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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

¿Realmente se quiere sacar a Patricia Maldonado con una campaña de Pablo Schwarz?

Por más que parezca una caricatura de un pinochetismo del pasado, lo concreto es que hay que tomarse en serio a la Maldonado y su influencia en las pantallas nacionales.

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Francisco Méndez es Columnista.

Resulta que hay una campaña que intenta sacar a Patricia Maldonado de Mega debido a su pinochetismo militante. Se dice que parece insostenible tener a una persona con esas ideas en pantalla y que, por el bien de la democracia, lo más sensato sería que los ejecutivos tomaran en cuenta su discurso de odio y lo volvieran invisible.

Es cierto, los argumentos de esta campaña son absolutamente reales: Patricia Maldonado es, efectivamente, la representación más visible y violenta de aquellas viejas pinochetistas que hicieron un culto a la personalidad del dictador, tratándolo como si fuera un héroe y no un asesino con demasiado poder. Pero más importante aún: a diferencia de esa derecha que miró para el lado el lado, la ex cantante es de aquellas figuras que se siente orgullosa de los asesinados dictatoriales, y hasta los reivindica, por lo que no es muy entendible que todavía esté en las mañanas televisivas dando opiniones sobre lo que debe ser o no.

Sin embargo, y dado el resurgimiento de un pinochetismo que se mantenía latente, no sé qué tan efectivo sea sacarla de pantalla hoy en día. Esto lo digo porque, antes de cualquier iniciativa rápida y populista, vale la pena preguntarse por qué figuras como ella no han salido del todo de la realidad democrática nacional. Es decir, cuestionarse si es que realmente se puede terminar con estas posturas juntando firmas o, en cambio, hacer un trabajo más profundo para que la sociedad en su totalidad las rechace y, por ende, no tengan cabida alguna con su discurso.

Me parece que lo segundo no sólo es más sensato, sino también más políticamente contundente. Por más que sea más vistoso pararse tras personajillos de poca monta como Pablo Schwarz, para así comprarse su discurso pseudo anarquista y quedar bien ante las redes sociales como un gran defensor de los Derechos Humanos, lo cierto es que para realizar algo realmente consistente en esa dirección se requiere de más potencia ideológica y de un real esfuerzo político. Lo demás son simples juegos efectistas que no solucionan el problema de fondo.

¿Y cuál es ese problema? Simple: que la democracia en la que vivimos prefirió obviar los mensajes de Maldonado, sacarla de pantalla en la primera década de post dictadura y hacer como si no existiera. Se trató de dar por solucionado algo que no lo estaba, y se intentó pintar a la transición con colores totalmente nuevos, sin que los antiguos hubieran cesado de aparecer en cualquier espacio que la brocha democrática no pudo tapar con el vistoso arcoíris.

¿Cuál es el resultado? Pues que tengamos a un José Antonio Kast que nutre su discurso a partir de la ambigüedad del concepto de “libre expresión” que tanto ha reinado en Chile sin ser comprendido, y sin que se hayan marcado límites claros sobre lo que es aceptable o no en un régimen democrático.
¿Y esto a qué se debe? A que la izquierda, una vez más, dejó de lado la politización y la pedagogía. En cambio, creyó que la superación de los bototos ya era parte de los logros, y no entendió que el adversario era más complejo y tenía varias aristas económicas, políticas y morales que habían quedado fuertemente tatuadas en algunos sectores de la sociedad que no eran únicamente en los que vivía la elite que apoyó y aplaudió el régimen.

Por esto es que, por más que parezca una caricatura de un pinochetismo del pasado, lo concreto es que hay que tomarse en serio a la Maldonado y su influencia en las pantallas nacionales. ¿Pero se hace esto con una campaña casi ridícula encabezada por una caricatura de lo que es ser de izquierda como es Schwarz? Claramente no. Porque más que un objetivo político parece un lujito comunicacional de quienes buscan parecer buenas personas antes que erradicar realmente una forma de mirar a Chile.

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