Las huellas que dejó el Dakar
Si lo que queda después de eventos como este, es una indescriptible red de huellas que perduran como heridas en el desierto, estamos hipotecando la pristinidad del atractivo y sacrificando uno de los valores más significativos para los viajeros del siglo XXI.
Es interesante la discusión en torno al Rally Dakar. Las regiones sacan alegres cuentas en relación al volumen de personas que recibieron, los ingresos que ha generado y sobretodo los beneficios que este macroevento provoca en la difusión de nuestro país y sus paisajes a nivel mundial. Por otro lado, el Colegio de Arqueólogos ha denunciado a nivel mundial la fuerte destrucción de patrimonio cultural que esta actividad provoca.
Quienes trabajamos en la industria del turismo y, en particular, quienes hemos tenido la oportunidad de compartir con visitantes extranjeros, extensas caminatas por el Desierto de Atacama, notamos cómo los viajeros se maravillan al adentrarse y admirar este territorio, árido en vegetación, pero embriagante por su pristinidad, magnitud, formas, colores y sensaciones, que en más de una oportunidad ha dejado sin habla a los visitantes, generando experiencias que ellos llaman “de otro planeta”.
El paisaje desértico es altamente sensible a las modificaciones, por dos razones sustanciales. La primera es su transparencia, la profundidad visual puede superar los 10 km y por lo tanto, las alteraciones se perciben a grandes distancias en este verdadero anfiteatro natural, que desafía la escala humana. La segunda es la escasa capacidad de recuperarse después de los cambios. En el desierto parece que el tiempo no pasa, o pasa bajo un reloj geológico. Si movemos una piedra hoy, podemos volver en cinco años y estará donde mismo.
Los turistas -no necesariamente los que asistieron al Dakar, que quizás estuvieron más preocupados de la cilindrada de los vehículos o el lugar de sus pilotos que del paisaje y los registros arqueológicos- vienen a vivir la magia del desierto donde el tiempo se detiene. Para estos últimos cada vez que se abre una huella en el desierto se evidencia la pérdida en la calidad del paisaje, se rompe el encanto y lo que es peor, se desvaloriza el atractivo visual que motiva el viaje.
Ahora si lo que queda después de eventos como este, es una indescriptible red de huellas que perduran como heridas en el desierto, estamos hipotecando la pristinidad del atractivo y sacrificando uno de los valores más significativos para los viajeros del siglo XXI, “poder, al menos asomarse, a lugares donde se contemple la naturaleza sin intervención del ser humano”.