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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Cuando cuidas la naturaleza, cuidas también la democracia

Pero si uno quiere ir más allá para entender cuán sensible es la democracia a otros ámbitos, la cosa se complejiza. Por ejemplo, su relación con la sustentabilidad ambiental. La primera pregunta que a muchos viene a la mente es ¿qué tiene que ver el medioambiente con la democracia?

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Patricio Segura es Periodista Coalición Ciudadana Aysén Reserva de Vida (ARV) y Patagonia sin Represas

Existe cierta adhesión generalizada a creer que los sistemas democráticos solo se sustentan en procesos políticos. Que para tener una democracia robusta solo basta con reformar el sistema electoral. O que la democracia solo tiene relación con la actividad partidaria.

Al contrario, desde la sociedad civil se entiende que el sistema democrático se fortalece no solo a través de las tiendas políticas, sino también con una multiplicidad de mecanismos sin los cuales este se desvirtúa. Libertad de expresión y libertad de prensa son los más recurridos, sin embargo, existen otros menos reconocidos pero igual o más importantes: transparencia y control de la relación política-dinero, educación garantizada para toda la ciudadanía, erradicación del clientelismo, igualdad de oportunidades para la difusión de programas e ideas, revocatoria de mandato, voto programático, entre otros principios fundamentales.

Tales son preceptos cada día son mejor entendidos y asimilados por la ciudadanía, y ya no causan tanta sorpresa cuando alguien los plantea. No en todos los casos, por cierto. Existen aún sectores a los cuales complica esto de que la ciudadanía tenga tantos derechos, no se deje representar tan fácilmente y quiera monitorear a los mandatarios en todo momento y no solo cada cuatro u ocho años.

Pero si uno quiere ir más allá para entender cuán sensible es la democracia a otros ámbitos, la cosa se complejiza. Por ejemplo, su relación con la sustentabilidad ambiental. La primera pregunta que a muchos viene a la mente es ¿qué tiene que ver el medioambiente con la democracia?
Hay dos ejemplos originarios del debate socioambiental que son paradigmáticos.

Uno de ellos, el de los megaproyectos.

HidroAysén pretendía instalar en la provincia Capitán Prat entre 5 mil y 7 mil trabajadores en su peak de construcción, calculado en un período de cinco años desde el eventual inicio de las obras. Como ya sabemos, gran parte de ellos serían externos a la región de Aysén.

Según el malogrado último censo, la provincia Capitán Prat presentaba al año 2012 un total de 4.060 habitantes, desde recién nacidos hasta ancianos. Es decir, Endesa y Colbún pretendían prácticamente doblar la población en un corto período de tiempo.

Pero ese impacto poblacional no solo podía tener los comúnmente reconocidos indeseados efectos sociales. La democracia local también se vería distorsionada. Para entenderlo es preciso contar con algunas cifras: el alcalde de Tortel Bernardo López salió electo en 2012 con 222 votos, Patricio Ulloa de Cochrane con 952 y Roberto Recabal de O’Higgins con 129. Con miles de trabajadores dependientes de una sola empresa, está claro el nivel de incidencia que tendrían los ejecutivos de HidroAysén en los procesos electorales locales. Esto, tanto por la presión a los actores políticos actuales por el caudal de votos en juego como por el proceso de postulación de gente de su confianza a los cargos de representación popular. Aunque no se crea, tal ocurrió ya en Alto de Carmen donde la secretaria de Barrick Gold llegó a ser alcaldesa de la comuna.

Un segundo punto es que un medio ambiente sano es vinculante con la democracia. En su obra “Rebasados (Overshoot)”, el autor William R. Catton explica claramente cómo las democracias solo son exitosas y pueden cumplir con las expectativas humanas cuando existe un volumen y calidad de recursos naturales al alcance de todos. Solo en la medida de que haya exhuberancia de estos para cada individuo nuestras instituciones pueden funcionar en propiedad, de otra forma se irá instalando la ley de la selva o el sálvese quién pueda. Las dictaduras, cuando son apoyadas por sectores mayoritarios y no solo producto de la imposición de unos pocos, se basan en ello.

Más de alguien podrá decir que tal es una falacia, si miramos a países como Estados Unidos o los europeos, que en general se considera poseen sistemas políticos altamente democráticos. Suponiendo que tal es así, eso solo es posible porque a pesar de haber superado la capacidad de carga de sus propios territorios físicos, esta es aumentada artificialmente a través de dos mecanismos esenciales.

Primero, producto de la sobreexplotación de la naturaleza, esencialmente gracias a la energía fósil que extraen de la tierra. Esto, en el fondo, es comerse la energía del sol depositada durante millones de año en el subsuelo, robándole tales ahorros a las especies y humanidad del futuro. Lo decimos sin considerar la contaminación que se produce en el proceso.

Y en segundo lugar, lo logran a través de la ocupación virtual de territorios fuera de sus límites. Cuando se comen una manzana de Sudamérica, en el fondo están consumiendo el agua, aire limpio y sol que cae sobre este continente.

Al día de hoy este análisis se hace urgente. Donde no solo la discusión sobre lo natural es lo pertinente sino también el sentido ético de hacer en común, de la solidaridad contemporánea e intergeneracional. Porque si queremos una democracia duradera, debemos poner atención no solo a los procesos electorales de distribución del poder –algo fundamental, por cierto- sino también a otras variables fundamentales.

Como por ejemplo, que transitar hacia una sociedad renovable y sustentable es el piso básico para la estabilidad de los sistemas políticos del futuro.

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