La paja en el ojo ajeno
¿Será ese el modelo a seguir? ¿Sería esa la pauta para la escolar que pasa frente a un edificio de la construcción? ¿Estamos ante el comportamiento que se espera que observe la adolescente que pasea en diminutos shorts por la feria del barrio? Claramente la actitud de la observadora, es un llamado a la agresividad. Como si fuera el camino para ejercer cambios. Como si el insulto fuera LA forma de generar mayor armonía entre los sexos.
Hace poco viene sonando en el aire el eco de la campaña contra el acoso callejero, donde una flamante ONG con nombre de Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC) viene poniendo el dedo acusador a comportamientos que van desde una mirada hasta una tocación. La campaña pone como su claro blanco de acusaciones al sexo masculino y dibujan la potencial víctima con uniforme escolar. Es decir, se persigue al lobo que hace notorio su apetito por la caperucita. El Observatorio mencionado toma casi el rol del Gran Hermano Orwelliano, ese del libro “1984” para normar la temida lascivia masculina y arengar a sus víctimas a responder, o en el peor de los casos denunciar. La pesadilla profetizada por aquel libro, se cumple casi treinta años después, con esta especie de “comisarios de la moral” que no distinguen singularidades y colocan en el mismo saco acusador al que emite piropos y al que se acerca peligrosamente. Algo que ocurre a diario, especialmente en espacios inevitablemente aglomerados, como nuestro tristemente célebre metro.
Este “comisariado” ha sido acogido plenamente por la ministra Claudia Pascual, consecuente con la esencia totalitaria del partido en que milita. Su preciosa autoridad moral la promovió, durante la semana pasada, repitiendo su monserga en sendas entrevistas televisivas. Sus palabras incluso hicieron gala de una increíble discriminación etaria al aceptar el acoso si viene de hombres cercanos a la edad de la presunta víctima. Así al menos, lo señaló en el canal que adueñaba Ricardo Claro, un difunto famoso también por sus prerrogativas morales.
La composición del observatorio fue descrita por la última edición de Revista El Sábado. En el reporte, una de sus conspicuas integrantes exhibe su conducta al responder el piropo de un triste macho. El le dice: princesa y ella responde con un: “imbécil”
¿Será ese el modelo a seguir? ¿Sería esa la pauta para la escolar que pasa frente a un edificio de la construcción? ¿Estamos ante el comportamiento que se espera que observe la adolescente que pasea en diminutos shorts por la feria del barrio? Claramente la actitud de la observadora, es un llamado a la agresividad. Como si fuera el camino para ejercer cambios. Como si el insulto fuera LA forma de generar mayor armonía entre los sexos. La campaña siembra más sospechas al poner un manto de peligro a las reacciones del macho ante la coquetería de la hembra. Y no lo hace por amor al arte o como una cruzada de buena voluntad. El observatorio lucra de preciados fondos extranjeros para perseguir gestos propios de una idiosincrasia. Y claro, en tal sentido, no tenemos en Chile ni la chispa ni creatividad del argentino o el mexicano, la musicalidad de un carioca, el guarro humor hispano o la impúdica galantería de los eslavos. Por ello entonces, ahora tenemos que someternos a la pauta que aprueba la ONU mujeres y que dicta el observatorio. Ciertamente el machismo exacerbado y la testosterona acumulada han causado males que es necesario mejorar. Pero el método empleado por la campaña no ataca el tronco ni la raíz del asunto. En vez de promover la galantería en la palabra, o poner en alerta a los oídos infantiles sobre las hipersexuadas letras del reggaetón perrero, o el humor de los programas más vistos del horario prime, se abre una cacería abierta contra el hombre y su “drama” de no contener apropiadamente una sexualidad que cuelga y pica para llegar a su tierra prometida. Se condena abiertamente el arrastrar con genes tan evidentes y básicos, como suele ser lo masculino ante el arte genuino de una mujer cuando luce su belleza. La que claramente, a diferencia de varias especies(león, gallo,entre otros), sumados a la moda y la estética, resalta mucho más que la de su contraparte.
Perseguidos quedan los silbidos, los bocinazos y todo ese repertorio propio del cortejo sexual, que por naturaleza conlleva mucho de agresividad. Muchos compartimos el discurso feminista de equiparar espacios políticos, de legislar sobre abusos laborales, de empoderar a la mujer para disponer de mejores salarios y acceso a educación, junto con reparar la violencia verbal y criterios de sumisión impuestos por el macho y lo peor de sus reductos históricos. Pero como humanos, también asumimos la sexualidad como un dinamismo que permite a la mujer estar arriba del hombre y viceversa. Como una preciosa dialéctica que es necesario aceptar con lo que la naturaleza real permite. Sin embargo un observatorio llama a reprimir esa naturaleza, con sus integrantes que justifican los fondos recibidos apuntando con el dedo a las tensiones entre géneros. Si bien, como decía Vito Corleone, cada uno sabe la forma de ganarse la vida, resulta poco saludable en una sociedad, que algunas profesionales como las que abundan en el OCAC, ganen sus dólares escarbando en la paja del ojo ajeno. Menos saludable resulta que un estado lo avale y lo promulgue para terminar enrareciendo aún más el ritmo de convivencia entre hombres y mujeres.