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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

¿Se debe tolerar la intolerancia?

"No nos equivoquemos, lo que una sociedad debe limitar no son los discursos violentos sino las conductas violentas. Es ese el ámbito que debe ser evitado, regulado y penalizado".

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Ricardo Baeza es Magister en Antropología y Desarrollo U. de Chile y Psicólogo Organizacional UC. Profesor de la Escuela de Psicología y de Masters de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Director del Diplomado de Gestión de Evaluación y Selección de Personas de la UAI.

Hemos sido testigos en el último tiempo de varios incidentes que han tenido como protagonista a José Antonio Kast, quien ha sufrido censuras y manifestaciones violentas acusado de ser un apologista de la violencia ejercida durante la dictadura de Pinochet. Mientras que para algunos eso no constituye razón suficiente como para disculpar la violencia en su contra, y argumentan que no se debe caer en lo mismo que se le critica, para otros resulta una consecuencia más bien esperable y merecida (e incluso hasta profundamente deseada).

Cabe entonces preguntarse ¿hasta dónde debe llegar la tolerancia dentro de una sociedad? ¿Es posible llegar hasta tolerar un discurso de intolerancia?

Creo que toda sociedad sana debiera establecer un ordenamiento social con criterios de justicia, donde se garantice el respeto por los derechos humanos de todas las personas en un contexto de dignidad y facilitar la generación de espacios y climas de buena convivencia. Pero también debe crear las condiciones que le permitan evolucionar y no estancarse, porque una sociedad que no se observa ni se cuestiona a si misma corre el riesgo de dar tan por sentados sus ordenamientos que termine por convertirse en un opresor de sus ciudadanos, al negar todo tipo de disidencia.

Si no permitimos que los grupos minoritarios se expresen ¿cómo podremos evolucionar como sociedad, cómo observaremos nuestra inconsistencias, nuestros vacíos legales, la insuficiencia de nuestro marco regulatorio para atender fenómenos nuevos y emergentes?

Claro, una cosa es permitir la expresión de discurso de una minoría y otra muy distinta permitir un discurso de intolerancia. Pero ¿cómo podemos diferenciar a priori la legitimidad del contenido de un discurso de manera absoluta, sin hacer referencia a nuestra propia postura ideológica, es decir, sin erigirnos en dueños de una verdad de tipo universal? ¿Cómo no caer en cierto totalitarismo si censuramos al otro sólo por no compartir nuestra manera de pensar? Creo que lo único honesto es aceptar que otros piensen distinto y dejarlos expresarse, aunque no sintonicemos con ellos.

Algunos plantean que la tolerancia ante los discursos violentos ha sido un problema grave a lo largo de la historia, porque esto es lo que habría permitido que ellos se difundieran y ganaran fuerza. Mi impresión es que si esto ha ocurrido ha sido producto más bien de una tolerancia mal entendida, una tolerancia pasiva, aquella que da la tribuna y se queda mirando sin hacer absolutamente nada. Es un dejar hablar sin interferir, considerando esos discursos como una simple expresión anecdótica de minoría y suponer –equivocadamente– que nadie les está prestando seria atención. Por supuesto que dicha complacencia, que otorga al callar, termina avalando por omisión esos discursos violentos.

Mi postura más bien es oponer ante esos discursos una tolerancia activa, dejar que digan lo que quieran pero, a la vez, oponerse duramente con un buen discurso que los contradiga. Permitir la expresión de ideas extremas pero, a la vez, esgrimir discursos en su contra que terminen acallándolas. Y así, si alguien hace apología del odio y la violencia en su discurso, elevar otro discurso donde se argumente en contra de ello. Es decir, oponer palabras contra palabras, no conducta violenta contra palabras.

¿Y si no logramos convencer a la mayoría con nuestros argumentos y el discurso extremista sigue creciendo y ganando adeptos?… pues entonces significa que no nos merecemos tener una posición de privilegio y puede que hasta llegue el punto en que seremos minoritarios y perdamos el poder. Y eso es lo que legítimamente debe ocurrir en un contexto democrático, porque si no logramos convencer con palabras a la mayoría, no merecemos detentar el poder.

Por otra parte, impedir la manifestación de ideas consideradas como contrarias, inoportunas e indeseables, puede parecer aparentemente como una buena forma de reducir su difusión. Sin embargo, el riesgo de este tipo de censura es que las ideas en realidad no desaparecen, simplemente quedan relegadas al espacio de la clandestinidad. Y cuando ello ocurre, en vez de perder fuerza y morir más bien suelen fortalecerse, impulsadas precisamente por la censura de la que han sido objeto.

La victimización se convierte así en su mejor arma de propaganda, traducido en que “si nuestra ideas incomodan al poder establecido es porque se asume que son el mejor camino para luchar contra él”. Por eso es preferible que se manifiesten, para así poder combatirlas públicamente, en vez de dejarlas crecer y hacerse fuertes en la oscuridad (como si por no verlas en el espacio público estas no existieran).

Las ideas deben debatirse, discutirse y hasta combatirse, en especial si contienen elementos valóricos que consideramos peligrosos. Y ni siquiera es imprescindible llegar a convencer al extremista con nuestros argumentos (lo que la mayoría de las veces no ocurrirá), sino que basta sólo con lograr convencer a la mayoría de quienes presencian el debate. Lo que a su vez, ayuda a reforzar el carácter minoritario de la opción extremista y contribuir de paso a ir validando, sustentando y extendiendo aún más nuestra postura. Porque no nos engañemos, el verdadero sentido de un debate de ideas no es convencer a la otra parte, sino más bien convencer a la audiencia que eso que escucha está equivocado. Más aún en la era de la información donde todo termina siendo finalmente de conocimiento público.

Estos debates conceptuales es necesario reforzarlos periódicamente en la sociedad, de lo contrario, si la gente pierde de vista los sustentos argumentales a la base, si se mal acostumbra a no presenciar ni participar de debates, puede ser fácilmente convencida de casi cualquier cosa que se les presente convenientemente adornada. Más aún si estas ideas vienen de la clandestinidad… y más aún si es que ha existido censura explícita de ellas

No nos equivoquemos, lo que una sociedad debe limitar no son los discursos violentos sino las conductas violentas. Es ese el ámbito que debe ser evitado, regulado y penalizado. Y la censura es claramente una de las primeras conducta violentas que debiéramos evitar. Porque si asumimos que la gente es mentalmente pobre y que en vez de educarlos, de mostrarles argumentos en contra de las ideas extremas, de hacerles ver que nuestra forma de entender el mundo es más adecuada, intentamos protegerlos evitando que escuchen esas ideas extremas para no correr el riesgo de que se contaminen y lleguen a sumarse a esas corrientes nefastas… creo que eso conlleva inevitablemente un espíritu totalitario.

Si las personas prefieren creer y convencerse de una idea que yo considero nefasta y, en un contexto de tolerancia activa, no logro convencerlos de algo distinto con mis propios argumentos ¿quién me da entonces el derecho de dirigir sus destinos?

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