Manifiesto post electoral de un chileno treintañero
¿Qué responsabilidad me corresponde? ¿cuál es mi rol? La verdad es que no lo sé a ciencia cierta, menos aún creo poder resumirlo en una frase. Sólo sé que desde hace algún tiempo me siento energizado, capaz, optimista, atrevido y a veces intrépido.
Diego Carrasco es Abogado PUC. Consultor en sustentabilidad en Regenerativa y emprendedor optimista.
Nací en Santiago en 1985, el año del terremoto. Soy colo-colino, vivo en Chile y antes tuve la suerte de vivir por un tiempo en el país hermano del Perú. Soy la 2ª generación profesional en mi familia. Durante mi breve vida laboral he pasado por el sector público y el privado, he sido empleado y emprendedor. Formar familia es un objetivo de corto plazo para mí y he alcanzado el firme convencimiento que todos los chilenos deberían poder hacerlo, cuando y con quién quieran.
Creo en el rol insustituible de las personas en cuanto miembros de una sociedad, principal motor de la economía y guardianes últimos de nuestro planeta. Creo también en la legalización de las drogas, me considero ateo –gracias a Dios– y creo por sobre todo en las personas.
Escribo este texto antes de conocer el resultado de la 2ª vuelta de la elección presidencial, para ofrecer una reflexión sobre lo que veo, lo que siento y lo que espero para nuestro país. Ya la elección habrá quedado atrás y tendremos un nuevo Presidente. Algunos estarán eufóricos y otros devastados, muchos permanecerán indiferentes.
Así las cosas, vale la pena preguntarse ¿qué habrá cambiado después del domingo? ¿Acaso súbitamente se habrán solucionado todos los males que nos aquejan y nos convertiremos en aquella sociedad idílica que tantos y tantas han soñado? La experiencia sugiere que no será así.
Y es que, para aspirar a construir un mejor país, no basta con depositar la esperanza en una urna secreta y cruzar los dedos para que el candidato de mi preferencia sea por fin el mesías que nos guíe hacia el desarrollo. Con esto no quiero decir que los presidentes sean irrelevantes –porque vaya que no lo son- sino que, independiente de quien tenga el mandato de ser nuestro presidente, chilenos somos todos y a todos nos cabe una cuota de responsabilidad en el país que construimos. Todos, sin excepción.
¿Qué responsabilidad me corresponde? ¿cuál es mi rol? La verdad es que no lo sé a ciencia cierta, menos aún creo poder resumirlo en una frase. Sólo sé que desde hace algún tiempo me siento energizado, capaz, optimista, atrevido y a veces intrépido. Creo que los cambios con los que sueño parten primeramente por mí, y que desde allí puedo y debo encontrar compañía, apoyo y resonancia en los cientos, miles y millones de chilenos que sinceramente quieren construir un mejor país. Y ellos ¿quiénes son? ¿podría razonablemente sostenerse que son exclusivamente los adherentes del candidato ganador? Es evidente que la respuesta es no.
Soy un convencido que el nuestro es un gran país. No por ello exento de imperfecciones, defectos, injusticias, desigualdades y abusos. Los hay y me indignan, igual que a la mayoría de nosotros. “Es fácil pontificar, si jamás te faltó nada” podrán decir. Y es que sí, algunos chilenos (muy pocos) hemos sido descaradamente afortunados frente a otros compatriotas (muchísimos) que se han visto obligados a enfrentar lo peor de nosotros mismos.
Esta realidad, con lo lamentable e injusta que es, es. Por lo mismo, sólo tenemos el presente -que compartimos- para hacerla mejor. Es este y no otro, el momento para corregir, cambiar y perfeccionar todo cuanto podamos. Sí, cuanto podamos, porque luego vendrán otros después que nosotros a tomar la posta, y otros después que ellos y así recursivamente… al infinito.
Entonces, ¿qué carajo importa si simpatizas con Guiller, Piñera, Sánchez o Artés? ¿Cómo, con todo lo que se nos ha legado (lo bueno y lo malo, las experiencias y los aprendizajes, las victorias y las derrotas), no vamos a ser capaces de encontrar aquellos mínimos comunes que nos permitan construir en conjunto el país que anhelamos?
No se trata simplemente de un llamamiento a la participación política activa y masiva –que mal no nos vendría-, ni menos la promoción de una mirada política unívoca. El éxito de esta tarea supone una multiplicidad de esfuerzos, realizados desde los más diversos lugares y espacios: en el trabajo, la escuela, el congreso, la calle y en la casa. Como padres, hijos, hermanos, empleadores, trabajadores, vecinos, clientes, vendedores, parlamentarios, profesores y alumnos. En el barrio, en el pueblo, en la ciudad, en la región y en el país.
Las diferencias (de color, raza, opinión, origen, credo, etc.) son parte de la naturaleza humana y como tal, es sano y aconsejable respetarlas, valorarlas y promoverlas. Ya lo advirtió el pensador italiano Norberto Bobbio: “una sociedad en la que el disenso no está permitido es una sociedad muerta o condenada a morir”. Pero el valor de las diferencias y el disenso, es siempre funcional y habilitante a su antónimo: el consenso, ese escurridizo unicornio que de vez en cuando se aparece entre nosotros para recordarnos que la única vía para generar cambios de fondo -como los que anhelamos- es aferrarnos a su búsqueda sin claudicar.
Si algo de lo que expreso te resuena, entonces la invitación es a enfocarnos en aquello que compartimos y desde ese lugar, no desde aquello que nos separa, construir juntos el Chile que vive en nuestro sueño colectivo. Construirlo no solo a propósito de una elección, sino en cada acto, en cada obra y en cada pensamiento.
Si no somos nosotros ¿quiénes? Si no es ahora ¿cuándo?