Mauricio Rojas, el hombre que le dijo a la derecha lo que quería escuchar
"A los más ilusos solo les queda esperar que se “renueven”. Otros, por mientras, seguiremos disfrutando de su magnífica capacidad para quedar en evidencia, una y otra vez, sin siquiera sonrojarse".
Francisco Méndez es Columnista.
Mauricio Rojas duró pocos días en el Ministerio de las Culturas. ¿La razón? Una entrevista en la que decía que el Museo de la Memoria era un “montaje” en el que se trataba de cambiar la realidad para provocar sensaciones falsas. Además, agregaba que ese museo no contaba toda la historia, dando a entender que había razones que justificaban la forma en que actuó el Estado durante la dictadura.
Luego de que se conociera el video en que señalaba esto, mucha gente del mundo de las artes exigió la renuncia de Rojas, comenzando un debate que, si es que se hubiera hecho un trabajo democrático real, ya estaría zanjado. ¿En qué consiste? En preguntarse si existe justificación alguna para que el Estado pase sobre sus ciudadanos, masacrando los derechos que le debe garantizar. Muchos creímos por años que había un cierto consenso en que la respuesta era que no, pero claramente nos equivocamos.
Algunos todavía no quieren tener un acuerdo en esta materia. Si bien hacen tímidos mea culpas o dicen que “si hubieran sabido” habrían actuado de otra forma, lo cierto es que la mayoría sabía y lo encontraban necesario. Por esto es que Rojas es tan respetado en los pasillos del oficialismo, porque vino a decirles que tenían razón, que aunque ante la gente tenían que decir otra cosa para que no los trataran de pinochetistas, lo concreto es que él, como persona que fue de izquierda, tenía la suficiente autoridad moral como para contarles que la otra vereda se merecía todo lo sucedido por haberlos molestado.
Este supuesto intelectual corrió a decirles que lo que pasaba en su antigua iglesia era atroz, que la fe que abrazaba era caótica en toda su expresión y que, por lo mismo, sus excompañeros se habían buscado que el Estado desatara toda su ira en contra de sus cuerpos fanáticos e irracionales. Y lo hizo como quien llega a un lugar repitiendo ciertas frases para no caer mal, para no perder a esos nuevos amigos que lo van a cobijar ideológicamente.
¿Estoy diciendo con esto que está mal que haya cambiado de ideas? No. Eso no está mal. No hay nada más peligroso para un hombre que refugiarse en la “consecuencia” con tal de no mirarse y cuestionarse sus errores y las eternas complejidades que los provocaron. Pero Rojas, al igual que Roberto Ampuero, no se hizo preguntas, sino que salió rápidamente a buscar otras respuestas. Arrancó para sentirse cómodo en otro lugar, sin siquiera experimentar la intemperie de la duda, de la disyuntiva. Y eso es lo que necesita esta derecha que nunca se ha querido mirar al espejo fuertemente y así sacudir su conciencia para construir un nuevo futuro para sus generaciones más jóvenes.
¿Se reformulará alguna vez? Lo dudo ¿Por qué? Porque para hacerse preguntas en política primero hay que haber perdido. Y este sector, aparte de las múltiples derrotas electorales, siempre ha ganado en lo principal: en las ideas y en la visión de Chile, por lo que no ha tenido la necesidad para replantearse como sí lo ha hecho la izquierda a lo largo de nuestra historia patria.
Por lo tanto, a los más ilusos solo les queda esperar que se “renueven”. Otros, por mientras, seguiremos disfrutando de su magnífica capacidad para quedar en evidencia, una y otra vez, sin siquiera sonrojarse.