Ampuero, el gran capricho de Piñera
"Cosas como 'cuando nos buscan, nos encuentran', son algunas de las 'joyas' que nos ha regalado quien Piñera pensó que era el indicado para un cargo de tanta relevancia".
Francisco Méndez es Columnista.
Todavía parece poco creíble, sin embargo es la realidad: Roberto Ampuero es nuestro canciller. Así es, un personaje que se relaciona con la historia de acuerdo a los traumas personales que le dejó su pasado comunista, es hoy quien representa al Estado de Chile en el extranjero.
¿Qué habrá estado pensando Sebastián Piñera? ¿Habrá creído realmente que frente al juicio en La Haya era preferible darse un gustito antes que entender qué significaba? Pareciera que sí. Parece que, debido a su característica soberbia, creyó que lo mejor era seguir con ese constante desprecio hacia el vecino, sin trabajar siquiera en el menor esfuerzo estratégico.
Nombrar a Ampuero es el mayor acto de desdén que un gobierno puede demostrar hacia su vecindario. No porque los demás sean necesariamente víctimas nuestras, como dice Evo Morales en una estrategia comunicacional bien aceitada y bastante inteligente, sino porque poner de rostro diplomático a alguien que vive de sus recuerdos como ex revolucionario frustrado, y por lo tanto identifica al Presidente de Bolivia como el enemigo, es negarse a intentar cualquier relación basada en la inteligencia en el futuro.
Las declaraciones del canciller han demostrado esto. Cosas como “cuando nos buscan, nos encuentran”, son algunas de las “joyas” que nos ha regalado quien Piñera pensó que era el indicado para un cargo de tanta relevancia. ¿Realmente cree el Presidente que con ese tipo de declaraciones se arregla algo? ¿De verdad se le pasa por la cabeza que estas frases nacionalistas son las que se requieren para hacer política? Tal vez ese sea el problema: el Mandatario no ve las relaciones con otros países como un terreno en el que se debe desarrollar este arte, sino como un gran espacio en el que las palabras sobran y los números son lo principal.
Si no fuera así, habría puesto a un político, a una persona que, independientemente de que a muchos nos habría disgustado sus formas, habría entendido que el exterior no es un juego; que es, por el contrario, esencial para un país que quiere estar insertado políticamente y no sólo en el ámbito comercial en el mundo.
Pero no lo hizo. Lo que demuestra que Sebastián Piñera no ha cambiado. Sigue siendo el mismo empresario devenido en intento de hombre de Estado que no ha entendido la seriedad que conlleva el cargo que ejerce. Es la representación de la eterna displicencia de la derecha hacia todo lo estatal, intentando dar soluciones desde el razonamiento privado a problemas que requieren un raciocinio de mayor alcance.
Esto no lo digo desde una posición que espere un triunfo o una derrota para Chile en el juicio de La Haya, me parece que estas instancias nacionalistas son tal vez las que más daño le hacen a la inteligencia de los pueblos y su comprensión de lo que son como integrantes de un continente. Lo señalo, en cambio, desde la importancia de poner en relieve el hacer política y entender en qué consiste esta. Sobre todo cuando estamos bajo un gobierno encabezado por muchos de los amigos de quienes intentaron comprarla y, por lo mismo, anularla en los últimos treinta años.
Ampuero es otro de los caprichos de un Sebastián Piñera que cree saber más que el resto en temas en los que no tiene idea. Pero esta no es la primera vez que lo hace. Basta recordar las consecuencias negativas que tuvo nombrar en el mismo cargo a Alfredo Moreno en su primer gobierno. Una de ellas, es que hoy estemos en La Haya.