Regalo Navideño: Los Tres en la cárcel de mujeres de San Joaquín
Así lucen las chiquillas de la Penitenciaría, se nota que muchas están preparadas para la ocasión: es un día de fiesta, que todas, o casi todas disfrutan, las mayores y las jóvenes, las que llevan poco y las que han estado toda una vida en la cárcel.
Es 21 de diciembre, el mundo exterior a la cárcel es un caos. Los tacos automovilísticos propios de la fecha se toman las calles, todos están vueltos locos con las compras navideñas, con las actividades de cierre de año de las oficinas. El calor por su parte, juega un papel preponderante en el camino hacia el recinto penitenciario.
Una vez adentro, los celulares son despojados y todo cargador requisado. Son tres las rejas que separan la calle del interior del gimnasio, donde en pocos minutos actuará una de las bandas emblemáticas del rock nacional de los años 90: “Los Tres”, liderados por el ya mítico Álvaro Henríquez, quien en mayo de este año fue trasplantado de hígado y que hace un tiempo no menor está de vuelta en los escenarios.
Cada pórtico cuenta con medidas de seguridad y diferentes revisiones por parte de gendarmería, que incluye detectores de metal y otras especies. Los lentes de sol son requisados unas rejas más adentro. En el momento del ingreso, Los Tres y su equipo son escoltados por gendarmes hacia el interior del gimnasio, donde más de un centenar de internas, esperan atochadas en la reja para recibir el regalo navideño que la banda tiene para ellas: un concierto con sus mejores clásicos para cerrar el año.
Detrás del escenario, los músicos conversan entre ellos, el ambiente es tranquilo, están siempre custodiados por los encargados de seguridad del lugar. De la formación emblemática están Álvaro Henríquez y Titae, también el versátil Cuti Aste, que esperan tranquilos el momento de subir a tocar. A un costado descansan las guitarras y bajos. Sobre el escenario todo está preparado, los instrumentos esperan para sacudir con música y buena vibra el gimnasio. Los sonidistas y equipo técnico de Los Tres están en sus lugares de trabajo procurando que la experiencia sea la óptima.
Al otro lado del escenario y tras una reja, la moda veraniega tiñe de colores vibrantes el paso por el encierro: fucsias, amarillos, naranjas, calipsos, rayas, puntos, flores, animal print. Jeans nevados, faldas, pitillos, calzas, shorts y vestidos. Moños alocados, trenzas elaboradas, pelos cortos, looks amachados. Labios pintados, maquillajes bien realizados, delineados de ojos perfectos y rostros deslavados.
Así lucen las chiquillas de la Penitenciaría, se nota que muchas están preparadas para la ocasión: es un día de fiesta, que todas, o casi todas disfrutan, las mayores y las jóvenes, las que llevan poco y las que han estado toda una vida en la cárcel.
Se ven contentas, la actividad es un premio que rompe con la monotonía de sus días en el encierro, que las saca por un instante de la precariedad y del despojo de la vida en libertad. Condenadas por narcotráfico y por hurto en su mayoría, todas juntas y revueltas se olvidan de eso por un momento. Celebran la presencia masculina y también la femenina: el amor lésbico es una forma de cariño real y la cárcel no es el lugar para esconderlo.
Agradecen la presencia de rostros nuevos, les gusta que vaya la tele y los medios. Quieren hablar, dar su opinión, contar su vida dentro de la cana. Quieren mostrar que son útiles para una sociedad que, muy probablemente, les hará la vida difícil cuando salgan en libertad:
Carolina Astudillo lleva quince años en prisión, es oriunda de Concepción, se declara fan de “Los Tres” y de la banda anexa de Álvaro Henríquez, “Los Petinellis”. Antes de que el concierto comenzara, Carolina estaba trabajando. Repara ropa y la comercializa en el “Taller de Costura Bolocco”, la marca de la ex Miss Universo hace llegar prendas con fallas al centro penitenciario, para que las reclusas puedan generar recursos mediante su reparación. Carolina lleva al cuello un pañuelo floreado que fabricó con el retazo de tela que sacó de una blusa. Es además artesana en fieltro, ella es una de las artistas del “Patio Mandela”.
Ximena Benavides es una activa participante de la “Academia de Crin”, donde fabrican artesanías para luego comercializarlas. Lleva nueve años dentro del recinto, aún le faltan seis para cumplir su condena. Planea postular a una beca para disminuir los años que le quedan y salir por buena conducta. Es otra de las que viven en el “Espacio Mandela”, que, según dice, es el lugar más digno de la cárcel y fue fundado por “Mujer Levántate”, gracias a la gestión de la Capellán de la cárcel hermana Nelly León, quién ganó el premio “Mujer héroe”.
A las chiquillas les gusta la música, pero por sobre todo les gusta el rock: piden que en una próxima oportunidad las visiten los “Fiskales Ad Hoc”, “Los Prisioneros” y “Sinergia”. Entre bromas piden que también se aparezcan por esos lares los mismísimos “The Rolling Stones”.
Este rato es de libertad, un recreo, un lapsus de música y baile que disfrutan con todo. La periodista Mónica Rincón entre tanto, sube al escenario y hace una breve presentación con tinte feminista, llevando un mensaje de empoderamiento femenino, aprovechando el marco del Festival “La Cumbre del Rock” y su cualidad de evento paritario, para dar paso a “Los Tres”, las estrellas de la jornada, y que cerrarán el 12 de enero dicho encuentro musical.
Comienza la música con un clásico ad hoc: “Jailhouse Rock” o “El rock de la cárcel” en español. El recinto va ocupándose en la medida que el tiempo avanza -el evento coincide con el horario de jornada laboral de algunas, que se van integrando de a poco-.
La mayoría es participativa: cantan, aplauden, bailan, gritan, ríen. En el gimnasio el calor se siente denso. Casi no hay vías de ventilación y se produce un efecto invernadero, o peor, efecto sauna. Pero eso no importa, los músicos están tocando y el público se está divirtiendo. Al poco tiempo todas las pieles brillan, el sudor es inevitable en esas condiciones. Para algunas internas las hormonas se revolucionan, bailan sexys y gritan hacia el escenario “Un, dos, tres ¡Rico!”
El gimnasio está lleno de manualidades y obras hechas por las reclusas: Sobre el escenario, cuelgan pájaros de origami en ambos costados que caen bellos desde el techo, como si fuera una cascada colorida de papel. Los muros están pintados por las mismas internas en distintos estilos, algunos firmados y otros de autoría desconocida. En todas las obras hay un factor común: la mujer es quien aparece siempre como personaje principal, con miradas tristes e hijos en los brazos.
Botellas de agua hidratan y refrescan a las asistentes del evento. Mientras en el escenario la música suena, algunas juegan, se tiran agua y ríen, incluso las gendarmes.
Arrinconados al fondo del gimnasio descansan dos arcos de fútbol: los ecos de gritos de gol y barras hacia los equipos se escuchan en el imaginario.
Álvaro Henríquez anuncia una canción de amor: todas gritan y cantan el clásico de las baladas de Los Tres de los años noventa: “Amor Violento”. La alegría y el romanticismo se toma el gimnasio de la Penitenciaría, aunque entre persona y persona se encuentran algunas miradas duras: No falta la mirada malandra, punzante, con actitud desafiante, mujeres que cruzadas de brazos hacen saber con la actitud que no eres bienvenida en su territorio. Mascan y mascan chicle, algunas tienen la mirada perdida, otras andan bajo el efecto de algo, o quizás, bajo el efecto de la falta de algo.
Sobre el escenario el calor se acrecenta, Titae se saca los lentes y se seca el sudor con el brazo. Tiene el pelo mojado. Alvaro Henríquez no suda, y eso que está abrigado: de chaqueta y pantalón de algodón aflautado y zapatillas blancas Adidas. Se mantiene impávido frente al calor, y no hace caso a los gritos que le dedican sus admiradoras reclusas.
Comienzan a sonar los primeros acordes de una cueca y es instantáneo: El aplauso clásico se apodera del público, y una pareja femenina baila un pie de cueca. En la segunda patita se incorpora un pañuelo. El resto de las reclusas las miran y aplauden, las y los gendarmes están contentos de verlas bailar. El poder y la magia de la música se siente a borbotones en el ambiente.
“Quién es la que viene allí” fue otro de los puntos altos de la jornada. Fue coreada por casi la totalidad de las asistentes, mientras se reían con el cambio de letra que hacía Henríquez: “Quién chucha es la que viene allí”.
Casi al final de la canción, los músicos paran de tocar y dejan que el público cante a capella: Es unánime, todas cantan una y otra vez “A casar”.
En “Jefe de Jefes”, tema original de la banda de corridas mexicanas “Los Tigres del Norte” saca a la improvisada pista de baile que está entre el público a varias parejas. Son buenas bailarinas las reclusas, dominan perfecto varios estilos de baile.
El público es misceláneo: no falta la marimacha, la camiona, la lady, la pinturita, la jipona, la producida, la “señora bien”. Un grupo salta y grita “¡Aguante Los chilenos!” y comienzan a sonar los acordes de “Tu Cariño se me va”. Con este tema, original del Nueva Olero Buddy Richard, quedó la escoba: las chiquillas cantan a todo pulmón, como si la canción las representara exactamente a la perfección. Saltan, bailan, se empujan, los gendarmes entran en acción en actitud de alerta.
Termina el concierto, Mónica Rincón cierra la jornada, mientras Los Tres caminan raudos de vuelta a la sala que se les ha designado como camarín. Paralelamente, las reclusas son evacuadas del gimnasio, pero se resisten, gritan, no se entienden las palabras pero sí el sentimiento: volver a su realidad después de ver a Los Tres y de pasarlo tan bien, es como haber visto un espejismo dentro de la vida presidiaria.