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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Caso Luchsinger Mackay: una lucha entre colores de piel

"Podríamos darnos cuenta de que lo que sucede en ese terreno en disputa en el sur de Chile tiene que ver con una pelea política que no se resuelve con simbolismos, condenas ni palabras bonitas de unidad, sino que con asumir que la lucha de clases no ha cesado".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Columnista.

¿Cómo se puede calificar lo que sucede en La Araucanía? Esa es una pregunta que hace mucho que me vengo haciendo. Unos dicen que es el problema de una cultura que no está siendo reconocida por el Estado, mientras otros solamente lo atribuyen al terrorismo que azota a la región. No pareciera haber otras interpretaciones al respecto. Sin embargo, y a la luz de lo que hemos podido ver en torno a la resolución que absolvió a los procesados por el crimen de la pareja Luchsinger Mackay, podríamos buscar otras respuestas.

Todo lo que ha sucedido este miércoles en que se conoció el veredicto del caso, puede darnos luces sobre lo que pasa. Porque cuesta mucho ver esto como una situación que se reduzca solamente a la devolución de unos terrenos o al vandalismo de un grupo de personas. No. Eso sería simplificar tal vez uno de los grandes conflictos que complican a nuestra sociedad desde tiempos inmemoriales: el de la clase. El racismo y de las pieles y sus colores.

¿No es acaso eso lo que hemos visto por estos días? Me parece que sí. Aunque suene fuerte, resulta evidente que el problema político radica en el color de piel o en el que muchos creen que tienen. Una lucha de colores reales y mentales que sentimos pero no razonamos. Ya que todo pareciera indicar que el debate que realmente se desarrolla en torno a quienes estuvieron en prisión preventiva no es si es que son culpables o inocentes, sino de dónde vienen y lo que representan.

Con esto no quiero decir que su cultura los haga seres especiales ni que merezcan un tratamiento distinto a quienes vivimos en estas tierras. Todo lo contrario: el mismo. Cosa que parece que no sucede porque le tememos a lo que representan y a lo que son. Al extremo de no reconocerles que son una cultura- o clase- que quiere defender su conciencia de tal ante quienes buscan obviarla.

Los gritos de la familia Kast son una demostración clara de lo que señalo. Luciendo sus rubiedades, tanto tío como sobrino intentan explicar que el tema acá no se trata de otra cosa que de un delito puntual. Quieren que nos quede claro que lo que les preocupa es el asesinato de una familia y no la mantención de la simple idea de los “buenos y malos”, para así seguir fortaleciendo un antagonismo que sostiene una estructura en la que el Estado identifica al enemigo con la forma en que visten sin que haya pruebas concluyentes. Insisto: esto independientemente de si efectivamente estas personas han realizado un delito.

Pero si nos detenemos en la derecha caeremos siempre en el mismo lugar común. También vale la pena observar ese progresismo que se ha llenado la boca con la cultura mapuche haciendo muy al respecto, aparte de convertirlos en estatuas vivas para fundamentar su autocomplacencia. Ya que cierto nuevo “progre” se ha puesto del lado de quienes fueron procesados no porque entendiera el problema social que ahí se desarrolla, sino porque siente adoración por las “víctimas” y lo que están viviendo.

Si no lo hace no podría perdonárselo. Sería no cumplir de manera obediente a la rebeldía que supuestamente dice representar cuando levanta la bandera de ese pueblo que no sabe muy bien lo que significa. ¿Pero qué importa eso si es que lo vieron levantándola? ¿Qué importa no entender lo que se está haciendo si es que esto puede dar pie para llenar un perfil de Twitter en el que pueda decir con fuerza “odio las injusticias”? Una vez hecho eso, todo está más tranquilo en la conciencia de quien dice está del lado de lo “justo”.

Digo esto porque pareciera que son estas dos posiciones las que están en disputa. Son dos extremos que no entienden lo que pasa y mucho menos quieren detenerse a saberlo. Porque al hacerlo tendrían que dejar de lado sus banderas y analizar con más profundidad nuestros miedos, odios y desprecios. Podríamos darnos cuenta de que lo que sucede en ese terreno en disputa en el sur de Chile tiene que ver con una pelea política que no se resuelve con simbolismos, condenas ni palabras bonitas de unidad, sino que con asumir que la lucha de clases no ha cesado.

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