Disculpe Papa, ¿nos dejaría continuar con nuestra democracia?
"La República le da espacio a la religión y a sus creyentes, pero no eso significa que deba funcionar según sus lógicas. Es un acuerdo entre las iglesias y el Estado que algunos olvidan, pero que parece ser el único que resulta si es que se le respeta".
Francisco Méndez es Columnista.
Esta columna no pretende ser anticlerical ni nada parecido. No por miedo, sino que porque me parece algo aburrido ese discursito a veces. Lo que sí pretendo ser es pro República. Pro instituciones democráticas que caminen por otros lugares que por los que camina la Iglesia Católica.
Debido a que el Papa Francisco viene a Chile, muchos están vueltos locos. Algunos no saben qué va a decir ni cómo. Esperan que haga gestos políticos, pero que estos sean recatados, sin dañar sensibilidades ni relaciones internacionales. Ya que creen que Bergoglio es algo así como un cura revolucionario o contestatario, lo que, admitámoslo, no es cierto. Menos si es que no se puede tramitar una ley de identidad de género para no “molestarlo”.
Sí, porque de pronto nuestra discusión republicana depende de los ánimos de un jefe religioso. O eso nos dijo el diputado Fidel Espinoza, presidente de la Cámara, a quien le pareció más importante la visita del Papa que un debate democrático. Pues, al parecer, estos temas son sensibles para el sacerdote argentino.
Todavía hay algunos que creen que esto es algo parecido a la estéril visita de Juan Pablo II. Están seguros de que estamos en el mismo contexto y, por lo mismo, debemos quedarnos quietos ante el acontecimiento de la llegada del líder del Vaticano. Pero lo cierto es que nada de eso es real. No estamos en dictadura, no necesitamos un “mensaje de paz” ni un “llamado de unidad”, sino que dejen que la democracia funcione.
No son los ochenta. No hay una visión única sobre quién es el Sumo Pontífice ni la institución que representa. Al contrario, hoy sabemos que la visita de una personalidad de tales características no tiene por qué ser algo positivo ni “iluminador”.
Tenemos mucho más claro que la pomposidad que se le da a estos eventos no tiene influencia concreta sobre la política. O por lo menos no la que muchos esperamos. Ya que no creo que esté descubriendo la pólvora al decir que la visita del primer Papa que pisó tierra nacional estuvo muy lejos de las expectativas de quienes creyeron ver alguien que pudiera enfrentarse a Pinochet. Nada de eso pasó. Con el tiempo, en cambio, queda la idea de que vino más bien a felicitar al dictador.
Es cierto, Francisco no tiene el mismo perfil. Incesantemente trata de demostrar que no es igual de reaccionario que muchos de sus antecesores. Por eso pide constantemente que recen por él, para así darnos a entender que su posición al interior del catolicismo es compleja. Sin embargo, su figura nos hace preguntarnos lo que siempre nos preguntamos en estas instancias: ¿tiene un Estado laico que rendirse ante una figura religiosa? Y en este caso particular: ¿tiene que detenerse el funcionamiento del Congreso por la llegada de un Papa? La respuesta razonable sería que no. Que el desempeño institucional no puede quedar inmovilizado ante figuras que no tienen por qué influir de ninguna manera en lo que es nuestra realidad.
Por esto es que lo único bueno que podría salir de este evento es que sigamos discutiendo y funcionando como si nada. Demostrando cierta robustez democrática en la que los trámites legislativos no se detienen por visitas religiosas, por una simple razón: la República le da espacio a la religión y a sus creyentes, pero eso no significa que deba funcionar según sus lógicas. Es un acuerdo entre las iglesias y el Estado que algunos olvidan, pero que parece ser el único que resulta si es que se le respeta.