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22 de Octubre de 2012

Un golazo para la leyenda del clásico

Colo-Colo convierte su rachita en candidatura al título, golpea al archirival, y se llena de litio en su autoestima, aunque habrá que verlo cuando no le baste la adrenalina del rival.

Por Juan Sharpe
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Fue un partido grande, de los que quedan grabados. A la altura de la leyenda, jugado con intensidad y cuchillos afilados en las bocas, con todos los aliños del clásico más hermoso del fútbol chileno. Se lo llevó Colo-Colo gracias a un zapatazo grandioso de Muñoz, cuando la U aguantaba el sofocón y plantaba cara, con uno menos desde la media hora de juego.

La travesía del desierto ha terminado, Colo-Colo está de vuelta, su hinchada recuperó la autoestima y desayunará marraqueta crujiente toda la semana. Lo pagó la U, que pudo haber encarrilado el partido en la primera media hora, antes que regalara la expulsión de Mena.

Colo-Colo mantuvo la paternidad en Pedreros y su afición saluda la resurrección de su equipo, una creación de Labruna, Fleitas y compañía, magos capaces de articular un grupo competitivo con la misma tropa que vivía en el abismo hace poco.

 Tiene buena pinta este equipo, muy bien remendado por Labruna. Colo-Colo convierte su rachita en candidatura al título, golpea al archirival, y se llena de litio en su autoestima, aunque habrá que verlo cuando no le baste la adrenalina del rival.

 El Monumental volvió a bramar, cantado por una afición que se olía que por fin tiene un equipo en que puede confiar, después de años secuestrado por todas las fuerzas del mal de la galaxia; y salió fortalecida del estadio.

 Y eso que la U jugó su mejor partido de los últimos meses, y no le bastó, no pudo voltear a los albos como hacía cualquier equipito hasta hace poco. El equipo de Sampaoli, contribuyó a la fiesta ofreciendo la cabeza de Mena, otro futbolista chileno que se hace expulsar en una gran cita, otro a las duchas antes de tiempo. Otro para el diván.

 Este duelo estaba pedido así, de ajuste de cuentas, dos grupos juramentados a desplumarse. Fue extremo de principio a fin, cuando se jugó bien, cuando se jugó mal, cuando se volaron los manuales y se metió la pierna, el brazo, el codo mas de la cuenta, Y excesivo también cuando aparecieron las flaitadas, que se han tomado el fútbol, quizá el último reducto del odio chileno. El clásico jugado valientemente en la cancha, se pierde en las grescas entre futbolistas descerebrados por la presión, energizados en negativo, gente patibularia colada en un deporte enturbiado por esta clase de liderazgos.

 Así se alimenta la leyenda de un clásico, con partidos de este voltaje, a medio camino entre códigos de camarín mafiosotes; y cierta modernidad, ilustrada en la cancha por dos equipos buscando ganar de principio a fin, cada uno con sus artes, incluidas las maleteras.

 También tuvo suerte este Colo-Colo, sobre todo en la primera media hora, cuando la U impuso su intensidad, dispuso de ocasiones, y reclamó un par de penales, uno especialmente llamativo, un combo de Ormeño a Ubilla, que Polic ignoró. Ormeño, sobreexcitado desde el minuto cero, juega en el bando barriobajero, como Johnny Herrera, y como demostró más tarde Prieto.

La U no supo ganar en igualdad ni aprovechó sus ocasiones jugando con diez. La mejor fue de Castro, que se trapicó con el caramelo que le había puesto Pepe Rojas desde la izquierda, y no le dio a la bola, solo frente a Prieto.

El que si le dio fue Carlos Muñoz, que había estrellado una en el palo en el primer tiempo. Le dio como le deben dar los dioses, tomando de pecho un gran cambio de frente de Olivi para colar de semivolea un obús en la escuadra chuncha, rompiendo el partido. Colo-Colo se sostuvo con Millar y De la Fuente al timón, auxiliados por Fierro y Vidangossy en las bandas, y afirmado por Mena, elegante en la tormenta.

El equipo de Labruna no perdió nunca el norte, y aunque limitado porque todavía está parchado mas que construido, jugó fútbol, otra señal de su buena salud.

Se lavó la cara contra su bestia negra, el equipo de Sampaoli en su cuarta versión, cada vez menos intimidante: gran ritmo, menos luces; muchas llegadas, ningún acierto.

Reclaman los azules la actuación del árbitro, desnudado por las cámaras tras partido pero la dura es que no pudo ganar el partido, no tiene pólvora y pierde futbolistas en el camino como si fueran aprendices.

La buena noticia vino del camarín de Labruna, que se presenta al título, a galope tendido como explica la leyenda alba, una hazaña visto lo que había hace unos meses.

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