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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Integración austral, la diaria realidad de la Patagonia

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Geoconda Navarrete Arratia es Intendente Regional de Aysén

En virtud del Acta de Entendimiento entre Chile y Argentina, suscrita en Buenos Aires el 16 de noviembre de 1984 en el marco del Tratado de Paz y Amistad entre ambos países, cada año chilenos y argentinos se reúnen para conversar asuntos de mutuo interés en materia de integración. Así, entre los días 16 y 18 de octubre, más de 260 personas se dieron cita en Coyhaique para celebrar la vigesimoséptima Reunión del Comité de Integración Austral, INAUS.

Aysén forma parte de uno de los ocho comités de Integración que están conformados por regiones chilenas y provincias argentinas con frontera común. En esta oportunidad llegaron a Coyhaique las delegaciones de Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, más los representantes de Magallanes y Antártica Chilena y nuestra región de Aysén.

Si bien es cierto que los principales objetivos de estos encuentros son articular y desarrollar acciones de colaboración entre los sectores público y privado de las regiones chilenas y provincias argentinas, para promover su integración con el apoyo de organismos nacionales, provinciales, regionales y municipales, lo más relevante es constatar que la integración en la zona patagónica es un hecho de la causa; una realidad palpable que trasciende cualquier documento.

Durante la reunión sesionaron diversas comisiones sobre protección civil; comercio, producción y turismo; pesca, recursos naturales y medio ambiente; cooperación judicial; comunicaciones; minería, energía e hidrocarburos; asuntos sociales; derechos humanos, mujer e igualdad de oportunidades; salud, deportes y recreación; educación, ciencia y tecnología; trabajo, dialogo político, facilitación fronteriza y aduanas, todas las cuales tuvieron como denominador común la voluntad política de fomentar el acercamiento mutuo, sobre todo pensando en un aspecto fundamental para ese objetivo, como son las energías y la conectividad.

Cuando dos pueblos comienzan a entenderse desde una particular intimidad, como la nuestra, aquí en la Patagonia, no cabe sino certificar que la integración es una realidad. Más allá de una declaración de buenas intenciones, o de que estos encuentros binacionales forman parte de una instancia técnico-política, en que los territorios de los dos países se unen por objetivos comunes, o la firma de un tratado de integración, los hechos del diario vivir nos demuestran que la integración es una construcción social forjada a pie entre los chilenos y argentinos de carne y hueso; una integración lograda sobre el lomo de caballares, andando por pasos y caminos que a veces no se sabe si son de allá o de acá.

Fueron nuestros antepasados, quienes sorbo a sorbo, pasándose el mate y la bombilla de mano en mano, llevando y trayendo ganado y comercio hacia ambos lados de la alambrada, quienes hilvanaron el relato común de dos pueblos hermanos que viven en la parte donde termina el continente sudamericano y que hoy cultivan un revalorizado espíritu patagón. Aquellos viejos fueron enamorándose sin importar si la novia era chilena o argentina, lo único que tenía sentido era el deseo de estar juntos; mismo deseo que año a año nos recuerda que la amistad siempre es perfectible.

En cada uno de esos enamoramientos de antaño hoy hallamos los genes que asimilaron a ambas poblaciones en una nueva genética integradora. Así nacieron estas pulsiones que hoy nos permiten mirarnos a la cara, sin desconfianzas, llenos de optimismo. Es cierto, estos encuentros constituyen –qué duda cabe– la instancia más tangible de cómo dos territorios fronterizos se dan la oportunidad de analizar acciones conjuntas que permitan mejorar la calidad de vida de sus habitantes.

Quienes nos visitan en la Patagonia suelen sorprenderse con nuestra cultura, les llama la atención ver que en todos lados les ofrecen mate y un cordero al palo, y que las palabras nos salen medio cantaditas; bueno, eso tiene una explicación: aquí la cordillera va perdiendo altura y se hace mucho más remontable, tanto que en vez de límite, acá se habla de alambrada; una suerte de convención que se palpita en clave integradora, mateando.

¿Mate, che?

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