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6 de Agosto de 2014

Los ardientes secretos de los cines porno de Santiago

La irrupción de la pornografía en internet no ha sido un obstáculo para que estos recintos sobrevivan: 200 a 300 personas los visitan a diario.

Por Redacción
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“Si no presta el poto váyase al Hoyts”, reza un mensaje en el baño del Cine Nilo. En cualquier otro lugar sería solamente un rayado ingenioso como los que abundan en los sanitarios de lugares públicos, pero en este contexto representa todo lo que sucede en los cines para adultos del centro de Santiago.

Los mitos que giran en torno a estos lugares son ciertos, cada uno de ellos. Basta con pararse algunos minutos en la galería ubicada en Monjitas 879, al lado de Plaza de Armas, para darse cuenta de todo lo que ocurre en el Mayo y el Nilo.

“Lo mejor en triple X de 10.30 a 22.00. Sala acondicionada. Programa triple continuado. Lo esperamos”, dicen los carteles en el acceso. Desde ahí hay que caminar unos metros para llegar a la boletería, donde se venden tickets por 1.700 pesos (los miércoles con descuento). “A cuál de los dos”, pregunta el vendedor.

– ¿Cuál está mejor?

– No sé, son lo mismo. Mayo, Nilo… lo mismo.

– ¿Están los dos ahí abajo?

– Sí, pegados.

– Al Nilo, entonces.

La cartelera es de corte heterosexual: “Voces del placer”, “Orgía espacial”, “La enculada” y “El culo de ébano” son algunos de los títulos que se promocionan con imágenes de mujeres de pechos enormes y que muestran hasta el alma en sugerentes poses.

Como en cualquier cine, un dependiente corta el boleto y apunta con su mano derecha el acceso. A su izquierda se ve el Mayo. “Vienes a mirar o a trabajar”, pregunta otro hombre mientras abre una gruesa cortina de tela, último obstáculo antes de ingresar a la sala.

La boca del lobo

Tras la cortina, un extenso teatro con luces tenues, butacas de cuerina gastada y cubiertas por manchas. La escena la completan una pareja de  jóvenes y unos 15 sesentones distribuidos a lo largo de la sala, que voltean a cada segundo (de manera casi obsesiva) para ver quién ingresa.

Todos ellos parecen estar acostumbrados a la mixtura de aromas donde se puede distinguir humedad, madera vieja, humo y cuerpo, olores que se acentúan cuando se apagan las luces tras el chiflido del trabajador que estaba en las cortinas. No existe oscuridad más grande que esa.

Los ojos todavía no se acostumbran. Sólo se escuchan pasos y los sonidos de las butacas cerrándose, gente moviéndose. Segundos después comienza el juego con los encendedores y los cigarros, los que se transforman en verdaderos faros para indicar que “hay alguien” ocupando en ese asiento.

Finalmente se proyectan las primeras imágenes y el blackout pasa a ser sólo oscuridad. El dependiente que está al lado de la cortina parece dirigir con gestos sutiles a algunos de sus clientes hacia determinadas butacas, como si fuera el encargado de armar parejas.

Un hombre de unos 50 años se sienta y comienza a hacer sonar un billete, frotándolo. Primero uno de cinco mil, después dos de los mismos. Tras un rato, opta por irse.

Mientras los gemidos de la actriz del film comienzan a retumbar y el protagonista muestra todo su repertorio de posiciones, otro hombre se sienta en la butaca recién desocupada.

– Hola, cómo estai.

– Hola.

– ¿Qué te gusta hacer?

– Nada, todo bien.

– ¿Salgamos?

– No, gracias.

– Bueno, será…

Más allá de la conversación y de la posible cita, la atención estaba puesta en la butaca de la derecha, donde un caballero mayor -sentado ahí desde que comenzó la película- intentaba hacer contacto con su pie, a veces con éxito. Después acompañó su performance con sonidos sexuales. Señal para salir de la sala.

Antes de subir la escalera que lleva al pasillo de la galería está el baño. Nada de otro mundo, hasta que ingresa el hombre de edad que hace segundos estaba abajo. Su aspecto era como el de los otros asistentes: avanzado en años, ropa sucia y rostro cansado.

– Son buenas las películas, ah…

– Claro.

– Y ya que estamos aquí, ¿qué quieres hacer?

– Ahora me voy.

– Pero no me dejes así, te estaba mirando hace rato… y viniste al baño

– Que tenga un buen día.

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El negocio

A pocos metros de ahí, en Santo Domingo 834, está el Cine Capri. No es al azar su proximidad. Estos tres recintos forman parte de la Sociedad Cinematográfica Socine, perteneciente a Luis Jorge Gana Matte y Felipe Mauricio Gana Eguiguren. Ambos, padre e hijo, además, poseen altos cargos gerenciales en el Club de Campo Las Vizcachas, según consta en la SVS.

La dinámica en este recinto es la misma que en los otros dos, salvo que la entrada acá cuesta 2 mil pesos y que el acceso está rodeado de peluquerías. Yenni corta el cabello hace 2 años en una de ellas, pero hace 8 que trabaja en la galería Capri, de ahí el nombre del recinto cinematográfico.

“Al cine entran viejos que van para que les hagan cosas. Da risa porque uno ve a caballeros que a penas se pueden las patas y les ofrecemos cortes. Ellos dicen que no porque no pueden caminar mucho… y después uno los ve subiendo la escalera como un cohete, derechito al cine”, detalla.

Yenni cuenta que nunca ha visto mujeres. “Alguna vez andaba una prostituta y un par de travestis. Quizás alguna pareja hetero media perdida, pero la norma es viejos que buscan jóvenes, jóvenes que buscan jóvenes o jóvenes que buscan viejos… por plata”.

Los comerciantes parecen aceptar sin mayores problemas el negocio que se mueve en el interior del cine. “Hay que aceptar y aprender a convivir porque somos todos trabajadores. Además suben puros viejos que no hacen ningún daño, sólo van a sacarse el empacho”, aseguran otros locatarios.

“A las finales para los cabros es un buen negocio. Claro, los viejos que suben por lo general son pobres y no tienen muchas lucas. Pagarán 2 mil o 5 mil pesos para que les hagan cosas. No es mucho, pero si te pones a contar que entran a diario unas 200 a 300 personas y que está abierto de lunes a lunes… hay que puro hacer los cálculos”, detallan.

Seguridad

Durante los últimos días de julio de 2011, Carabineros realizó una redada en el Capri, donde 14 personas fueron detenidas. Un año antes, el viernes 23 de julio de 2010, personal policial de civil ingresó al cine Mayo y detuvo a 12 hombres que mantenían sexo.

Pese a esto, los locatarios aseguran que no acostumbran a tener problemas relacionados con la policía. “A veces roban, pero quién va ir a denunciar ‘oiga, carabinero, me lo estaban poniendo en el baño del cine y me robaron’. Nadie va a hacer eso”, explican.

Yenni lo ve desde otra perspectiva: “es preferible que todos estos viejitos medios voyerista y cochinos estén juntos en el mismo lugar, encerrados y piolitas, en vez de andar haciendo cuestiones en la calle y a vista de todos. Así, todos ganamos”.

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