milimétricamente la interpretación 2017 versus las grabaciones hechas en 1987 (Sic).

Así y todo, con esos 30 años de distancia, hubo temas que salieron calcados a lo que podíamos escuchar en esos cassettes de antaño.

Lo del viernes en el Monumental fue una comunión maravillosa. 45.000 personas viendo pasar su vida por delante, recordando momentos de la vida, buenos, malos, juveniles, adultos. Coreando a todo pulmón, viviendo el momento desde lo personal, en pareja o con amigos, lo cierto es que la noche se iluminaba con la energía que el público emanaba en cada acorde. Los Guns, a su vez, lo daban todo. Ocupaban el escenario por completo, cada integrante se lucía cuando llegaba su turno. El bajista, Duff Mckagan, cantó su clásica versión de The Misfits «Attitude», el teclista Dizzy Reed tuvo varios momentos solo en el piano, Richard Fortus demostró que le hace el peso a Slash en la guitarra y este último para qué decir, se peinó como siempre haciendo rugir las cuerdas de sus maravillosas guitarras al punto de cortar una cuando ejecutaba un solo.

El show, como de costumbre, estuvo lleno de momentos memorables, tanto por sus temas emblemáticos como por los cover que presentaron. Personalmente me gustó mucho el de Soundgarden, porque obviamente es un homenaje al recientemente fallecido Chris Cornell, y porque de alguna manera refleja la fragilidad de los que están sobre escenario. Pareciera que «Black Hole Sun» se convirtió en un himno de aquellos que viven en soledad, y que pasan sus vidas sobre aviones, de hotel en hotel, de país en país y de escenario en escenario:
«En mis ojos / estoy indispuesto / disfrazado
como nadie sabe / se esconde la cara /descansa la serpiente / El sol / en mi desgracia»

El otro cover que me gustó fue una bonita versión en piano de «Wichita Lineman», estrenada en 1968 por Jimmy Webb, un cantautor norteamericano.

La canción en Estados Unidos es muy popular, de hecho, ha sido versionada por Billy Joel, R.E.M, Patti Smith, Ray Charles e incluso por José Feliciano en una versión instrumental. La versión de Guns me gustó porque fusiona la voz rasposa de Axl Rose, con la sonoridad clásica de un tema «sesentero». El experimento funciona y se agradece ver a Axl Rose cantando algo distinto, que de paso le queda muy bien, ya que puede lucir su voz en el estilo de la balada.

El lado negativo de la jornada fue el sonido. Hubo varios problemas, algunos acoples y desajustes en la ecualización, por ejemplo, a ratos bajo y guitarra estuvieron muy altos, interviniendo con la voz, o lo mismo pasaba con el piano de Reed. Desconozco si los encargados de este ítem eran parte del staff de la banda o de la organización de Fanlab.

El público fue bastante heterogéneo. Al menos 3 generaciones unidas repletaban el recinto. Si bien es cierto según mi propia experiencia y también por lo que leí, que había gente poco «prendida» o con poca actitud de «concierto», gritando o saltando, por otro lado me dio gusto ver una gran cantidad de adolescentes disfrutando del show, no sólo bailando, sino que también coreando o muy concentrados observando lo que pasaba sobre el escenario. Había olvidado lo que es ver a un adolescente rockero. Antes era tan común y ahora parecen especies en extinción. Fue esperanzador ver cabros de entre 12 y 20 años disfrutando al chancho de un espectáculo como este, abrazándose, saltando, como si estas canciones representaran grandes momentos de sus vidas.

Otro punto alto durante el concierto fue «Rocket Queen», tremendo tema del emblemático disco Appetite For Destruction. En esta ocasión disfrutamos de una versión que incluyó un diálogo entre las guitarras de Richard Fortus y Slash, quien incluyó toques funk que sonaron increíbles mientras batería (Frank Ferrer) y bajo (Duff Mckagan) acompañaban manteniendo el espíritu del tema, que ya tiene 30 años.

Mientras el concierto avanzaba, tenía la satisfacción de entender que la parada de Guns es muy distinta a la que los trajo el ’92, e incluso muy distinta a la que trajo a Axl Rose y compañía años después.

Lo del viernes me dejó con una sensación de plenitud, porque se nota que están maduros, que la banda creció.
Se percibe en su show, en la calidad que cada uno aporta como músico, se nota que todos dan lo mejor de sí y eso se siente desde el otro lado, y se agradece.

A diferencia de otros años, no me quedé con ese clásico sentimiento de «no tocaron tal y tal». Al contrario, tocaron todos sus hits, sus lentos, sus himnos, sus temas más pesados. Tocaron todo y dejaron el alma plasmada en el escenario, el eco de sus voces y de sus instrumentos detenidos en la atmósfera, en nuestro recuerdo, en la garganta que nos acompañó en los gritos y cantos.

Y pese a que hubo algunas falencias, me quedo con lo bueno, con la comunión del público, con la emoción que nos reúne a todos los que los fuimos a ver, con haber coreado las canciones y con el desempeño de la banda que, aunque digan lo contrario, lo están haciendo con gran profesionalismo, lo que me hace pensar y a la vez soñar, que de Guns n’ Fucking Roses tenemos para rato.

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