El panorama electoral y político en Chile después de la primera vuelta del 19 de noviembre
Los resultados han dado pie a una serie de conclusiones apresuradas. No han faltado quienes indican que se ha iniciado una nueva fase, e incluso analistas que siguen indicando que a raíz de lo ocurrido se habría producido el “fin de la transición”, o la superación del “duopolio”, lo que devela una enorme falta de información e imprecisión conceptual.
Octavio Avendaño es Académico del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.
Las elecciones del pasado domingo 19 tuvieron una inusual carga de intensidad y expectación que no se veía desde la segunda vuelta de enero de 2010, o una década antes en la disputa Lagos-Lavín. En parte, la intensidad derivó de las reacciones que asumió una parte del electorado frente a una eventual victoria de Sebastián Piñera. Además, algunos de sus resultados fueron inesperados y hasta sorpresivos, descolocando a la casi totalidad de analistas y politólogos del medio nacional.
Los resultados han dado pie a una serie de conclusiones apresuradas. No han faltado quienes indican que se ha iniciado una nueva fase, e incluso analistas que siguen indicando que a raíz de lo ocurrido el domingo 19 se habría producido el “fin de la transición”, o la superación del “duopolio” (algo que se había producido mucho antes), lo que devela una enorme falta de información e imprecisión conceptual. Surgen diagnósticos optimistas -aunque también pesimistas- sobre el devenir de ciertas coaliciones y partidos que han sido ampliamente difundidos a través de los diferentes medios de prensa.
A mi juicio, los resultados deben ser leídos e interpretados con cautela, tanto en lo que respecta a la contienda presidencial como a la disputa parlamentaria. Un hecho significativo de la reciente elección fue el nivel de participación registrado, en comparación al 2016 y a la contienda presidencial y parlamentaria del 2013. De todos modos, se trata de una participación aún baja (46,6%) lo que sigue transformando en volátil al escenario electoral. Las tres últimas elecciones -celebradas desde el 2012- han tenido resultados muy dispares entre sí. No se aprecia continuidad o una tendencia que favorezca a una determinada fuerza política.
Sin duda, lo más inesperado fue la votación alcanzada por Beatriz Sánchez que sobrepasó levemente el 20%, ubicándose dos puntos debajo del candidato oficialista Alejandro Guillier. Se trata de una votación a costa de la Nueva Mayoría. Una parte del electorado del PS votó por Sánchez, tal como en 2009 lo hizo por Marco Enríquez-Ominami; a su vez, una parte del electorado de la Democracia Cristiana (DC) votó por Guillier, lo que se puede deducir de la diferencia entre la votación obtenida por Carolina Goic y la de los aspirantes al Congreso Nacional. Asimismo, fue sorpresiva la cantidad de escaños alcanzados por el Frente Amplio (FA) en la Cámara de Diputados, incluyendo al senador electo en la circunscripción de Valparaíso, Juan Ignacio Latorre, vinculado a Revolución Democrática (RD).
Sobre el alcance de los resultados
Los medios de comunicación han hablado de la configuración de un nuevo escenario. ¿Pero en base a qué antecedentes esgrimen semejante conclusión? ¿Se basan únicamente en el desempeño del FA? ¿O toman en cuenta, principalmente, lo ocurrido con algunos partidos, como la merma sufrida por el PDC y en menor medida por el PPD? Es por eso que considero necesario ser bien cuidadoso en el análisis, sobre todo pensando en lo que pueda llegar a ocurrir, finalmente, en el balotaje del próximo 17 de diciembre.
En primer lugar, los partidos tradicionales o mejor dicho aquellos que ya tienen más de 30 años de trayectoria y funcionamiento no resultan mayormente dañados. RN aumenta el número de diputados, lo mismo el PC y el PR. El PS obtiene senadores donde antes no poseía y se posiciona, dentro de la Fuerza de Mayoría, como el partido con más diputados. El PDC, que experimentó una importante caída en el número de diputados y senadores, obtiene 400 mil votos, cifra para nada despreciable, de los cuales no todos se expresan en escaños en el Congreso Nacional. De los partidos clave del FA, el Partido Humanista (PH) -colectividad de más de treinta años- obtiene un buen número de cargos.
Quien se atreva a plantear que estamos ad portas de un desplome del sistema de partido está muy equivocado. Cualquier análisis comparado con países que han evidenciado tal fenómeno así lo demuestra, por ejemplo, Italia en 1992, Venezuela en 1998, Bolivia antes de 2006, Perú en la segunda mitad de los años noventa, entre otros. Más bien, se configura un sistema en el que coexisten antiguos partidos (antes de la fase autoritaria), otros surgidos previo a 1990 y luego del 2011: Movimiento Autonomista (MA), Revolución Democrática (RD), ambos pertenecientes al FA, y Fuerza Regionalista Independiente (FRI), que elige a dos diputados otrora pertenecientes al PDC, entre ellos Alejandra Sepúlveda y Jaime Mulet. De acuerdo a la literatura especializada, cuando coexisten antiguos y nuevos partidos el sistema deviene estable. En primer lugar, porque los partidos antiguos aportan con arraigo y capacidad de adaptación. En segundo lugar, porque los nuevos pueden llenar un vacío a nivel de la representación, o haber desplazado a partidos que venían experimentando debilitamiento organizativo y electoral.
En segundo lugar, con los resultados se evidencia que la fragmentación que se venía registrando, incluso con el binominal, se tiende a acentuar. Hoy, son alrededor de 18 los partidos con escaños en la Cámara de Diputados. Esto genera una enorme complejidad para alcanzar mayoría en la deliberación legislativa, establecer cualquier tipo de acuerdo y asegurar respaldo en la gestión de gobierno. Desde 2006, la ausencia de mayoría no sólo ha derivado del desempeño electoral sino también debido a la acción de “jugadores con veto”, o de parlamentarios díscolos que sobrepasan las posibilidades de cohesión y desarrollo de acciones concertadas. Sea quien llegue al gobierno o pretenda asumir el rol de oposición deberá negociar con otras bancadas y fuerzas políticas, para la conformación de coaliciones que aseguren mayoría en el Congreso Nacional. A ello se agrega el hecho que persisten los llamados quórum calificados, lo que obliga a la negociación y acuerdos entre las bancadas. Sin embargo, como se viene dando desde el mismo período aludido están dadas las condiciones para la negociación individual entre gobierno y determinados parlamentarios.
En tercer lugar, en términos de línea programática, lo que el FA atribuye como algo propio no difiere, en lo sustantivo aunque sí en la forma, con lo que se viene planteando desde el primer gobierno de Bachelet, cuando se instala la idea de protección social, y luego en el actual, cuando se plantea el hecho de avanzar en reformas estructurales. Reformas que no tuvieron el respaldo suficiente ni en la coalición de gobierno, ni de parte de la ciudadanía. ¿Qué organizaciones ciudadanas contrarrestó el poder de la CONFEPA en el momento en que se aprobaba la reforma contra el lucro y la eliminación del copago en educación? ¿Cuán denostados fueron los cabildos locales por parte de un sector del PDC y por algunas agrupaciones del FA, con excepción de dirigentes de RD, cuando se intentaba avanzar en una propuesta de Asamblea Constituyente? ¿No fue bajo este gobierno que fue aprobada la reforma al binominal que permitió el posicionamiento del FA en el Congreso Nacional? En cierta medida, el éxito relativo del FA a nivel parlamentario es consecuencia de iniciativas adoptadas por miembros de la Nueva Mayoría, aún arriesgando su permanencia en ambas Cámaras del Congreso Nacional. Desconocer esa realidad es simplemente faltar a la honestidad.
Cuarto, los medios de comunicación se han referido al fenómeno del FA por sus logros alcanzados en la contienda parlamentaria. Es indudable que los 20 diputados obtenidos más un senador por Valparaíso son el reflejo de un esfuerzo y una hábil competencia desplegada con posterioridad a las elecciones primarias celebradas en julio de este año. Pero ello no puede impedir desconocer los avances del PC que, dicho sea de paso, viene experimentando un aumento progresivo desde 2009. Aumenta sus diputados y consolidan importantes liderazgos como el de Karol Cariola y Camila Vallejo. No está demás recordar que ambas fueron figuras protagónicas y artífices de lo ocurrido en 2011 como presidentas de la FEC y la FECh, respectivamente.
Quinto, es necesario tomar en cuenta que el actual sistema electoral también genera distorsiones a nivel de la representación. Incluso, se reproducen distorsiones que antes se le atribuían al binominal, como la situación de los pequeños partidos, sin coalición, la exclusión de candidatos con un buen desempeño y la posibilidad de que obtengan escaños parlamentarios con una votación inferior al 1%. Tanto la derecha, el PC, como el FA, entre otros, se beneficiaron de estas distorsiones. El sistema electoral deja escaso margen para la presencia de candidaturas independientes o incluso de partidos que, como el PDC, decidan ir en listas separadas. Los 400 mil votos obtenidos por el PDC no se vieron reflejados en una misma proporción de escaños, debido al modo en que terminaron siendo distribuidos los cargos entre las distintas listas.
Proyecciones de las recientes elecciones
La segunda vuelta, o balotaje, programado para el próximo 17 de diciembre será, sin duda, una de las elecciones más importantes que se hayan realizado en Chile desde 1990. En ellas, se enfrentarán las posiciones sobre las cuales se van a desenvolver, en los próximos años, los partidos y principales bloques políticos. De seguro, permitirán configurar un escenario muy distinto al que marcó a los años inmediatamente posteriores a la transición. Es por eso que de aquí en adelante cada coalición o bloque político deberá resolver sus propios dilemas.
Fuerza de la Mayoría posee un enorme desafío, dado que está en juego la proyección del actual gobierno y, en especial, la posibilidad de mantener en el tiempo las reformas y logros alcanzados. También se verá obligada a generar las condiciones que permitan la profundización de tales reformas. Para ello, solo requiere manifestar voluntad política. Guste o no, fue el gobierno de la Nueva Mayoría el que asumió la demanda de la reforma educacional. Fue el mismo gobierno el que asumió, en condiciones bastante adversas, el tema constitucional que no es de fácil solución, ni en términos procedimentales ni en términos sustantivos.
Para el FA existe la posibilidad de consolidarse como una coalición alternativa, asegurando de ese modo su proyección en el tiempo. No es primera vez que surge una alternativa o fuerza política, diversa en su composición, que tiene un buen desempeño pero que se desvanece con el asar de los años. Ejemplos de este tipo sobran a nivel latinoamericano. Además, el FA se ha configurado como un conglomerado integrado por organizaciones con diferentes trayectorias, experiencias y propuestas doctrinarias, las que al mismo tiempo ofrecen una multiplicidad de liderazgos. Me atrevería a decir que el FA se ha inventado una disyuntiva que le puede traer enormes costos internos y comprometer su proyección.
En nada afecta al FA respaldar la candidatura de Guillier. El respaldo no obliga la participación en su gobierno. El FA podrá mantener su condición de fuerza alternativa, e incluso asumir lo que eufemísticamente se denomina como “oposición constructiva”. Pero negar el respaldo puede significar que se le atribuya la responsabilidad de un eventual triunfo de la derecha. Marco Enriquez-Ominami (MEO) recibió ese estigma tras la segunda vuelta celebrada en enero de 2010. Pero a diferencia de MEO, el FA tiene mucho más que perder, debido a que cuenta con una importante presencia parlamentaria que se podrá diluir en el tiempo al recibir el estigma de cómplices pasivos, si es que se omiten en silencio o de cómplices activos, si es que hacen explícita su exclusión y no respaldo en el balotaje del 17 de diciembre. Si los dirigentes del FA aspiran llegar al gobierno también tendrán que asegurar alianzas y el respaldo de otras fuerzas políticas, pues el actual sistema proporcional no permite alcanzar mayoría en el Congreso Nacional.
Están dadas las condiciones para hacer avanzar y respaldar una agenda legislativa que profundice y concretice las reformas que fueron promovidas por este gobierno. De la Nueva Mayoría, quedaron excluidos del Congreso aquellos diputados y senadores que se opusieron sistemáticamente a la reforma educacional, laboral y a otras iniciativas impulsadas por el actual gobierno. Por tanto, Fuerza de la Mayoría y el FA deberán ser sumamente cuidadosos. Son escasas las ocasiones en que se dan oportunidades de esta índole. Tal vez en los años sesenta cuando se aprobó la Ley de Reforma Agraria, o durante la Unidad Popular en 1971, cuando se logró la Nacionalización del Cobre. Pero han sido situaciones excepcionales. De manera que existe una oportunidad que no puede ser sacrificada por personalismos, sectarismos o cegueras de otra índole.
Por último, también existe un dilema que ahora se instala en la propia derecha. Piñera, y quienes lo respaldan, aspiran a ganar. Para ello se necesita el respaldo de un electorado que hasta ahora no se moviliza tras su candidatura y proyecto político. Piñera está obligado a moverse más hacia el centro, y luego asegurar el respaldo de una derecha que esté dispuesta a descartar todo “proyecto refundacional”. De llegar al gobierno, incluso, Piñera deberá asumir parte de las demandas y proyectos impulsados por la actual coalición de gobierno. A Piñera ya no le sirve insistir ni centrar su retórica en la imagen de espresario exitoso. Eso quedó superado el domingo 19. En tal sentido, la proyección de la derecha también depende de que se haga reformista, que se aleje del pasado autoritario y de la defensa de los intereses del sector empresarial. De lo contrario, Piñera y sus partidarios corren el riesgo de repetir, en peores condiciones -esta vez con una oposición política mucho más férrea-, las tensiones y dificultades que ya enfrentaron entre 2010 y 2013.