La historia del SARS, el pariente lejano del COVID-19 que se logró contener
Se trató de una de las primeras epidemias del siglo XXI, la que también comenzó y afectó principalmente a Asia. Pese a que se logró controlar, aún no tiene una vacuna.
El coronavirus SARS-CoV-2, que genera el COVID-19 y que tiene al mundo en medio de una pandemia de la cual aún no puede salir, tiene un “pariente” lejano que hace casi dos décadas golpeó duramente al mundo y el cual pudo ser controlado.
Se trata del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS por su sigla en inglés), el que en 2003 se expandió en gran parte de Asia, tal como al inicio del COVID-19, dejando más de 700 muertes. En el año 2004 la enfermedad se dio por controlada por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), sin una vacuna que ayudara en su erradicación definitiva.
Aunque la enfermedad tenía características distintas a la que el mundo enfrenta actualmente, de todas maneras comparte ciertas similitudes en su desarrollo e historia. Las denuncias entre gobiernos y la poca información existente fueron parte de una batalla que prácticamente se extinguió sola.
El nacimiento de la enfermedad
Al igual que el SARS-CoV-2, el coronavirus SARS-Cov-1 tuvo su origen en China. El brote inicial surgió en noviembre de 2002 la provincia de Yunán, pero luego se fue ampliando hacia otras zonas del gigante asiático.
El llamado “paciente cero” de la enfermedad fue Liu Jianlun, un médico jubilado de 64 años y originario de la provincia de Guangdong, quien se hospedó en un hotel de Hong Kong. Se cree que el hombre contagió a 16 huéspedes de su piso, los que siguieron expandiendo el virus hacia otros países como Vietnam, Singapur, Estados Unidos, Irlanda y Canadá.
Aunque el origen del contagio de SARS de Jianlun (quien murió debido a la infección) no está claro, se cree que tuvo contacto estrecho con otro paciente de la provincia de Guangdong. Algunas publicaciones incluso puntualizaron que la enfermedad surgió por la transmisión de un animal hacia un campesino, hipótesis que comparte con el COVID-19.
Hacia marzo de 2003, el SARS tenía 4.000 casos y había provocado 550 muertes, la mayoría ligados al caso del hotel de Hong Kong.
La OMS y la postura de China
La OMS miró con atención la rápida propagación del SARS y en marzo de 2003 emitió una alerta global. Durante cerca de siete meses se trabajó intensamente por lograr avances médicos y científicos para encontrar una cura o una vacuna que permitiera generar anticuerpos a gran parte de la población.
El SARS tenía una tasa de mortalidad del 10%, una cifra que aún sigue siendo mayor que el COVID-19, que en China alcanzó el 3,4%. Estos números podrían variar, ya que el nuevo coronavirus aterrizó con fuerza en Latinoamérica, donde el sistema sanitario está enfrentando una fuerte presión que podría generar miles de muertes.
Al igual de lo que ocurre con el COVID-19, en su momento el gobierno chino también fue cuestionado por la entrega de información sobre el surgimiento del brote de SARS. La entonces directora de la OMS, Gro Harlem Brundtland, criticó que las autoridades no pidieran ayuda internacional al ver que el SARS avanzaba en Asia.
Controlado, pero sin vacuna
En julio de 2003, la OMS declaró al SARS como una pandemia contenida, esto luego que Taiwán reportara su último caso de contagio. Esta definición se tomó luego de que transcurrieran 20 días (dos periodos consecutivos de incubación de 10 días) desde que se registró el último caso.
“No marcamos el final del SARS hoy, pero señalamos un hito: el brote mundial de SARS ha sido contenido”, expresaron las autoridades sanitarias internacionales por aquel entonces.
A pesar de esta declaración, la enfermedad aún no estaba erradicada, ya que habían 200 personas hospitalizadas por neumonía. De hecho, se reportaron varios rebrotes, incluso durante el año 2004. Ninguno de ellos generó mayor peligro, ya que no hubo una gran expansión y los pacientes fueron aislados. Desde 2005 no ha habido ningún caso confirmado.
El rápido control del SARS dejó a medias el desarrollo de algunas vacunas que se idearon para combatir la enfermedad. Algunos expertos afirman que si estos trabajos se hubiesen concretado, se tendría una solución más próxima para terminar con el COVID-19.
Pero esta conclusión es rechazada por otros especialistas, quienes han explicado las grandes diferencias entre ambas pandemias, las que se marcan principalmente por la facilidad en los contagios y su velocidad en la propagación.
En un artículo publicado por The Lancet, los médicos Annelies Wilder-Smith, Calvin J Chiew y Vernon J Lee afirmaron que si bien el SARS de 2003 comparte casi el 86% de su genoma con el COVID-19 hay algunas característica que los diferencian.
“La trayectoria de la epidemia es visiblemente distinta”, expresaron, recordando que en 2003 la enfermedad no alcanzó a tantos países y que las medidas de cuarentena resultaron ser mucho más efectivas.
Otro de los aspectos claves son los síntomas, ya que el peak de la carga viral de SARS, que permitía el contagio, se presentaba entre los días 6 y 11 de la infección, cuando ya había síntomas evidentes. El SARS-CoV-2, en tanto, presenta una inquietante tasa de contagiados que no tienen síntomas, lo que hace más fácil la propagación del COVID-19 en los 14 días de incubación.
Los expertos enfatizaron que en 2003 no se hizo necesaria la vacuna porque al ser muchos menos casos se logró aplicar una vigilancia de los síntomas, aislamiento rápido de los pacientes, aplicación estricta de la cuarentena de todos los contactos y, en algunas zonas, de la comunidad entera.