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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Algunos límites de la mirada multidimensional de la pobreza

Si bien la mirada multidimensional de la pobreza genera datos de gente pobre en variados campos, poco indica de la dinámica de la pobreza en la gente.

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Ariel Rosales Ubeda es Académico de Trabajo Social U. San Sebastián.

Hace unos días el Ministerio de Desarrollo Social entregó algunos resultados de la última aplicación de la encuesta Casen que revelan que la pobreza se ha estancado en nuestro país. Al mirar los datos se observa que la pobreza por ingreso ha tenido una reducción gradual que ha ido de un 11,7% en el 2015 a un 8,6% en el 2017; mientras que la medición multidimensional ha tenido una caída mínima (de un 20,9% a un 20,7%) durante el mismo periodo. Para muchos estas cifras generan un sentimiento de que “lo hecho para reducir la pobreza funciona”, sensación que se ve relacionada al positivo efecto que las políticas antipobreza han tenido en la población menos favorecida de cada país, particularmente la emergencia de programas sociales, la aplicación de políticas de transferencias condicionadas y fuertes inversiones en el sector salud y educación. Sin embargo, no se observa que a pesar de la reducción de los índices de pobreza por ingresos y la emergencia de medidas multidimensionales, aún existe un núcleo duro, con ciclos lentos de recuperación y un enorme movimiento de heterogenización que constituye un dilema para las formas de medición, evaluación e intervención social.

Si bien la mirada multidimensional de la pobreza genera datos de gente pobre en variados campos, poco indica de la dinámica de la pobreza en la gente por lo que no es una herramienta que permita hacer un seguimiento de la evolución de los pobres. Por otra parte, la intervención sobre la pobreza aun opera de manera fragmentada, lo cual permite trazar los subsidios, regulados por los diversos programas, pero no tenemos indicadores que nos muestren el progreso en términos de fortalecimiento de la autonomía, de la ciudadanía, o de la participación, lo que demuestra que aún existe poca comunicación entre los subsistemas del sistema de asistencia social chileno. En este sentido hace falta que los programas sean más diferenciados para que ellos no se repliquen, para que estén mejor distribuidos y para que, finalmente, aporten en forma efectiva a la dinámica de superación de la pobreza.

En este escenario, la pregunta es cómo esta medición interpela a la intervención, como se operacionaliza esta multidimensionalidad en la implementación de la política social, las cuales, en general, siguen operando sectorialmente.

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