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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

La errada y populista idea de rebajar la dieta parlamentaria

"¿Por qué mejor no se llegan a acuerdos políticos para subir el sueldo base de todo trabajador? ¿Acaso no están en el hemiciclo para legislar? Parece que es muy engorroso meterse con el empresariado".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Columnista.

El debate que se ha instalado por estos días ha sido el de la rebaja de la dieta parlamentaria. Algunos sectores del progresismo se han mostrado a favor de esta medida, dando a entender que las formas son más importantes que el fondo, sin preguntarse si es que bajar el dinero a los integrantes del Congreso realmente soluciona algo.

Cuando se les pregunta por qué esta iniciativa es tan importante, miembros del Frente Amplio señalan que es ofensivo para el trabajador común y corriente ver los privilegios de nuestros legisladores. Según afirman, con lo bajo que es el sueldo mínimo, recibir más de nueve millones de pesos es una burla para el ciudadano medio. Es decir: nuevamente la política es el problema.

Si es que uno lo ve desde esta perspectiva, claramente se sumaría a esta causa que pretende traer un poco de justicia estética; sin embargo, si es que se profundiza en las atribuciones de senadores y diputados, de inmediato surge una pregunta algo que parece simple pero es sumamente compleja: ¿por qué no llegan a acuerdos políticos para subir el sueldo base de todo trabajador? ¿Acaso no están en el hemiciclo para legislar? Parece que es muy engorroso meterse con el empresariado.

Eso ha sido lo que ha afectado profundamente a nuestra joven democracia: hemos preferido culpar a la política de las decisiones que toman otros. Es mejor responsabilizar a los que están a vista y paciencia de todo el mundo tratando de ejercer algo que está dominado por los intereses económicos. ¿La razón? Nos metieron en la cabeza que quienes se mueven en lo público siempre deben estar siendo observados desde cerca debido a que, como no pertenecen al mundo privado, viven con el pecado original.

¿Y si nos preguntamos por los verdaderos motivos de la desigualdad antes que conformarnos con un lindo discurso populista? Parecería lo más criterioso, pero también es lo más difícil para un nuevo progresismo que dice querer cambiarlo todo- y cree saber cómo hacerlo- sin tener la valentía necesaria. En cambio, los nuevos miembros del Congreso prefieren encarar a sus iguales y caricaturizarlos como el origen de los males de la sociedad, porque saben que ahí no está el verdadero poder.

Sí, porque en una democracia en la que el empresariado hace más política que los políticos, meterse con estos últimos trae menos consecuencias. Más aún hoy en días en que el manoseado recurso retórico de “la plata de todos los chilenos” se introduce en nuestro vocabulario, haciéndonos creer que se está velando por una colectividad que realmente es una suma de individualidades.

Esta idea no es más que una forma de satisfacer a estas individualidades que prefieren ver gestos antes que detenerse pensar en las acciones concretas. Es cumplir a la perfección con ese relato en el que la parafernalia simbólica evita que la ciudadanía se pregunte por las verdaderas razones de los conflictos sociales. Si no cuesta entender por qué Sebastián Piñera se ha hecho parte de esta iniciativa.

Lamento decirlo, pero mirar en menos el ejercicio es menospreciar a quienes han sido elegidos por nosotros para mover la democracia. Es entregar en bandeja el poder legislativo al empresarial como ya lo hemos hecho por años. ¿O alguien cree que las leyes mandadas a hacer por pesqueras es netamente un problema del feo edificio de Valparaíso? ¿No tiene que ver acaso con la desvaloración de lo político? Todo pareciera indicar que sí. Pero no lo hemos visto, no nos hemos tomado la molestia de enaltecer la política como el motor democrático, sino que la hemos ido reduciendo a una actividad que debe lucir su pureza y no su efectividad.

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