Acoso callejero en el transporte público: Viejas violencias, nuevas problematizaciones, mismas soluciones
"La segregación responsabiliza nuevamente a las mujeres para que tomen estrategias de movilidad que reduzcan sus experiencias de violencia; una mujer que sea acosada en el lugar que no debía estar nuevamente será culpable de lo ocurrido".
María José Guerrero González es Presidenta del Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC). Integrante de Red Ciudad Futura
En Chile, el acoso sexual callejero es un problema social hace relativamente poco tiempo. Si bien la mayoría de las mujeres conoce este problema, éste se constituía como uno privado y no como uno público. No es casual que aún con una violencia sexual tan explícita, todavía no contemos con políticas a la altura. Chile, tal como se vio en el último reportaje de Informe Especial, sigue entendiendo la masturbación pública, las grabaciones debajo de las faldas, las amenazas de violación en la calle, de la misma manera que entiende que alguien orine en la vía pública: una falta al orden, la moral y las buenas costumbres.
Por generaciones, las mujeres se han traspasado estrategias para enfrentar estos hechos, desde qué ropa y qué tipo de transporte usar según el destino, el horario y si se va acompañada o no –de un hombre-, hasta qué artículos domésticos usar como armas ante un eventual ataque: alfileres de gancho, palillos para tejer, tijeras, llaves, entre otros.
Según la encuesta del Observatorio Contra el Acoso Callejero, 1 de cada 4 acosos callejeros ocurre en algún medio de transporte público, los que, además, suceden a plena luz del día y con personas alrededor. Estos ataques son sufridos mayoritariamente por niñas y mujeres desde muy temprana edad, incluso desde los 9 años, con peaks en los 12 años, donde 1 de cada 2 mujeres jóvenes lo sufre por lo menos 1 vez a la semana. Es decir, desde los 12 a los 25 años, con una frecuencia semanal, una mujer habrá sufrido más de 600 actos de acosos.
En lo que respecta al acoso callejero en el transporte público, el hacinamiento emerge como una explicación bastante generalizada, estableciendo causalidad entre falta de espacio y violencia sexual. Estas explicaciones son la base para quienes proponen como “solución” la segregación del espacio según sexo, por ejemplo la separación de vagones del metro entre mujeres y hombres. Sin embargo, tanto la acción de segregar, como su fundamento de falta de espacio, es una miopía analítica grave. Para despejarla es necesario mencionar dos cosas.
Primero, el acoso sexual callejero no es patrimonio único de los medios de transporte de la capital, éste ocurre a nivel nacional y en todos los tipos: micros, buses interurbanos, taxis, colectivos, metro, trenes, aplicaciones de transporte, etc. Por lo tanto, nada tiene que ver la falta de espacio como motivo del acoso sexual. De ser así, cualquier transporte que funcione sin hacinamiento, no sería escenario de estas situaciones, y desafortunadamente no es el caso.
En segundo lugar, separar a hombres y mujeres en sus viajes no es, ni siquiera, un parche ante la problemática, sino que es una reproducción de la violencia de género. La segregación responsabiliza nuevamente a las mujeres para que tomen estrategias de movilidad que reduzcan sus experiencias de violencia; una mujer que sea acosada en el lugar que no debía estar nuevamente será culpable de lo ocurrido.
Este tipo de medidas no combate la violencia, sino que la administra. Esta regulación siempre recae en la víctima, ni siquiera en los victimarios. De lo contrario, estaríamos discutiendo administraciones a los cuerpos masculinos, como prohibir que los hombres suban a los vagones de metro con sus celulares encendidos, porque así evitamos que graben debajo de las faldas de niñas y mujeres. Suena ridículo, pues lo es para ambos lados. Estas acciones no atacan el problema, le entregan una nueva forma y ni siquiera original.
Recordemos que a inicios de este año se hizo noticia un acoso callejero en el metro de Santiago, donde un hombre se masturbaba en el andén al lado de una mujer. Cabe la pregunta, entonces: ¿la forma de contribuir a la reducción de los acosos en los andenes del metro de Santiago también es segregando su espacio?
Urgen políticas que integren y promuevan la diversidad en plena convivencia, que recojan las necesidades de todas y todos en torno a sus desplazamientos asegurando la democratización del espacio, su seguridad y calidad en los servicios de transporte para todas las personas. Construir proyectos de ciudad considerando una perspectiva de género transversal. Son justamente estos horizontes los que la Red Ciudad Futura promueve, y sobre los cuales es necesario que Chile comience a configurar estrategias de acción para afrontar las violencias de género y sexuales en profundidad.
Insistir en la división de los espacios del transporte público esperando contribuir a la disminución del acoso callejero, es entregarle a las víctimas un nuevo alfiler de gancho, palillo para tejer, tijeras, o llaves, como armas para su defensa. Ineficiente y violento.