El día que Nenlly y sus 16 colegas guiaron a O’Higgins
La cita era a las 18.30 horas pero un ahora antes las viejas tribunas del estadio El Teniente vibraban cantando por sus muertos. Un avión sobrevolaba el recinto con una pancarta que decía: No tenemos copas pero sí 16 estrellas.
Miles de globos celestes volaron hacia el cielo cuando el presentador dio comienzo a la lectura de los nombres de los 16 muertos en la tragedia de Tomé, vitoreados por el estadio. Hinchas de diversos equipos, ataviados con sus uniformes, se paseaban delante de las tribunas saludando a los rancaguinos. La galería norte, refugio tradicional de la Trinchera Celeste, repleta, vibraba cantando su sentimiento celeste y saludando a los que faltaban, ahora en el cielo.
En una silla de ruedas, con la cabeza y piernas vendadas, estaba Guillermo Fernández Arévalo, más conocido como Nenlly, uno de los sobrevivientes del accidente, también vitoreado por la multitud.
Cuatro días antes, más de diez mil rancagüinos habían llorado y despedido los ataúdes de sus hinchas, fallecidos en el peor accidente sufrido por una hinchada en la historia del fútbol chileno, y esta vez volvían a llenar su viejo estadio, ahora para recibir a Palestino, un visitante amable pero que a penas sonó el silbato de Osorio, avisó que venía a llevarse los puntos.
El alcalde de la ciudad, Eduardo Soto, los jefes de las barras y la directiva que preside Ricardo Abumohor, convencieron a Wladimir Román, intendente de la Región, para reabrir el estadio, cerrado para iniciar las obras de su remodelación con vistas a la Copa América 2015, y permitir que el partido se jugara en su casa: “ las penas del fútbol se pasan con fútbol, y convencimos al intendente para autorizara el partido, y todo ha salido a la perfección”, dijo Soto al terminar el dramático envite.
Todo acabó bien para los celestes en un partido dramático, que fueron siempre a remolque de Palestino, en ventaja al cuarto de hora por un precioso zurdazo de Jason Silva que heló las tribunas, como si la hinchada ya no resistiera más disgustos.
O’Higgins consiguió empatar mediante un autogol a los pocos minutos y el alma volvió al cuerpo de los celestes, quizá porque en el deporte los homenajes solidarios son bienvenidos mientras no se traduzcan en derrotas.
En el descanso, Nenlly, dejando la silla de ruedas, recibió a la madre de Ignacio, una de las víctimas, fundidos en un largo abrazo, y, entre sollozos, le rogó que le dejara colgar la pancarta de una barra de Codegua, liderada por su hermano muerto: “Tía, siempre estaremos juntos, tía, siempre estaré con ustedes, tía, nunca te abandonaré”. Juanita Arévalo, la madre de Nenlly, lo sostenía desde atrás y decía: “no quería que llorara mucho pero no lo podemos evitar”.
El estadio, construido en 1945, y remodelado para el Mundial de 1962, un recinto histórico en el que jugaron sir Bobby Charlton, Jimmy Greaves (ambos goleadores contra Argentina) y Bobby Moore, entre otras leyendas del fútbol mundial, estaba listo para las excavadoras que harán polvo con esa historia para construir un recinto moderno.
Pero la tragedia de Tomé consiguió estirar la vida del estadio fundado por la Braden Cooper, y llamado El Teniente desde que en 1971 se completó la nacionalización del cobre, hasta hoy, cuando la hinchada celeste, apretujada en el fondo norte, seguía cantando a sus muertos y levantando a su equipo, que necesitó ayuda para sacar adelante un partido que Palestino quiso arruinar nuevamente en el segundo tiempo, cuando el mismo Jason Silva -atentos a este futbolista-, se sacó otro zurdazo, mejor aún que el primero, para poner a su equipo en ventaja.
La afición celeste saludó la entrada del popular Cimbi, Cristián Cuevas, estrellita de la Sub20 recientemente traspasado el Chelsea londinense, pero Cimbi, que tiene una pajarera en su cabeza, se hizo expulsar pateando un rival en el suelo, sumiendo a su gente en el desconsuelo.
Le costó sudor y ayuda quizá desde las estrellas al grupo de Berizzo para remontar y ganar sobre la hora un partido imprescindible en su agenda, una cita que no admitía el fracaso de la derrota deportiva, un día donde todas las miradas estaban puestas en su equipo, agobiado por la tragedia pero llevado en volandas por su gente, una afición inasequible al desaliento, marcada para siempre por el accidente de Tomé.
Faltaban ocho minutos cuando empató Sagredo y cuatro cuando Calandria consiguió el tercer gol celeste, el del triunfo, el que hizo explotar al estadio, incluido al flemático Ricardo Abumohor, su presidente, que soltó la tensión acumulada con un saludo a las santas madres del mundo. Un hincha viejo recordó a Julio Martínez cuando cantó el gol de Leonel contra Unión Soviética en Arica, en cuartos de final del mundial del 62: “Justicia divina, hoy no podíamos perder”.
Nenlly lloraba y bendecía el cielo, saludando a sus hermanos idos, y la gente se abrazaba en las tribunas y el palco, confirmando que en el deporte bienvenidos los gestos solidarios pero nadie admite un fracaso deportivo el día que se saluda a 16 hinchas muertos.
Nadie se movía del recinto, estirando ese instante irrepetible. Los futbolistas fueron a saludar a su gente y a Nenlly, que seguía besando hacia el cielo, aferrado a la reja. Nenlly era cada uno de los 16 compañeros muertos y no paraba de agradecerles la remontada de su equipo.
Así lo abrazó la madre de Paulina, una hincha de 17 años que se recupera en el hospital de su trauma renal y su cabeza rota en el desbarrancamiento de Tomé.
Paulina intentó convencer a los médicos y a su familia para ir a la cancha, y aunque no lo consiguió, su madre está segura que no podrá evitar que siga viajando cada quince días en esas micros que juegan a la ruleta rusa con las hinchadas chilenas: “ya sé que no podré evitar que se vaya con la barra a penas pueda”, decía resignada y orgullosa de su niña.
El último acto de la hinchada fue poético y no vandálico: ya que nunca volvería a jugarse un partido con ellos saltando sobre esos tablones legendarios, los hinchas decidieron llevárselos para su casa, y civilizadamente, los arrancaron y enfilaron hacia la salida con los tablones al hombro.
-¿Qué va a hacer con esos tablones?, preguntamos a una familia que llevaba dos, uno el padre, otro la madre.
– Los voy a restaurar y me voy a hacer unas bancas para el patio. Además, son nuestros, llevamos una vida sentándonos en estas tablas, dijo el padre.