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18 de Julio de 2011

“La Roja se va a negro”, por Juan Sharpe

"Para ganar esta Copa, cualquier Copa, hay que ganar a todos, más a rivales asequibles como Venezuela. Hay que hablar menos y ganar más. Como hizo el rival..."

Por Juan Sharpe
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Apagón. Blackout. Fin de un sueño. Se acabaron los discursos, las bravatas de la sala de prensa, las ilusiones de una hinchada que despertó gracias a una generación que parecía dorada, pero que frente a Venezuela pareció de bling bling, a veces más cercana a la pista de la disco que de la cancha. Mucho brillo y pocas nueces.

La vinotinto, que llega por primera vez a una semifinal con toda justicia,  provocó el éxtasis de Hugo Chávez, que no desaprovechó la ocasión de inflamar a su pueblo, desde La Habana, donde recibe quimioterapia. El líder boliviariano vía twitter, sacó tajada desde su hospital:  !! Rindamos tributo supremo a nuestros muchachos de la Gloriosa Vinotinto!! Viva Venezuela!! Viviremos y Venceremos!!”. Casi nada.

La Roja volvió a estrellarse en una cita de verdad, de las que mide la envergadura de un equipo, y rompió el idilio que mantenía con la marea roja. Aunque mereció ganar, en el segundo tiempo cuando ofreció media hora enfocada en el partido y no en las noticias, a la altura de su cartel, jugó a gran nivel y estrelló tres pelotas en los postes.

Pero volvió a caer, incapaz de rematar sus ocasiones, muy bonitas pero blandas como la mantequilla, con vicios recurrentes de los que habrá que hacerse cargo, con una actuación sospechosa de Claudio  Bravo, un arquero que ensucia concediendo rebotes lo que conquista laboriosamente.

No es culpable el capitán, claro, todo el equipo dilapidó el prestigio labrado por Marcelo Bielsa. La frustración producida por esta manera de perder,  supone el fin de la era Bielsa, del enamoramiento incondicional de una hinchada a un equipo que barría con su historia pusilánime en cada partido. El primer tiempo de esta roja, remolona, plagada de actitudes vacilonas, con futbolistas más preocupados de enzarzarse con el rival y el árbitro, recordó aquella sub 20 del mundial de Canadá, cuando amenazó a Argentina con pasarla por encima y cayó en una pelea de barrio.

La Roja tuvo el partido mal encarado desde el comienzo. Venezuela llevó su línea de presión (Rincón, Lucena, González y Arango) a las barbas de Isla, Carmona, Medel, Vidal y desconectó al equipo de Borghi, incapaz de sacudirse la presión, autista toda la primera parte, en la que sufrió las tres veces que Arango montó su pierna izquierda para rematar.

Jiménez jugó su peor partido, y Alexis se las batió desde la media cancha para armar el juego. Suazo, más lento y pesado, no tuvo una sola pelota disponible en todo el primer tiempo. En el segundo, cuando la Roja pareció recuperar su aliento, Chupete metió el empate y pudo hacer otro, pero a esa  altura la Roja no tuvo ni un gramo de suerte, que favoreció toda a la vinotinto, predestinada a escribir su historia.

Chile fue un equipo largo, distanciado en sus líneas, destensado, un grupo errático que regaló el primer tiempo, como si ya hubiera ganado antes de jugar, más preocupado de Paraguay y de su camino a la final que de hacer la pega que tenía en frente.

Quizás sea el síntoma más sospechoso de una generación que no vacila en auto proclamarse favorita a ganar la Copa América por primera vez en la historia pero que no hace la pega. No se duda de su entrega inagotable ni de su pasión pero para ganar esta Copa, cualquier Copa, hay que ganar a todos, más a rivales asequibles como Venezuela. Hay que hablar menos y ganar más. Como hizo el rival, que jugó de chico a grande, con una solidaridad grupal infatigable, que secó la creatividad chilena y lo convirtió en un equipo del montón.

El partido fue siempre extraño para Chile, que tuvo posesión de pelota abundante pero en parcelas intrascendentes, tocando lejos de las zonas de peligro, incapaz de articularse ante la presión rival, desnaturalizando la actitud depredadora que la había distinguido desde la clasificatoria pasada.

Es ese dominio light, descremado, que les encanta a los entrenadores porque “controlan el trámite del partido”, y aumentan las cifras de posesión pero sin chispa, sin ese fuego sagrado con el que esta generación conquistó al país.

Con Borghi, Chile ha renunciado a jugar el partido en cancha contraria y se permite largas (y aburridas y previsibles) elaboraciones en zonas defensivas, tocando pacientemente hasta encontrar vías de alimentación a Suazo, único punta de este equipo.

Como si la calidad individual y las ansias de triunfo (hambre, que dicen los futboleros) fuera suficiente. Y ocurre que Chile jugó bien, mereció mejor suerte pero perdió como siempre.

Es una derrota que cuestiona a una generación que había dado muestras de confiabilidad futbolística y de impecable talante emocional. Pero acaba de dilapidar su crédito. Habrá que ver si tiene agallas para reponerse y elevarse sobre sus vicios, re iluminarse o será otra ensoñación futbolística chilena, otro apagón.

 

Juan Sharpe aprendió el sabor de un clásico viendo ganar a Mulchén Unido contra Iberia Los Ángeles. Hizo tablón en el Municipal de Chillán, Santa Laura, San Eugenio y Nacional, Camp d`es Maiol (Sóller), el Camp Nou y Lluis Sitjar. Escribió de fútbol y similares en diarios (As, El País, Diario de Mallorca, El Mundo de Baleares, La Época, Las Últimas Noticias, La Nación Domingo), Setmanari Sóller y Sa Veu de Sóller. Enviado especial a Francia 98 (diario La Època), y editor de D13, entre otros vicios futboleros.
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