Ponce Lerou nos volvió a ganar
"Porque la fuerza del relato ideológico es más potente que cualquier tipo de institucionalidad que intente siquiera asomarse por las oficinas de esta empresa que, gracias al terror político, sigue siendo privada".
Francisco Méndez es Columnista.
Julio Ponce Lerou volvió a ganar. Esa fue la sensación que quedó en muchos cuando se supo de su regreso, ahora como asesor, a Soquimich. Por mucho que algunos creyeran superada su figura, ahí estaba él, en un rincón, esperando el momento para recordarnos que, sustancialmente, todo sigue igual.
Así es, porque eso hizo: nos recordó que nuestra democracia muchas veces no es más que un mal chiste republicano en el que los símbolos aplastan el fondo. Ya que todas las lindas “formas”, las que colorean incansablemente nuestro proceso democrático, siempre logran ocultar el carácter profundamente autoritario que se esconde en cada acuerdo, en cada omisión y cada apretón de mano a la fuerza.
¿Por qué digo esto? Pues porque Ponce Lerou es la demostración de que el ejercicio político sigue subyugado al poder empresarial. Toda la llamada “clase política” se quedó mirando mientras el “yernísimo” volvía a circular por los pasillos de SQM como si nada, como si estuviera llegando de unas pequeñas vacaciones.
Los medios no lo hicieron nada de mal tampoco. En vez publicar las respuestas evidentes, se dedicaron a hacer preguntas donde no las hay, dándonos a entender que no se comprende lo que es obvio: Ponce Lerou volvió porque puede. Y puede porque el sistema se lo permite. No hay teoría conspirativa que pueda desviar la atención de esa gran verdad que pesa en todo un establishment que no sabe cómo tratar de decirnos otra cosa.
Es cuestión de ver las entrevistas de ciertos periodistas a connotados personajes públicos que no saben qué decir. Algunos de ellos argumentan que no se respetaron acuerdos, mientras otros echaron mano al poder de quien fuera el familiar favorito de Pinochet en los ochenta. Todo con tal de no tocar el tema principal, el que consiste en que hay toda una estructura que no regula empresas de la importancia de Soquimich. Porque la fuerza del relato ideológico es más potente que cualquier tipo de institucionalidad que intente siquiera asomarse por las oficinas de esta empresa que, gracias al terror político, sigue siendo privada.
Esa es la respuesta. No hay que hurgar más allá, sólo hay que saber un poco de historia antes que intentar buscar datos “sabrosos” que oculten una hegemonía que no respeta nada. Tratar de vendernos otra explicación parece otro insulto para una ciudadanía que hoy, a pesar de todo, parece entender más cosas que las que se quiere que entienda.
Pero la discusión no ha terminado ahí. La pregunta que ha circulado en la cabeza de varios es cómo sacar a este tipo del lugar de privilegio en el que está. Hay quienes buscan soluciones simples para un problema que es más complejo de lo que se cree. Porque lo que sucede no comienza ni termina con Ponce Lerou, sino que tiene que ver con el acuerdo social que ha hecho, sin saberlo, la sociedad chilena. Hay una preponderancia de lo privado que se ha transformado en una característica cultural, logrando aplastar cualquier intención regulatoria de lo público. Y eso no se soluciona sacando a quien fue el regalón de un dictador. Eso se resuelve realizando el debate ideológico que ciertas elites no quieren dar por temor a perderlo.
Por mientras, sólo nos queda quedar esperando y mirando a estos tipos pasear frente a nuestros ojos. Lo demás, según creo, no son más que esfuerzos estériles por convencernos de que la lógica sistémica no es el problema.