El silencio de los diarios tradicionales ante la manipulación del Banco Mundial
Ambos medios escribieron durante mucho tiempo editoriales duras que se sustentaban en números que hoy son refutados.
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
Conocida la noticia de la manipulación de los resultados del ranking de competitividad de Chile por el Banco Mundial, se comprobaron bastantes cosas que nos parecen preocupantes y hermosas a quienes tenemos una obsesión con los mensajes ideológicos. Dentro de lo preocupante está el hecho de que se demostró que efectivamente hay una realidad que no es tal como se dice que es, y que muchas veces no es más que un discurso que busca defender ciertas ideas. Entre lo hermoso está exactamente lo mismo.
Algunos no estábamos tan equivocados cuando hablábamos de que ciertas cifras, por más que las entregaran instituciones de cierta credibilidad, no debían ser aceptadas a ojos cerrados. Tal vez muchas veces, de manera insistente, dijimos que lo que parece concreto e irrefutable, no era más que un intento por crear ciertas certezas y, por lo mismo, establecer análisis y conclusiones sobre la base de estas.
De esto último los principales medios de nuestro país, El Mercurio y La Tercera, saben bastante. Escribieron durante mucho tiempo editoriales duras que se sustentaban en números que hoy son refutados. Dijeron que Chile había perdido dinamismo debido a que las ideas, mal implementadas por el gobierno, habían llevado a esta crisis. Creando así un diagnóstico nacional que resultaba bastante conveniente para el modelo de capitalismo que sus dueños querían seguir perpetuando.
Lo hicieron sin pudor, de manera bastante poco criteriosa y estableciendo “verdades” que no sólo hicieran que este gobierno fuera apuntado como el mayor mal de la historia reciente patria, sino que también indicaran cuál era la izquierda o progresismo que, según ellos, le hacía bien al país.
Por esto es que, cuando tenían ganas de decir algo, los representantes del Chile concertacionista encontraban un gran espacio en las páginas de los mencionados diarios, dando opiniones lapidarias en contra de esta supuesta nueva izquierda que estaba socavando los logros noventeros. Señalando que el Partido Comunista estaba siendo una muy mala influencia para la segunda administración de Bachelet, y que lo necesario era que nuestro país volviera a una senda que, supuestamente, se había dejado de lado.
Pero no es muy difícil saber que el problema era realmente que se estaba planteando un matiz, un cuestionamiento a ciertas temáticas que ya habían sido tatuadas en la lógica republicana y democrática post dictadura. Y eso no podía ser, porque las preguntas o las levantadas de cejas ante ciertos símbolos establecidos eran casi como un sacrilegio, algo que en la nueva sociedad de la tolerancia era sumamente intolerable para algunos. Por lo que había que buscar todos los estudios posibles que hicieran más contundente un mensaje ideológico, el que se disfrazaba de contenido periodístico.
Por esto es que la pregunta que surge es por qué, una vez conocido lo sucedido con las cifras de este organismo mundial, no hay una opinión crítica, o por último del tono que estimen conveniente, en sus páginas editoriales. ¿No van a decir nada luego de todo lo que dijeron por mucho tiempo? ¿En serio? ¿No ha sido acaso el gran tema de estos últimos tres días? Pareciera que para ellos no. O, para ser realistas, parece que es demasiado importante para manifestarse. No saben qué decir, sólo publican tweets, entrevistas o artículos destacando a quienes relativizan lo sucedido, para así evitar que esta noticia siga teniendo el impacto que ha tenido en el mundo político.
Es cierto, tal vez El Mercurio y La Tercera no tengan el tiraje de hace años, y no sean medios que lee la mayoría de la población, pero, después de todo, siguen siendo los espacios en donde las dirigencias políticas y el empresariado hablan de un Chile inexistente; un Chile asustado y que asusta. Por eso, como empresas que dicen hacer periodismo, lo primero que se les debería exigir es que al menos hagan un mea culpa desde ese lugar. Su silencio parece inaceptable y, una vez más, es un atentado en contra de la realidad real, si es que existe.