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1 de Noviembre de 2014

Enfermera contagiada de ébola en España: "¿Por qué mataron a mi perro?"

Aunque Teresa Romero esta cada día más cerca del alta médica, le aterra la posibilidad de llegar a su casa y que Excalibur ya no esté. "Habían alternativas a matarlo", asegura.

Por Redacción
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Los últimos análisis realizados a la española Teresa Romero confirman que en sus fluidos corporales no quedan signos del virus del ébola, por lo que se ha decidido poner fin al aislamiento de la paciente y trasladarla a planta, informaron fuentes sanitarias.

El pasado 21 de octubre la enfermera de 44 años superó oficialmente la enfermedad después de dar negativo en varias pruebas, pero los médicos optaron por dejarla en aislamiento puesto que, aunque en el organismo no hubiera carga vírica, en los fluidos corporales pueden permanecer rastros más tiempo.

Teresa Romero continuará ingresada a partir de ahora en una habitación convencional del hospital Carlos III, donde seguirá en observación rutinaria, según ha acordado el equipo médico que la atiende en el centro sanitario.

Sin embargo, tal como da cuenta un reciente reportaje de El País, la muerte de su perro Excalibur, sacrificado en forma preventiva ante el riesgo, altamente improbable, de que éste hubiera contraído el ébola, sigue siendo una herida abierta para Romero y su esposo Javier Limón.

Lo de Excalibur la exacerba. Se siente feliz ante la proximidad del alta médica, pero le aterra pensar en el momento de franquear la puerta de casa y ver que no estará allí Excalibur para saludarla, como hacía siempre. “¡No quiero ninguna entrevista, lo que necesito es a mi perro…”, se la escucha en voz alta al otro lado del teléfono cuando su esposo le comenta sobre la entrevista con El País, hace algunos días.

“¡Solo quiero que me den a mi perro… ¿Qué le han hecho a mi perro esos hijos de su madre? ¡¿Por qué me lo han matado?!“, se oye gritar a Teresa, llena de rabia e impotencia.

Javier Limón, que ha perdido cinco kilos este mes, se emociona escuchando a su esposa. Su rostro también refleja dolor. Ambos fueron aislados en el hospital y durante dos días Excalibur estuvo solo en casa, hasta que fue sacrificado.

Javier recuerda con gran amargura aquellos momentos. “No quiero ni pensar cómo debió sentirse aquellos días mi perro, al ver que pasaban las horas y ninguno de los dos llegábamos a casa, mientras a través de las ventanas oía ruido fuera y en la calle”, recuerda Javier, llorando.

“Imagino lo nervioso que debió ponerse cuando oyera a extraños echar la puerta abajo, y ver entrar a hombres encapuchados de pies a cabeza, que iban a por él…”. Excalibur tenía 12 años, “pero estaba muy bien de salud y jamás fue agresivo con nadie: iba por la calle y él notaba que alguien le miraba a los ojos, él también lo miraba y se iba hacia él moviendo el rabo para que lo acariciara. Daba igual niños o mayores”, recuerda Javier.

Teresa y su marido están muy dolidos con lo sucedido: “Había muchas opciones antes que sacrificarlo: ponerlo en cuarentena y observarlo… Cuando vinieron a casa a por mí, me despedí de Excalibur, y le toqué la boca, labios, los ojos, todo… y aquí estoy yo, y no me contagió nada. ¿Por qué sí iba a estarlo él?”. A Teresa no se le va de la cabeza la pérdida de su perro desde que supo la noticia. Incluso en los malos momentos preguntó por el animal, pero los médicos le retiraron el teléfono móvil para que no viese las noticias.

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