Ciudad de México prohíbe las “terapias que curan” la homosexualidad
En algunos casos, los polémicos tratamientos contemplaban torturas, violaciones correctivas, medicamentos y aislamiento de las familias.
Las terapias que aseguran “curar la homosexualidad” estarán prohibidas en Ciudad de México y quienes las lideren arriesgan penas de cárcel.
El Congreso local aprobó que se castigue hasta con cinco años de prisión a quienes dirijan este tipo de terapias, principalmente miembros de iglesias, médicos y psicólogos que administren tratamientos violentos para “revertir” la orientación sexual de miembros de la comunidad LGBTI+.
“No hay nada que curar, la homosexualidad no es una enfermedad, no estamos enfermos”, dijo Temístocles Villanueva, diputado de Morena y autor de la propuesta.
En algunos casos, las polémicas terapias contemplaban torturas, violaciones correctivas, consumo de medicamentos y aislamiento de las familias.
Clínicas como VenSer, conformada por un grupo de psicólogos cristianos y cuyo enlace en el buscador Google destaca el mensaje “Cómo salir de la homosexualidad”, son un claro ejemplo de estas prácticas.
Con 49 votos a favor, 9 en contra y 5 abstenciones, el Congreso aprobó la reforma al Código Penal para tipificar como delitos las “terapias de conversión”, al considerar que atentan contra el derecho a la libre personalidad y la identidad sexual.
La iniciativa establece penas a quien obligue o realice “terapias de conversión”, entre las que se contemplan penas de 2 a 5 años de prisión y castigo con 50 a 100 horas de trabajo comunitario. Si la “terapia” se aplica a un menor de 18 años o a una persona que no tenga la capacidad para comprender la práctica, la pena se aumentará en una mitad de lo establecido.
“Me tomó años darme cuenta de que mi único problema era ser un niño gay en México”, expresó Jorge Rivera, un superviviente de uno de estos procedimientos en entrevista a El País.
Rivera trató de huir de uno de estos “retiros” en Ciudad de México y no lo dejaron ir hasta que gritó que “estaba curado”, hasta que aceptó, después de ser sometido y rociado con agua bendita, que “estaba haciendo daño” a quienes amaba.
“Me decían que era una vergüenza, que me arrepintiera de mis pecados, que dejara de ser puto”, se lamentó.