El sigiloso talento de Christina Rosenvinge
Como si el tiempo o la gravedad no pasara por ella, la española sigue manteniendo esa apariencia de muñeca de cera rockera que en los noventas irrumpió, junto a Los Subterráneos, dentro de la escena del rock en español.
En medio de árboles milenarios, frente a un castillo del año 1907 y una privilegiada audiencia que no superaban las 200 personas aproximadamente, Christina Rosenvinge (55) presentó su último disco “Un hombre rubio” (2018) en el Hotel Las Majadas de Pirque. Alabado por la crítica, se trata de un trabajo con sintetizadores como protagonistas con apoyo de poderosas guitarras en donde la española asume un rol masculino homenajeando a su padre fallecido cuando ella tenía 26 años. “Nunca tuvimos una relación tan cercana” contó, “hasta que se me apareció su fantasma debido a unos discos de él que me llevé a mi casa”; momento en que decidió dar vida a un conmovedor y conceptual álbum que la tiene asumiendo este personaje travestido que se presenta sobrio, vestido de blanco y negro.
Como si el tiempo o la gravedad no pasara por ella, la española sigue manteniendo esa apariencia de muñeca de cera rockera que en los noventas irrumpió, junto a Los Subterráneos, dentro de la escena del rock en español con Que me parta un rayo (1992) disco que incluía “Tú por mí”, “1.000 pedazos” “Señorita”, “Alguien que cuide de mi” y “Voy en un coche”. Clásicos que ayer sonaron junto con “Pálido” de Mi pequeño animal (1994), la desoladora “Sábado” de su primer material como solista titulado Cerrado (1997) —producido por el guitarrista de Sonic Youth, Lee Ranaldo— además de “La distancia adecuada” de Tu labio superior (2008).
Recorrido matizado con las historias que inspiraron cada composición en un ambiente relajado donde ella, con su voz intacta, se mostró dulce y cercana, secundada por Juan Diego González en la batería, Toby Díaz en bajo y teclados y Alex Ferrán en la guitarra mientras la madrileña se turnaba los sintetizadores con la segunda guitarra y se daba el tiempo para bailar como una gata sobre las tablas.
Fueron dos horas configuradas de un setlist más generoso de lo que se esperaba sumado a una selección de lo mejor del mencionado “Un hombre rubio” que abarcó “Romance de la Plata”, “Pretendiente”, “Ana y los Pájaros”, “Pesa la palabra” y la estremecedora “La piedra angular” donde la artista bajó del escenario para terminar bailando en plan vals con una seguidora en medio del jardín.
Es cierto, Christina Rosenvinge cultiva un bajo perfil y sin ruido, sin embargo, basta hacer un recorrido por sus ocho discos como solista o verla en directo para darse cuenta de que estamos frente a una de las mejores compositoras de Iberoamérica, dueña de una sensibilidad envidiable y una calidad interpretativa que exuda fragilidad junto con mucho, pero mucho sentimiento.