Columna de Berna Santa Cruz: “Cómo me enamoré del deporte”
Aunque cuando chica odiaba la actividad física, terminado el colegio comencé a moverme. Jamás sospeché la importancia que tendría en mi rehabilitación y fuerza mental esta relación que comenzó pésimo.
De chica no me gustaba el deporte y en el colegio me pasó que como no era buena, no me tomaban en cuenta ni me incentivaban a practicarlo. Un círculo vicioso: al no ser una candidata atractiva para las competencias, no me sentía bienvenida a quedarme a entrenamiento. Mal todo, si consideramos que en la niñez es cuando se forman los hábitos y lo cuesta arriba que es armar una rutina ya de adultos. Mal todo si sumamos tantas horas perdidas fuera de toda actividad deportiva que entrega tantos beneficios en materia física, mental, de autoestima.
Pensé que el deporte nunca iba ser lo mío hasta que salí del colegio y probé de todo: gimnasio, subir el cerro Manquehue semanalmente, escalar, etc. Recién ahí descubrí cómo ejercitar el cuerpo beneficiaba mi cabeza y mejoraba mi calidad de vida. Más aún, todas esas horas de deporte y mi motivación tardía por conseguir un cuerpo vigoroso han sido fundamentales en mi proceso de rehabilitación y la búsqueda de independencia con mis nuevas condiciones.
Un estilo de vida saludable no sólo permite conocer profundamente tu cuerpo y poder contar con él. También ayuda en las habilidades cognitivas, como el procesamiento de la información (atención, percepción, memoria, resolución de problemas, comprensión), mejora de la calidad del sueño y el orden en las sensaciones de hambre.
La Encuesta Nacional de Actividad Física y Deporte 2018 arrojó que 8 de cada 10 chilenos no realiza actividad física ni deportiva, según las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Además, Chile es el segundo país con mayor índice de obesidad a nivel mundial, después de Estados Unidos según el Ranking FAO.
En mi familia la obesidad es un tema, ya que varios de sus integrantes sufren esta enfermedad crónica que puede derivar en patologías como diabetes, hipertensión, complicaciones cardiovasculares e, incluso, algunos tipos de cáncer como los gastrointestinales y en mujeres el de mama. Mi abuelo Pedro fue obeso toda la vida y nunca le interesó hacer deporte ni llevar una buena alimentación. Murió por una falla sistémica debido, en gran parte, a una diabetes mal cuidada producto a sus malos hábitos.
Es por todo lo anterior que las “influencers” que promueven las tallas grandes y relatan la obesidad como un estado de normalidad me llaman muchísimo la atención. Apoyo la inclusión, cómo avanza y me encanta ver en pasarelas y campañas a modelos preciosas de tallas grandes, pues en ningún caso considero que unos kilos demás sean condenables. No se puede exigir que todos los cuerpos sean iguales, como tampoco se pueden dictaminar los metabolismos y las contexturas. Pero sí creo que hay un límite en lo que respecta el criterio de lo que es comunicar e influir sobre lo que es saludable y me parece que existe un acuerdo respecto de que la obesidad no lo es, como tampoco lo es la extrema delgadez que se logra por dejar de comer.
Me parece, entonces, que en el discurso sobre la aceptación de lo diverso se están colando prácticas poco saludables que nada tienen que ver con aceptarse ni respetarse ni exigir el respeto que cada uno merece tenga el cuerpo que tenga.
El cuerpo como templo también debiese ser considerado ante la gran duda de que jamás sabemos cuándo y por qué lo necesitaremos urgentemente en su mejor condición para sobrevivir y salir adelante.