La refrescante manifestación política de Pamela Jiles
¿No es acaso retirar un proyecto que repara a víctimas de violaciones a los Derechos Humanos una muestra de que no hay acuerdos esenciales para una realidad democrática?
Francisco Méndez es Columnista.
Nunca antes adherí a las formas de Pamela Jiles. Siempre me pareció que llevar cierto extremismo retórico al Congreso era algo poco serio y cercano a lo payasesco. Creí muchas veces que se adjudicaba cuestiones que realmente no representaba, y que su performance en política sería una mala anécdota o una catástrofe para el Frente Amplio si es que quería encontrar una voz definitiva ante el gobierno. Por el momento, me desdigo de todo eso.
La acción con la que la diputada enfrentó Ignacio Urrutia, luego de que este llamara terroristas a las víctimas de la dictadura, es tal vez la expresión más política y más refrescante de los últimos meses. Sobre todo ante el sofocante clima de “unidad” que el gobierno ha querido imponer a una oposición fragmentada y perdida. Ya que Jiles nos recordó que sí hay antagonismos más profundos, y que nunca se podrá llegar a un acuerdo real sobre la democracia, si es que hay un sector que sigue bajándole el perfil a las razones por las que la rompieron y se la llevaron para la casa.
¿No es acaso retirar un proyecto que repara a víctimas de violaciones a los Derechos Humanos una muestra de que no hay acuerdos esenciales para una realidad democrática? ¿No es no tomarle el peso a las barbaridades de Urrutia llamarles “libertad de expresión”? Claramente que sí. Y eso pasa porque se intentó dar por solucionadas ciertas atrocidades sucedidas someramente y sin explicar por qué no deben repetirse.
Pamela Jiles demostró eso. Entendió que no puede haber “gestos de Estado” o “diálogo democrático”-como la derecha le llama a las comisiones que impusieron desde una concepción ideológica única- si es que no se transparentan las posiciones y las visiones reales sobre el pasado, el presente y el futuro patrio. Y menos si es que se intenta castrar el ejercicio democrático con un tono meloso enervante que evita ahondar en los profundos debates que aún no se han dado.
La parlamentaria rompió con toda esta falsa “segunda transición”, al dejar en claro que la política no es sólo con sonrisas, apretones de mano y bonitos gestos para salir en las portadas internacionales como “republicanos” porque un presidente recibe a otro un su casa. En cambio, ejercer un cargo público también consiste en enfrentar y en dejar en claro que algunas certezas no son tales, pero también en que hay algunas que deben ser instaladas. Y esto no se hace siempre con buenas palabras, sino que con una real confrontación de ideas y de sensibilidades por muy “escandalosas” que les parezcan a algunos.
Sí, porque preocuparse por el “decoro” que debería haber en el Congreso para manifestar una forma de pensar, no es más que otro de los resabios de una imposición noventera sobre lo que es el ejercicio legislativo. Y Pamela Jiles nos recordó que esas imposiciones sólo buscan reducir la acción política a formas para hacer invisibles los contenidos. Aprovechando también de explicarnos que las formas y el contenido pueden ser una sola cosa, como lo hizo visible al encarar al diputado pinochetista.
No hay que tenerle miedo a las palabras fuertes y a las respuestas a la violencia. Es importante, a diferencia de lo que dice el gobierno, que los discursos se confronten y expresen, no pasando por encima de ellos, porque al hacerlo, lo único que se hace es dar por superadas cuestiones que aún se mantienen latentes.