Aumentar oportunidades para la inserción laboral de las mujeres madres
El acceso de las mujeres al trabajo productivo no sólo genera ingresos, sino “autonomía económica”. Es decir, la capacidad de decidir y proyectar. También interpela el “contrato tradicional” al interior de las parejas y la familia.
Pamela Caro Molina es Doctora en Estudios Americanos, mención Estudios Sociales y Políticos del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago.Es Asistente Social y Licenciada en Trabajo Social de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Magister en Ciencias Sociales del ILADES/Universidad Gregoriana de Roma.Tiene diecinueve años de experiencia en el diseño, implementación y evaluación de programas de intervención social, con enfoque de género en lo referido a la superación de la pobreza, exclusión social y ampliación de ciudadanía; en la realización de estudios de carácter cualitativo y cuantitativo; en investigación social y aplicada en temas de pobreza, vulnerabilidad, trabajo, familia y parentalidad. Ha coordinado proyectos de investigación e intervención financiados por organismos de la cooperación internacional, como OXFAM, Fundación AVINA y BID. Ha sido consultora FAO y participado en consultorías para CEPAL, SERNAM e INDAP entre otras. Posee nueve años de experiencia docente de estudiantes de pregrado y postgrado en escuelas de Trabajo Social y del área de las ciencias sociales, en Universidades del consejo de rectores y privadas.Actualmente se desempeña como Directora de CIELO, Centro de Investigación y Estudios en Trabajo, Familia y Ciudadanía, de la Universidad Santo Tomás.
Datos recientes del INE muestran el aumento, sobre el 20%, de mujeres que buscan trabajo por primera vez, comparados los trimestres agosto-octubre 2013 y 2014. Dicho aumento se concentra en mujeres entre 25 y 29 años y luego entre 40 y 44 años. Es decir, es menor entre aquellas que se encuentran entre los 30 y 39 años, con mayor probabilidad de estar en la etapa “dura” de la maternidad y cuidado de hijos/as menores.
El acceso de las mujeres al trabajo productivo no sólo genera ingresos, sino “autonomía económica”. Es decir, la capacidad de decidir y proyectar. También interpela el “contrato tradicional” al interior de las parejas y la familia. De allí la importancia de identificar y remover las barreras de género que impiden el ingreso de las mujeres a mercados laborales no precarios, sobre todo de las madres, tarea que le compete al Estado pero también a la sociedad en su conjunto. Dichas barreras son patrones desiguales de acceso, participación y control sobre los recursos, servicios, oportunidades y beneficios. Pueden ser estructurales o funcionales y refuerzan las relaciones de poder disímiles entre mujeres y hombres.
Las medidas de conciliación familia y trabajo, que se desprenden de políticas privadas o públicas y normativas legales, dirigidas sólo a las mujeres, solidifican la antigua división sexual del trabajo Hombre/proveedor y Mujer/cuidadora y no aportan al cambio cultural que se requiere. De allí que la noción equilibrio o satisfacción familia y trabajo refleje mejor el necesario involucramiento paritario de padres/madres en el cuidado de hijos/as pequeños. Lo que se optimiza con la mayor participación del Estado en soluciones eficaces de cuidado e incentivo al uso masculino de beneficios (postnatal y otros) y la mayor sensibilización del propio mercado de trabajo para mejorar la relación trabajo-tiempo y aminorar los conflictos entre ambos.