El espectáculo mediático de Jaime Bellolio
Es tanta su fascinación por lo que ellos consideran que es el respeto a las vidas humanas que, para también aprovechar de sacar réditos ideológicos, buscan dictaduras de izquierda con tal de que sus proezas en pro de la libertad queden plasmadas en los medios de comunicación.
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
Las intenciones de los jóvenes de nuestra derecha de alejarse de los horrores del régimen de Pinochet dan para todo. Hoy en día hay muchos que dejaron de decirle gobierno militar para llamarle directamente dictadura lo que, al parecer, los hace creerse más comprometidos con la democracia y la libertad, como tanto les gusta repetir.
Hay oportunidades en que aparecen en entrevistas polemizando con los viejos tótems de su sector por su participación en los diecisiete años de horror cívico-militar, cuestión que es aplaudida desde una centroizquierda bastante ingenua y con claras confusiones ideológicas. Son la “nueva derecha”, repiten en esa especie de progresismo al que su adversario le ha metido el dedo en la boca en muchas ocasiones. Por eso asienten ante sus definiciones acerca del autoritarismo que reinó en los setenta y los ochenta, sin decir nada sobre la forma en que esta nueva generación se niega a cambiar el legado ideológico que este dejó.
Debido a ese apoyo es que los parlamentarios derechistas sub 40 se sienten llamados a hablar de lo democrático e incluso del respeto a los Derechos Humanos sin siquiera ruborizarse. Han logrado algo bastante espectacular: renegar del pinochetismo mientras, día a día, lo defienden en cada afirmación y cada idea que manifiestan acerca del presente y el futuro institucional de Chile.
Es tanta su fascinación por lo que ellos consideran que es el respeto a las vidas humanas que, para también aprovechar de sacar réditos ideológicos, buscan dictaduras de izquierda con tal de que sus proezas en pro de la libertad queden plasmadas en los medios de comunicación. Ya lo hizo Felipe Kast al ir a una marcha en Cuba sabiendo lo que iba a suceder, y hoy Jaime Bellolio lo repite al ir al mismo país a la entrega de un premio sabiendo que no lo iban a dejar entrar.
¿Acaso se enteró hoy el diputado UDI de que Cuba es una dictadura? ¿Recién esta semana supo que la isla, como todo régimen de esas características, no deja entrar a quienes considera enemigos del país? No lo creo. Sólo me parece que este es otro de esos shows con los que los jovencitos intentan contarnos que ellos no son lo mismo que sus padres aunque defiendan y ataquen exactamente lo mismo que defienden y atacan ellos.
Los herederos de Chile Vamos intentan decirnos que el problema político esencial es entre lo dictatorial y la libertad. Que no hay otro más allá de ese, por lo que, al desmarcarse de todo tipo de dictadura, sea de derecha o de izquierda, creen tener la autoridad moral para andar dando lecciones democráticas que sus mayores no podían dar.
Pero el tema no es tan simple. No se trata solamente de un autoritarismo visible versus una concepción estética de lo que es la libertad. Hay, en cambio, más ideas en juego; más formas de concebir lo que es realmente velar por las personas y sus derechos, cosa que el sistema en el que vivimos en Chile-y que Bellolio sigue aplaudiendo como si el haberle sacado los uniformes haga diferencia en su espíritu-aún no tiene nada de claro.
Identificar las faltas democráticas en dictaduras como la cubana es fácil porque, generalmente, estas actúan de manera muy previsible. Sus formas de demostrar poder son explícitas, sin remordimientos y no dejando nada para la imaginación. Por el contrario, la forma en que lo hacen las democracias como la nuestra es más soterrada, disfrazando cada demostración de fuerza de “lo real”, por lo que cada intención de modificar algo de lo establecido no es en contra de una tiranía, sino en contra del “sentido común”.
Pero esto no se dice. Es preferible hacer espectáculos mediáticos en los que las palabras sobran, antes que detenerse a pensar realmente si es que las ideas que uno defiende son tan puras como para ir a dar clases a otros países.